Nadie sabe lo que es vivir en la calle… Ellos sí y te lo cuentan

Peor que la cárcel, las adicciones, el fracaso, las malas rachas o la soledad, dormir a la intemperie, entre cartones y viejas mantas, secuestra la esperanza de las personas sin techo. Así es el día a día de esos vecinos a los que nunca miramos

Diario Vasco, , 23-11-2023

En el lugar exacto donde no se mira, Nani duerme sobre cartones en un parque de los suburbios de la ciudad, con los brazos cruzados y las manos escondidas para proteger el anillo de su padre y la medalla de su madre. De lo poco que tiene, esto es lo más querido. Tiene 40 años y es la tercera vez que vive en la calle. Primero abandonó el hogar materno con «una simple mochila» por «problemas muy gordos con mi familia», asegura Nani, en un banco frente a unos comercios y una parada de autobús. Allí pasa el día con una decena de personas que duermen a la intemperie.

¿Cuál es ahora tu miedo más grande?

En España son 7.277 personas las que esperan la salida del sol en el espacio público, ya sea en parques y calles o en cajeros y soportales, según los datos de 2022 del Instituto Nacional de Estadísticas (INE).

28.552 personas pasaron por centros asistenciales de alojamiento o restauración en 2022

25,4%

duermen en la calle

Los demás, unas 21.000 personas, pernoctan en albergues, pensiones o centros sociales

Uno de cada cuatro pernoctó en espacios públicos o alojamientos de fortuna (hall de un inmueble, cajero, portal, coche…)

En la jerga oficial, a los primeros se les califica como ‘sin techo’ y a los segundos, ‘sin hogar’.

La primera vez en la calle, Nani vagó por los madrileños predios de Sol y conoció a un hombre. «No sabía que había estado en prisión por asesinato», asegura. «Sufrí malos tratos, por una de sus palizas perdí a los hijos que tenía en el vientre». Juntos migraron a Marbella, donde ella trabajó al cuidado de una anciana. Pero seguían durmiendo en la calle. «No tenía nómina, no te alquilan una habitación en ningún lado».

Casi una de cada cuatro

personas atendidas en centros

asistenciales fue mujer

23,3%

6.652 mujeres

76,7%

21.900 hombres

Una «mujer que se dedicaba a la prostitución» la ayudó a volver a Madrid. Habló con su madre. «Hicimos las paces. Ella cayó enferma y la cuidé». Cinco años después, «falleció y volví a la situación de calle porque su pareja me puso una condición para quedarme. Acostarme con él, que tenía 81 años. No acepté». Dejó a su perro con una amiga, sostiene, y volvió a hacer del espacio público su hogar, pero eligió no pisar el centro. Su antigua tribu le advirtió que su expareja deambulaba por allí.

De las 6.600 mujeres, apenas una de cada diez mujeres duerme en la calle

Nani es una de las 500 mujeres que duermen en la calle

% Mujeres

7,6%

Ellos multiplican el dato por cuatro

% Hombres

30,9%

Nani llegó a un lugar, cuyas referencias se omiten por protección, donde «no conocía a nadie y la mayoría eran chicos», recuerda. «A ver si me iban a hacer algo, pero muchos se comportaron maravillosamente. Un hombre se puede defender con más fuerza que una mujer. Tienes que dormir en grupo, con diez o quince personas», relata.

Es una situación que conoce bien Pilar, de 53 años y gitana. Se quedó huérfana con siete años, se casó embarazada con 16 y su familia le dejó de lado. En la calle hubo días que «despertaba con los chavales de botellón al lado».

«Las mujeres pernoctan en grupos para protegerse, porque casi todas han sido víctimas de violencia de género. Cuando llegan a la calle han agotado las vías de inclusión, incluso al tolerar las agresiones para mantener un techo. Pero en la calle también pueden iniciar relaciones de desigualdad», mantiene Yolanda García Fernández, jefa del departamento de Atención de Personas Sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid.

Lo hizo Nani en esa segunda ocasión. «Me establecí con una persona, aunque me habían advertido que ponía los cuernos y se ponía en plan agresivo». La tercera vez en la calle, ahora, se produjo tras la ruptura con ese hombre. Abandonó la casa que compartían, regresó a la plaza.

Al comienzo del día, Nani camina hasta un lugar donde brindan desayuno al que lo necesite, espera el «numerito» para el comedor social, recoge bocadillos para los demás. De los que duermen en la calle, un 14,5% afirmó haberse quedado sin comer o cenar algún día en la semana previa a la realización de la entrevista de la mencionada encuesta del INE.

Valencia

Bilbao

Madrid

Murcia

De vuelta, pasa el resto del día entre un banco y un árbol. Al anochecer, busca un lugar donde dormir sobre cartones y mantas que encuentra en los contenedores, y que oculta para que no se las lleve el servicio de limpieza municipal. En la vigilia, Nani dice: «puedo ver la falsedad de las personas».

«No se trata solo de la exclusión residencial; también influye la inexistencia de redes familiares», explica Jesús Sandín, responsable del Programa de Atención a Personas Sin Hogar de Solidarios para el Desarrollo, una ONG con unos 120 voluntarios que acuden de noche a los lugares donde duermen. «Viven en una situación de violencia y hay un 40% más de personas en la calle que camas en albergues, pero se les invisibiliza y se atiende, siempre desde la cobertura de carencias materiales, a los que están peor. Porque da mucha pena que alguien muera en una parada de autobús».

Drogas y depresión

Mejor la cárcel
Ojos oscuros, una lágrima negra tatuada en el pómulo izquierdo, cuerpo de boxeador peso pluma. Óscar no sonríe, nunca. Voz de barítono que susurra. Tiene 41 años. Lleva tatuada su «vida» en la espalda. Una mujer, un coche, una pistola. Estuvo en prisión. «Los trece años de cárcel no me destruyeron como estos diez meses en la calle. Quitarme la vida, lo he pensado, pero no sirvo para hacerme daño a mí mismo. Hace poco se me pasaban cosas por la cabeza muy feas, como coger dos cajitas de orfidal y un litro de cerveza, e irme».

Seis de cada diez personas

sin hogar tienen síntomas depresivos

59,6%

de las personas sin hogar presenta algún síntoma depresivo

% de personas sin hogar

% de población general residente en hogares >15 años

12,9%

de los mayores de 15 años (Encuesta Europea de Salud del año 2020)

Contra la angustia y la ansiedad, Jorge consume tabaco y trankimazin bajo uno de los puentes de la Circunvalación de Granada donde, a sus 50 años, duerme en una chabola de cartones y plástico.

Con un perfil que corresponde al más habitual de los que están en situación de calle (español, por debajo de 45 años y menos de doce meses sin vivienda), Óscar se separó de su pareja el año pasado.

Como en el caso de Óscar, la ruptura sentimental es una de las causas más frecuentes

Principales causas del sinhogarismo

28,8%

26,8%

16,1%

14,7%

14,1%

Empezar de cero tras llegar de otro país

Perdió el trabajo

Le desahuciaron

de la vivienda

No pudo pagar

más la vivienda

Separación

de la pareja

Hay otros motivos, como problemas de adicción (12,6%) o salir de un centro de menores (2,7%), y las personas encuestadas pueden elegir varios.

Entre los extranjeros

esta causa alcanza

el 54,1%

Mayor causa entre las personas de nacionalidad española (26,7%)

«En la calle hay personas con diferentes perfiles», explica Eva Asencio, coordinadora del proyecto Hogar de Oportunidades de Mensajeros por la Paz. «Pueden haber tenido empleos y por una mala racha quedan en una situación sin salida, en la que no les dan empleo ni alojamiento». Otros vienen de situaciones familiares complejas, como Rafa en Málaga, que se crió con su madre alcohólica y un hermano discapacitado, hasta que su abuela se hizo cargo de ellos.

¿Cuándo se complicaron las cosas?

Cuando Óscar comenzó a dormir en la calle, pasó «de estar en lo más alto, a lo más bajo», comenta. «Teníamos tres años juntos y ya no nos llevábamos bien, y antes de ir a los juzgados, me fui. Ella era la dueña de la casa». Óscar asegura que heló, que le dio hipotermia porque no cogió su abrigo antes de salir, que se durmió caminando y que le asistió el Samur Social. Así fue su primera noche a la intemperie en un país con más de 26 millones de viviendas, de las que casi cuatro millones están vacías, incluyendo 50.000 que son propiedad de un banco estatal (el Sareb). Óscar está en lista de espera para recibir los recursos estatales, pero no quiere entrar a un albergue, donde ya estuvo alguna noche.

Cuando llegan a la calle, explica García Fernández, «han perdido la confianza en todo: personas, recursos, redes. Hay algunos que no aceptan ningún apoyo. Rechazan los recursos por inflexibles o por malas experiencias».

El día de Óscar empieza a las 5:30, cuando pasa el primer tren por el Parque del Oeste. Duerme al final de uno de sus paseos. En una tienda de campaña húmeda que cuela agua cuando llueve. Ahí guarda su pijama, algunos cambios de ropa y poco más. Le robaron una mochila y una maleta con «el teléfono, la tarjeta del banco, papeles de estudio, todo». Renovó el DNI pero al no estar empadronado, como el 7% de los españoles en su situación, solo tiene validez por tres meses. Él conoce al que le hurtó sus pertenencias pero no pudo recuperarlas. «¿Quién es capaz de robar a alguien que no tiene nada?», pregunta, y se responde: «Lo hizo por tres micras».

Sustancias como alcohol, marihuana, cocaína, fentanilo están al alcance.

12.017 personas sin hogar han consumido drogas alguna vez hasta 2022

42,3%

han consumido drogas

30,3%

45,9%

de los hombres

de las mujeres

«Puedes haber llegado a la calle por diferentes circunstancias. Dos problemas muy importantes son la salud mental y las adicciones a las drogas», analiza María Santos, psicóloga de Cáritas, una ONG católica que despliega recursos para personas sin hogar. «¿Pero qué fue antes? Se podría pensar que alguien llega a la calle por eso, pero la calle misma provoca enfermedad mental y adicción porque se producen situaciones muy duras y muy traumáticas. A veces es causa y a veces, consecuencia».

Lo relata Vicente, de 58 años. Hace 50 comenzó a fumar, a los 13 probó los porros y a los 16, la heroína. Hoy pasa la noche en un cajero de Santander, uno de los ‘alojamientos de fortuna’ más frecuentados.

¿Pero qué fue antes?

Esa es una incógnita que acompaña a Daniel, por ejemplo. Medio inglés, medio finlandés, se describe él mismo. Duerme dentro de un tubo de hormigón de unos 40 centímetros de altura. Tiene problemas de salud mental, esquizofrenia. Entró en el radar de los servicios sociales cuando estuvo internado en el hospital por tomarse junta toda su medicación. Probablemente un intento de suicidio. Pasa el día en un jardín, al lado de un albergue municipal que no usa.

Una adicción

Condena perpetua
A la luz de una farola de Bilbao, Plamen pasa las horas con ‘El cuarto protocolo’. Un día antes devoraba ‘El puño de Dios’. Búlgaro de 47 años, trabaja cuando puede de albañil o de pintor. Entre tanto lee.

Bilbao

Valencia

Málaga

San Sebastián

Óscar es practicante de artes marciales. «Yo no tengo vicios. El que cae en el alcohol y las drogas, no sale», asegura. Sin embargo, «a veces hay que evadirse», dice, y comparte un porro con otras dos personas. «Es un abismo que no se soluciona». Asegura padecer un «enfisema severo» por la covid. Entre los sintecho, la cuarta parte no se vacunó, aunque la mayoría tiene tarjeta sanitaria. Un 40% de los que estaban sin hogar durante la pandemia sigue en la misma situación.

Cada mañana camina unos tres kilómetros hasta la iglesia de San Antón, donde desayuna y espera por la zona hasta el bocadillo de mediodía. En un año, esta organización ha pasado de dar 150 raciones diarias a 300.

Hay un 24,5% más de personas sin hogar que hace una década

28.552

22.938

21.900

2005

2012

2022

«La calle es el último recurso», afirma Paula Chena, trabajadora social de San Antón desde hace cinco años. «Hay casos cronificados, muchos se acostumbran y crean pequeñas familias. Se dicen dónde dormir. Muchos van al aeropuerto». En las terminales de Barajas duermen 190 personas, según los datos del ayuntamiento de Madrid. «Lo eligen porque es un entorno más protegido, con calefacción y baño, del que no se les puede echar, al ser un espacio público», certifica Cristina Iglesias, del Equipo de Calle. «Pero si dejan sus pertenencias sin cuidar, acaban en la basura. Luego pasan el día en Madrid. Rotan mucho, aunque de noche suelen ir a los mismos sitios, porque es difícil encontrar un sitio donde sentirse cobijado».

Y a veces, cuando lo tienen, los desalojan, como le pasó en Gijón a Rubén, asturiano de 45 años y con un 70% de incapacidad. Extrabajador de la construcción por accidente laboral, colocó un suelo pladur a su tienda de campaña y hace unas semanas «lo tiraron todo».

Con una mochila, Óscar se mueve por la ciudad. Lleva zapatillas blancas talla 38. «No son de mi pie». Algunos días acude a las puertas de un supermercado donde sus antiguos vecinos le dan dinero o comida. «La vergüenza que estoy pasando pidiendo en el Mercadona, no la he pasado nunca».

¿Cómo te mira la gente?

En una nación con una renta per cápita de 28.200 euros anuales, gente como Óscar vive sin una moneda en el bolsillo durante días. Hace algún trabajo en la construcción cuando le contratan por días. «El miércoles tendré dinero para lavar mi ropa», dice.

Un 5% pide dinero a «gente de la calle»

29,8%

Sin ingresos

13,8%

Pensiones*

11,2%

Familiar y amigos

9,3%

Trabajo y prestación de servicios

7,6%

Renta Mínima Inserción

6,5%

ONG

5,8%

Gente de la calle

4,9%

Ingreso Mínimo Vital

3,8%

Venta objetos

3,5%

Otras prest. públicas

2,6%

Desempleo

*Pensión de invalidez, jubilación, viudedad y no contributiva

0,7%

Otros ingresos

Algunos se imponen un horario de trabajo, como Cristóbal, que con 61 años lleva ocho al raso. Va a las puertas de un supermercado de Cáceres a las 10 de la mañana y se queda hasta mediodía. Luego vuelve de 18:00 a 21:00 horas.

Óscar pasa la tarde en su lugar de pernocta, luego camina al centro y se entretiene en una plaza. Al anochecer vuelve a su campamento. «No me hace falta comida, pero sí mi sitio donde descansar». En la calle no se duerme, coinciden varias personas que han vivido esa experiencia. «Todos los días en tensión», confirma él. «Dormir en el centro es muy malo, está muy cerca de la población y a la gente se le va la olla», asegura Óscar, que quisiera que le asignen un cuarto de pensión «para reorganizar mi vida. Aunque cobres algo, no alcanza para pagar una habitación ni para la fianza».

«Yo prefiero volver a la prisión antes que seguir en la calle. Ahí duermo en una cama, tengo agua y comida caliente». Y desaparecen, como Juanjo, en Murcia. En octubre, sentado en los escalones de la iglesia San Juan de la Cruz, contaba los días para lograr la jubilación. Poco después, la policía le detuvo por robo con fuerza y hoy duerme entre rejas.

En uno de los antebrazos de Óscar están grabadas las iniciales de sus tres hijos, de 20 a doce años, a los que no ve.

La mitad de las personas en situación de calle tiene hijos

51%

48%

No tienen hijos

Tienen hijos

0,6%

No consta

22,6%

77,2%

Conviven con alguno

No conviven con ninguno

0,1%

No consta

«En la realidad del sinhogarismo, a veces los hijos no saben cómo está su madre o su padre», refiere García Fernández. «Ellos no quieren que sepan cómo están ni dónde. Si hablan, les dice que está bien. Algunas mujeres han perdido la tutela, o los hijos son mayores de edad o están en acogida. Recuperar ese vínculo puede ser muy difícil».

Después de desalojar a otras 17 personas sin techo del parque, según sus propios cálculos, Óscar sólo comparte la rotonda con su «tío» Carlos, un hombre que tiene diez años en la calle, que goza de algunas prestaciones (subsidio, centro de día) y que también estuvo en prisión.

«No quiero volver», explica Carlos, que ha recorrido varias ciudades españolas viviendo en la calle. Tiene 52 años, salió de prisión en 2014 y «no quería robar más». «Los albergues nunca me han gustado. Tienes que estar muy pendiente de tus cosas. Te faltan el respeto o les huelen los pies. Es mejor dormir solo». En el campamento del Parque del Oeste, Carlos y Óscar tienen una tienda de campaña cada uno, separadas por un seto y un par de metros.

Caldo caliente

Bajo las luces de neón
En la espalda de la ciudad, a pocos metros de los letreros luminosos de las franquicias, los cartones se ordenan en el soportal, cinco en tres metros cuadrados que hacen esquina en una plaza de la Gran Vía. Cerca de medianoche llegan dos de sus dueños para alejarse de las luces de neón. Una voluntaria de Solidarios, Carla, les convida caldo caliente.

Logroño

Murcia

Madrid

Valencia

Ella lleva cuatro años recorriendo las calles. Ninguno de ellos, ni de los que encuentra por su ruta, estaba entonces. No duran demasiado, sostiene Carla, al menos en la misma zona de Gran Vía. Algunos han logrado la cesión de un piso compartido por parte de alguna organización de las llamadas ‘housing first’, que regentan ONG cuyos ingresos provienen de subvenciones o contratos públicos. Albergan al 18% de las personas en situación de calle, según la Memoria del año pasado de Hogar Sí, que atiende a 1.750 y recibe unos 30 millones (el 89% de su financiación) de organismos como el Ministerio de Derechos Sociales y los gobiernos regionales de Madrid, Murcia o Andalucía.

Otras asociaciones tienen una financiación más modesta, como Aires, que funciona con 160.000 euros de subvenciones públicas, según su última Memoria (2020), y otros 35.000 de aportes privados, como los de la Fundación ‘la Caixa’ que impulsa diferentes iniciativas contra el sinhogarismo, como el proyecto La Morada Housing First, o la Hospedería Social Sagrada Familia, de la Asociación Emaús Rural de Cervera, en Lleida, merecedora del Premio a la Innovación Social de esta entidad.

¿Qué es lo que te ayudaría a salir de esta situación?

Otra organización, de tamaño medio, es Realidades, que atendió a 210 personas en situación de calle en sus «centros de día» el año pasado, con un presupuesto de 2,7 millones de euros, la mayoría subvenciones. Ninguna de estas asociaciones permitió, a pesar de los requerimientos de este periódico, conocer de primera mano sus actividades. Ahora bien, las «personas alojadas en viviendas de programas housing first» eran 410 a finales de 2020. Son datos del Ministerio de Asuntos Sociales, en su documento ‘Estrategia Nacional para la lucha contra el sinhogarismo en España 2023-2030’. Suponen un 1,5% de los sinhogar.

Qué afirman de las personas sin hogar que necesitarían para salir de la situación en la que están

92%

una vivienda

o habitación

78%

un trabajo

38,6%

una prestación económica

El modelo de alojamiento está en revisión, porque solo el 40% duerme en la totalidad de albergues. Para Carlos, desde su tienda de campaña, «es un negocio» y, a su lado, Óscar insiste en una idea que reitera varias veces: «No me dan ayudas porque el dinero es para los inmigrantes».

A 450 kilómetros de allí, Haitam Bakkour, marroquí de 25 años, despierta en el centro Hotzaldi de Cáritas, en San Sebastián, donde vive desde verano. Tiene cama, taquilla, ducha y lavadora de ropa.

¿Por qué hay personas que prefieren estar a la intemperie las 24 horas, a la espera de otra solución, como una habitación de pensión o de okupa? «La problemática de los albergues es que hay muchas personas con momentos vitales distintos», reflexiona Iglesias, que también coordina la campaña de frío de Madrid. Coincide Sandín, el responsable del Programa de Atención a Personas Sin Hogar de Solidarios para el Desarrollo: «Los albergues fallan en que no dan un espacio propio. Ellos no deciden sus horarios, es como una cárcel. Y si no los sigues, te echan».

Desde hace tres años, María se hospeda en «la pesadilla de los albergues, que tienen un régimen casi fascista». Ahora está en uno de gestión privada. «Yo vivía muy bien, pero me quedé sin dinero, sin trabajo, y el padre de mis hijos, un arquitecto, no me quiso ayudar». Durmió al raso. «Me intentaron violar, y todo lo que tenía, dos maletas y el móvil, me lo robaron. Tuve que salir corriendo», recuerda. «No tenía experiencia. La gente de la calle se roba entre ella».

Personas sin hogar víctimas de algún delito

o agresión

68,9%

65,2%

39%

han sido amenazados

han sufrido robos de pertenencias

y/o documentación

han sido agredidos

21,9%

de las mujeres han sufrido algún tipo de agresión sexual

(en el caso de los hombres

es un 4,5%)

Las vejaciones abundan: «A mí me han llegado a mear tres chavales, otros me echaron cerveza por encima, también me han echado excremento de perros», relata Elías, que vive en Logroño. Y después de una agresión, el trauma. A pedradas despertaron a Paco en unos huertos del barrio valenciano de Benimaclet. Desde entonces busca un lugar «secreto» que nunca revela.

Llegar sin nada

Desde muy lejos
Con el sueño de conquistar Europa, Tommy llegó a España en octubre de 2021. Nació en Perú, tiene 36 años y una hija de 17. El primer año tuvo trabajo, en la construcción, relata. Ganaba bien y cobraba en negro. Encontró pareja y se fue a vivir con ella. Perdió el trabajo por «una inspección». Hace 75 días, ella le pidió que dejara la casa. Ahora duerme en el suelo, sobre cartones. Con la lluvia se refugió en una cabaña de niños en un parque infantil y luego en un cajero. Perdió su abrigo, sólo tiene un jersey de algodón. «Me estoy muriendo de frío. Me duelen todos los huesos», lamenta.

¿De qué te acuerdas más?

«Me robaron, me quedé dormido en un banco. Un tal Juan. Lo agarré y le pegué después. No me denunció pero estuve en el calabozo. Verse en la calle te hace duro», recuerda Tommy.

Casi la mitad de las personas sin hogar son extranjeras

50,1%

49,9%

Españoles

Extranjeros

53,3% África

25,9% América

16,7% Europa

4,1% Otros

Casi la mitad lleva más de cinco años en España y dos de cada tres tiene menos de 45 años. «Podría volver pero el Perú está muy jodido», dice Tommy, que tiene una orden de expulsión y el pasaporte retenido por las autoridades. «Hemos hecho un grupo, nos ayudamos. Somos prácticamente una familia y nos la ingeniamos para comer. Pesaba 95 kilos y ahora menos de 80. El estómago se te reduce y ya no tienes tanta hambre. Me quedé solo y me ganó la depresión. Ya lloré demasiado».

¿Qué es lo que más echas de menos?

En situación irregular también está Nicolai. Pide dinero en la puerta de un hipermercado y duerme bajo los arcos de un edificio residencial en un extremo de la ciudad. Tiene 75 años, vino de Rumanía.

La edad media de estas personas se sitúa en 42,9 años

21,1%

30%

43,3%

5,5%

>64 años

Entre 18 y 29 años

Entre 30 y 44 años

Entre 45 y 64 años

No habla bien español. «No tengo nada», dice, sobre el colchón bajo un soportal donde duerme rodeado de palomas. Una busca el calor de su cuello. Debajo del saco de dormir guarda un palo de madera. Dice que se sabe defender, que fue mercenario durante 12 años en Asia.

Su historia, como todas las demás, sólo se puede contrastar con quienes le atienden y la han escuchado antes. Los datos son vagos; las referencias comprobables, nulas. La realidad: Nicolai duerme en la calle y espera un cupo en una residencia de mayores, que le gestionan los servicios del ayuntamiento.

La salida

Volver a un hogar
La vida de Catalina empezó «a ir mal» cuando un hipermercado abrió al lado de su venta de abasto en Asturias y murió su esposo. Su hija, que estaba en Canarias con su pareja y sus dos hijos, le dijo que se mudara con ella. «Pero ellos discutían mucho», recuerda. «No podía soportarlo» y se marchó a sus 61 años a una tienda de campaña «detrás de un campo de fútbol, en un huequito». Así pasó un mes, «casi sin saber nada de nadie». Su compañía fue su mascota, un yorkshire.

De tus pertenencias, ¿a qué le tienes más cariño?

«Las personas sin techo no son invisibles, pero los convertimos en nada», denuncia Sandín. «Cuando llegan por primera vez a la calle, no les ve nadie. Se esconden». Lo confirma Catalina: «La clave para mi supervivencia fue esconderme. He visto muchas palizas a chicas. Luego, ¿cómo comes? Por mucho dinero que te den, ¿con qué cocinas? Para lavarte, tienes que pedir agua, pero no te duchas».

El documental

Historias de la calle
Virginia Carrasco
Llegó el mal tiempo y buscó cobijo en otros lares. «Cuando vi la gente, me quise morir. Todos hombres, bebidos, y yo sola». Tenía claro que quería volver a su vida. «Tengo tres hijos y tres nietos: ¿Cómo voy a acabar borracha en una esquina?». Hasta que llegó la «ayuda en carretera», como dice con cierto humor. Cáritas la socorrió con mantas y luego le buscó un lugar para dormir. Pero allí no aceptaban animales y ella se negó a abandonar a su perro de diez años. «¿Cómo lo voy a dejar? Yo no puedo hacerle al perro lo que me hicieron a mí, dejarme en la calle».

También Paco, valenciano de 66 años, prefiere vivir con su perro. Se llama Trol y le prepara chocolate caliente por las mañanas, que le pone en un tupper en un parque. «Cuando muera, me iré a algún lugar con mis animales», dice.

«Pasaron meses», dice. Catalina tiene las fechas marcadas: de un diciembre al siguiente septiembre. Una noche un hombre quiso entrar en su tienda de campaña. «Me ayudó una vecina». Tanto ella como la ONG cedieron. Ella dormiría bajo techo y el animal, en el patio del albergue.

En la recuperación, «cada persona tiene su proceso», asegura García Fernández, jefa del departamento de Atención de Personas Sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid. «Los hay lentos, con largas trayectorias de calle, y otros rápidos, porque la persona no ha perdido autonomía y su trayectoria es reciente. Hay casos en que se incorporan a un empleo y tienen vida independiente. Hay otros que entran y salen de los programas de manera voluntaria, o no acceden nunca a un recurso o se quedan mucho tiempo en un centro». «La gente tiene que entender que nadie está en la calle porque quiere», sostiene Santos, la psicóloga de Cáritas. «No son irrecuperables, pero hay que acompañarles para que reclamen sus derechos. El reto es que recuperen su autonomía y trabajen sus potencialidades».

¿Qué te gustaría que supieran de ti?

Catalina hizo cursos de cocina, inglés, manipulación de alimentos, ayudante de camarero. «Me dediqué a hacer cosas para reciclarme», dice quien siempre había trabajado en la hostelería y en su propio negocio. Empezó a cobrar el ingreso mínimo vital. «No tenía gastos, guardaba mi dinerito y empecé a buscar piso». Una persona del mismo centro encontró trabajo: ya tenía nómina y podía optar a un alquiler. Decidieron compartir piso. Cada uno paga 220 euros al mes. Hace un año que Catalina tiene un hogar.

Ella ya no forma parte del conteo oficial.

Con sus casi 30.000 personas sin hogar, España no es la excepción del entorno. Alemania suma más de 300.000, Francia alrededor de 150.000 e Italia, 50.000, según los datos de la Federación Europea de Organizaciones Nacionales que Trabajan con Personas sin Hogar. Unas 700.000 en el conjunto de la Unión Europea. Las cifras oficiales españolas aumentaron un 24,5% en una década, pero no incluyen a los que no piden atención en los servicios de alojamiento o de comedor, ni a los que se establecen en poblaciones de menos de 20.000 habitantes.

¿Y qué pasa con los que no están en las estadísticas?

Entre las excluidas del conteo oficial está Y. Ella dice que tiene 17 años pero su DNI indica que cumplió 20. Su madre llegó de Marruecos y hablaba mal el idioma, justifica Y. el error en su documento. No quiere ayudas. Con repugnancia dice que ha pasado ya por centros de menores. Un fuerte carmín se desliza de sus labios hasta una mejilla y el rojo se une al negro del rímel de sus largas pestañas postizas, que también se escurre por su piel. Cuida su peinado, viste pantalones de imitación cuero negro. No quiere hablar, recela de la comunidad exterior a su círculo de personas sin hogar: un par de hombres y una mujer que también vivía a la intemperie y que ahora ejerce la prostitución. Esa mujer duerme donde trabaja. Ya no es una sintecho para las estadísticas, pero sigue sin hogar.

Créditos
Esta narrativa se compone de las historias narradas y documentadas por los profesionales de El Correo, El Diario Vasco, El Diario Montañés, La Verdad, Ideal, Hoy, Sur, La Rioja, El Norte de Castilla, El Comercio, Las Provincias y la Agencia Colpisa.

Narrativa Sara I Belled

Texto Doménico Chiappe

Audiovisual Virginia Carrasco

Audio Luigi Gómez y equipo de audio y podcast de Vocento.

Infografía Sara I. Belled, Lidia Carvajal

Maquetación Belén Almendros

Desarrollo Denise Lugones y Javier López

Texto en la fuente original
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