TRIBUNA LIBRE
El diálogo de culturas frente al terrorismo
El Mundo, 16-08-2006HENRY KAMEN
La amenaza terrorista de los últimos días en el Reino Unido muestra la fragilidad de cualquier sociedad que afirma ser multicultural. Cuando una cultura existe dentro de otra, ¿qué identidad tiene un ciudadano? ¿A qué cultura dirige su lealtad? No es sorprendente que una de las primeras declaraciones de un ministro británico esta semana fuera un ruego a los grupos culturales del país a mantener buenas relaciones unos con otros. Cuando una sociedad pasa de ser monocultural como lo era la inglesa en los años 50 a pluricultural como lo es hoy, se crean enormes problemas que no parecen de fácil solución.
La coexistencia de culturas comporta siempre un riesgo potencial. La situación nos recuerda los mitos que se han creado en España sobre la posibilidad de coexistencia cultural. Una de las grandes ficciones históricas que todavía se mantiene es que en tiempos medievales España era una sociedad de tolerancia porque era el hábitat donde coexistían muchas culturas. Esta teoría ha sido continuamente repetida en las últimas generaciones por cada gobernante de turno hasta el día de hoy. El actual Gobierno español promueve la Alianza de Civilizaciones basándose en ella.
La Alianza parece inspirarse en las ideas de un residente de Córdoba, el escritor francés Roger Garaudy, ferviente musulmán, ex comunista, ex católico y director de una Fundación para las Tres Culturas. En una entrevista a un periódico publicada el 10 de septiembre de 2001 el día antes de los ataques terroristas en Nueva York, Garaudy declaraba que la época medieval en Córdoba «fue un periodo de gran tolerancia» y que tendríamos que aprender del ejemplo de Al-Andalus. El islam sería, así, concebido como el secreto de la tolerancia. En la misma entrevista también declaraba: «Fui siempre el defensor del diálogo de las civilizaciones». Al hablar de «tolerancia», Garaudy se olvidaba deliberadamente de mencionar las reiteradas masacres que ocurrieron en Al-Andalus en tiempos medievales, con numerosas víctimas cristianas y aún mayor número de judías.
Es interesante señalar que otra personalidad de Córdoba también favorece ese mito de una sociedad de convivencia en la España medieval. Me refiero al ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, uno de los mentores de la Alianza. En junio del año pasado, durante un Congreso sobre Antisemitismo que se celebró en Córdoba, ofreció una conferencia en la que alababa la supuesta convivencia de las tres culturas musulmana, cristiana y judía en Al-Andalus «durante siglos». Tampoco dijo una palabra de las masacres de cristianos y judíos. «Convivencia», como bien saben los historiadores, es un mito inventado por los ideólogos que quieren presentar una visión idealizada y feliz de la España medieval, ejemplo para el resto de Europa en materia de tolerancia. Moratinos tomó como principal ejemplo de coexistencia feliz el caso de Maimónides. Pues bien, seguro que sabía pero no lo mencionó en su conferencia que el filósofo judío acabó su vida en el exilio fuera de España, porque no podía aceptar las condiciones de vida felices en Al-Andalus.
La idea de que el islam tiene la respuesta a los problemas del mundo es una falacia que no puede engañar a nadie, excepto posiblemente a los partidarios de la Alianza de Civilizaciones. En un país como el Reino Unido, el problema no es una cuestión de civilizaciones, sino más bien de una Alianza de Culturas. El islam es una de las culturas que debe intentar justificar su lugar dentro de la sociedad británica. Los líderes de la comunidad islámica ya están preocupados sobre lo que ocurre con sus jóvenes, que parecen sentir tal rechazo a su propio país que serían felices matando a sangre fría a miles de sus conciudadanos. No es un problema de extranjeros queriendo matar a británicos, sino de británicos que quieren masacrar a británicos (de la misma manera que españoles de ETA quieren matar a otros españoles). ¿Qué ha pasado en una sociedad donde la división cultural ha crecido tanto que los jóvenes ven el futuro sólo en términos de masacre y suicidio?
Por el momento, las autoridades británicas están interrogando a 23 sospechosos. Cinco sospechosos más se encuentran todavía en libertad y se les busca urgentemente, según los medios de comunicación estadounidenses. También se han producido algunos arrestos en Italia. Muchos han sido detenidos en Estados Unidos. Unos cuantos han sido encarcelados en Pakistán. Todos tienen en común el hecho de ser musulmanes. Y casi todos son ciudadanos de nacionalidad británica. El hecho más alarmante es que todos parecen ser ciudadanos normales. También son jóvenes, con edades comprendidas entre los 17 y 35 años. Forman parte de una amplia conspiración internacional, con la intención determinada de llevar a cabo una masacre de inimaginables dimensiones, como hubiera ocurrido si hubieran conseguido hacer estallar 10 aviones llenos de pasajeros.
Esta terrible intención estaba en las mentes de personas jóvenes nacidas en Inglaterra, que han ido a escuelas inglesas, crecido y trabajado junto con otros ingleses. Muchos están casados y con hijos pequeños. Uno de los acusados es un estudiante de Ciencias, otro trabaja en el aeropuerto de Heathrow, otro es conductor de taxi. Todos ellos proceden de familias sin problemas financieros… ¿Por qué estos jóvenes, producto de una sociedad que es evidentemente multicultural y en su mayor parte tolerante, han elegido destruir el país en el que han crecido? ¿Cómo es posible que poco más de un año después de los atentados sangrientos del autobús y metro en Londres que acabó con más de 50 vidas otro grupo de jóvenes británicos haya planeado matar a muchos de sus conciudadanos?
La respuesta más inmediata es que se han dejado confundir por la propaganda religiosa. Se ha comunicado que dos de los acusados ya habían hecho vídeos del tipo que es habitual ahora entre los suicidas islámicos. Ningún sistema policial podrá jamás controlar el fanatismo. Pero estos jóvenes no son tan sólo fanáticos. Son jóvenes, normales, sin creencias políticas específicas. La ausencia de creencias también es un rasgo engañoso, porque en muchos casos los terroristas suicidas han ofrecido explicaciones relacionadas muy concretamente con la posición del islam en el mundo.
Un profesor norteamericano, Robert Pape, de la Universidad de Chicago, autor de Dying to Win: The Strategic Logic of Suicide Terrorism (Muriéndose por triunfar: la Lógica estratégica del Terrorismo suicida), ha mantenido recientemente que el bombardeo suicida tiene menos a ver con el fundamentalismo religioso que con motivos de protesta no-religiosos, de los cuales el más importante es el papel político de Occidente en los países árabes (como Irak y Afganistán). Afirma, por ejemplo, que «el foco de la estrategia logística de Al-Qaeda es obligar a Estados Unidos y a los países occidentales a abandonar los cometidos militares en la península de Arabia».
El análisis de Pape puede ser correcto, pero no llega al corazón del problema. ¿Cómo puede gente joven crecer en una sociedad moderna y acabar si ninguna identidad cultural o lealtad, ya sea hacia sus padres, su país o su herencia religiosa? Ése es el problema que crea la diversidad cultural. Los que somos más mayores, normalmente conservamos una idea clara de nuestras raíces y adonde pertenecemos. Esos jóvenes terroristas, por el contrario, son las víctimas de lo que el periódico británico The Guardian ha denominado «un drama del empobrecimiento». Nunca han llegado a ser lo bastante británicos para ser auténticamente británicos; tampoco han sido nunca educados adecuadamente en la fe islámica, así que rechazan la corriente principal del islam y optan por su vertiente más radical. La culpa de su situación recae en su propia comunidad islámica, y en la sociedad británica en general.
Un hombre de negocios local de origen paquistaní dijo hace dos días en Walthamstow, donde muchos de los sospechosos fueron arrestados: «La joven generación se encuentra totalmente perdida. Si los padres les hubieran explicado cuál es el modo correcto de comportarse, esto no habría pasado». Puedo garantizar la verdad de su observación. La generación más joven de musulmanes en Inglaterra se ha alejado de la generación de sus padres, y mucha gente joven de origen inmigrante no se siente comprometida ni con su comunidad ni con su sociedad. Es una situación que puede darse en cualquier nación (como Alemania, Holanda o Francia) con una gran población multicultural.
La sociedad parece ser más rica gracias a su diversidad, pero también más pobre porque fracasa a la hora de conseguir la lealtad que es esencial para la estabilidad social.
Henry Kamen es historiador británico y autor, entre otros libros, de Nacimiento y Desarrollo de la Tolerancia en La Europa Moderna, Madrid, Alianza, 1987.
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