José

Pescadero

José se quedará sin vacaciones este verano. Normalmente trabaja en una pescadería en el madrileño barrio de Tetuán, pero este mes sustituye a un dependiente en otro mercado donde la mayoría de los puestos tienen las persianas de metal bajadas. Allí, junto con su compañero venezolano atiende a la escasa clientela que se acerca.

El precio de los billetes no le permite visitar su país en vacaciones. Gracias a muchas privaciones, afirma, ha conseguido comprar un piso en el que viven él y su familia.

Pero le ha costado acostumbrarse a vivir en comunidad. «Tenemos niños. Yo no sé si los demás tendrán atados a sus hijos a la pata de la mesa… Si los míos caminan un poco fuerte, ya te tocan a la puerta», afirma, aunque asegura que él puede adaptarse a todo.

Por lo demás, reconoce que quizás ha tenido suerte, pero que siempre se ha encontrado con buena gente. Que nunca ha notado racismo. Sólo una vez, en Mallorca, cuando acompañaba a un amigo, y les insultaron en mallorquín, pensando que no lo entenderían.

Cuando le hablan de sus planes al llegar, un cliente compatriota se ríe. «Piensas en quedarte un tiempo y luego volver, claro».
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