«Una familia» con un centenar de miembros en Larraña Etxea

Unas 20 nacionalidades conviven en este centro de acogida en Oñati, sobre todo personas y familias en busca de asilo

Diario Vasco, Oskar Ortiz de Guinea, 18-12-2023

La Navidad cristiana, el Ramadán musulmán, el latinoamericano día de las velitas y faroles, los cumpleaños y «todas» las fechas reivindicativas 8-M, 28-J, 25-N… El centenar de personas que reside en el centro oñatiarra Larraña Etxea lo celebra «todo». Es una de las maneras de hacer más llevadero el día a día de estos migrantes que un día debieron huir de sus países de origen y afrontan un compás de espera, y también de «ayudarles en su integración», explican su directora, Nerea Maiztegi, y su predecesora Arantza Chacón, directora de Zehar Errefuxiatuekin, entidad que gestiona este recurso y el de Zuloaga Txiki en Tolosa. «Son como una familia, con todo lo bueno y los problemas de una convivencia».

Con esta introducción, no es raro que la camerunesa Chrystelle nos ofrezca una de las galletas que ha cocinado con motivo de su 38 cumpleaños. Esta mujer no tiene ningún reparo en ser fotografía, al contrario que Rayen, que pese a su simpatía prefiere ocultar su rostro porque está más seguro si en su país no conocen su paradero.

La camerunesa Chrystelle da al fotógrafo una galleta por su cumpleaños.
La camerunesa Chrystelle da al fotógrafo una galleta por su cumpleaños. José Mari López
En la actualidad, 103 personas residen en este antiguo barnetegi que el Ayuntamiento de Oñati cedió al Gobierno Vasco, que lo abrió como centro de acogida en octubre de 2018 y donde el pueblo oñatiarra juega un rol primordial para su adaptación, con actividades sociales, culturales, escolares o deportivas.

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«En estos años, hemos vivido distintos Larraña Etxeas, en función de los perfiles predominantes», recuerda Maiztegi. Al principio, con 80 plazas, casi todos los residentes eran «chicos jóvenes subsaharianos». Su convivencia fue alterada con la llegada de la primera familia, con la que «todos se volcaron». Luego vinieron «los latinoamericanos» con sus costumbres y el Covid.

La integradora social Olatz Anduaga atiende a Rayen en su oficina.
La integradora social Olatz Anduaga atiende a Rayen en su oficina. José Mari López
Prácticamente una veintena de nacionalidades conviven hoy en el centro, que ocupa las tres últimas de un edificio de cinco plantas –las dos inferiores corresponden al instituto Zuazola-Larraña–: en dos se ubican las habitaciones y algunas oficinas, y en la superior, varias zonas comunes y el comedor, donde hay hora para desayunar, comer y cenar, y también espacio para la merienda o recena. Todos se reparten cada semana las tareas del comedor –menos cocinar, porque hay un servicio de catering–, o de limpieza y mantenimiento de las instalaciones. Quince personas trabajan en el recurso.

La odisea de pedir cita de asilo
Una de las cuestiones que más preocupa es la «enorme dificultad» para lograr una cita para pedir asilo, que luego puede ser denegado. «Hemos estado semanas sin conseguir una sola, pero ahora cada lunes, a las 16.00 horas, se reparten por teléfono 40 para toda la semana. Así que todo el mundo se pone a llamar, aunque sea para otro. Así logramos dos o tres», explican. En estos momentos se atiende a quien logró cita en julio, así que el proceso se dilata en el tiempo. «Puede pasar más de un año hasta entrar en el sistema».

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