El muchacho que quería morir de pie
El foco · No debemos caer en la tentación de pensar en el porvenir como un suceso lejano sobre el que no tenemos ningún control porque, no nos engañemos, el futuro ya está aquí
Diario Vasco, , 20-11-2023eo una colección de ensayos del filósofo Santiago Alba Rico titulada ‘De la moral terrestre entre las nubes’ (Pepitas de Calabaza, 2023). El libro reúne textos publicados en los últimos años que tratan, con la lucidez que caracteriza a su escritura y su pensamiento, de temas tan diversos como el significado profundo de la extinción de cierto caracol o el apocalipsis de ciertos insectos, la vigencia política y ética de la obra de Benito Pérez Galdós, el debate sobre el velo y la islamofobia en Francia, o un conjunto de reflexiones deslumbrantes sobre el confinamiento y la pandemia. En todos sus ensayos, Alba Rico transciende la anécdota o el análisis de la actualidad para reflexionar sobre la condición humana y su potencialidad para hacer el mal y el bien, para abrazar al diferente y destruirlo, para crear vínculos que nos fortalecen y nos destruyen. Leer sus ensayos es encontrar un candil con el que guiarse a través de la niebla densa que confunde nuestra comprensión del hoy y el ahora.
Un tema recurrente en esta colección de ensayos es todo lo que estamos perdiendo como civilización por haber abrazado el sistema capitalista, ese dios llamado «mercado», devorador y destructivo, y por aceptar su dictadura como única forma de vida posible, a pesar de ser conscientes de la degradación de lo que él describe como «mundo antiguo común llamado Tierra». En un ensayo titulado ‘El tomate platónico y la lucha contra la extinción’, el autor recuerda las palabras de Rafael Barret, cuando defendía que es bueno no solo quien ama su familia por encima de sí mismo, a la patria por encima de su familia y a la Humanidad por encima de su patria (que diría Montesquieu), sino quien «ama a la Humanidad futura» por encima de todas las cosas. Señala Alba Rico que los ateos (y las ateas, entre quienes me incluyo) sí creemos en un más allá, que son nuestros hijos y nietos (también los que no tenemos descendencia creemos en ellos), que de una forma más o menos directa heredarán el mundo que ahora construimos y destruimos. Y no debemos caer en la tentación de pensar en el porvenir como un suceso lejano sobre el que no tenemos ningún control porque, no nos engañemos, el futuro ya está aquí: «la humanidad futura reside ya entre nosotros», señala el autor, y «protegerla del mercado –que solo conoce el presente– significa proteger también el pasado, la memoria de nuestros relatos y nuestras semillas, la democracia de los muertos, los vínculos largos que permiten recordar las lecciones y anticipar soluciones».
En otro breve ensayo, que tiene el provocador título ‘Una defensa de la nostalgia’, Alba Rico incide en la necesidad de protección del pasado y la memoria porque sin ese conocimiento antropológico, cultural, singularmente humano, no somos capaces de crear vínculos y nos perdemos en la confusión de un presente que es al mismo tiempo denso y continuamente cambiante. «Estamos confusos», señala el autor, y yo no podría estar más de acuerdo. Una de las explicaciones de ese estado de confusión es «la disolución material irreversible (¡material!) de los lugares donde se han fraguado, durante siglos, las relaciones entre los nombres y las cosas y, de manera subsidiaria, las relaciones entre los propios humanos». Cada vez más vivimos en espacios sin cuerpos y sin rostro, sin tacto y sin mirada, sin aire y con la única luz que refleja la pantalla; espacios donde la información fluye a borbotones pero no informa; espacios donde podemos gritar pero no deliberar. En este contexto de pérdida de cuerpo, de presencialidad en los lugares, el autor se declara no solo confuso, también conservador. Yo me apunto a ser conservadora de la forma en la que lo explica él: «Eso quiere decir que creo que la supervivencia de la humanidad solo es posible si cada generación hereda una serie de ‘datos’… ¿Pero qué ‘datos’?», se pregunta el autor. Y sigue: «hay que conservar la Tierra, pero no el arado de madera; la comunidad, pero no la mili; la tradición, pero no el machismo; la familia, pero no la de mis padres; la masculinidad, pero no la de pechos abombados; la españolidad quizás, pero no el españolismo».
Leo estas palabras mientras veo unas imágenes de varios jóvenes con aspecto de pijo clásico (no pretendo usar el término de forma despectiva, tan solo descriptiva), vestidos de la misma manera: camisa azul, pantalón tipo sastre, el pelo peinado con una perfecta raya a un lado y con el largo justo, y todos con la correspondiente bandera española atada al cuello, cual superhéroes patrios. Uno de ellos porta una pequeña pancarta de cartón que reza «prefiero morir de pie que vivir de rodillas». Me enfoco en este joven sin afán de personalizarlo, lo tomo como personaje representativo, como icono, para plantar algunas preguntas: ¿de dónde habrá sacado el muchacho esta famosa sentencia que se atribuye al revolucionario Emiliano Zapata, que repitió La Pasionaria y después Ernesto ‘Che’ Guevara? ¿Coreará al mismo tiempo que sostiene la pancarta eso de «puto rojo el que no bote»? La siguiente pregunta, relacionada, es qué ha heredado este joven de sus padres y abuelos, tanto en el sentido material como inmaterial, qué sabe de la historia española y qué memoria reivindica para salir a las calles con tal afán revolucionario, portando esa pancarta que invoca una muerte heroica y entonando (o escuchando, callando y otorgando) los cánticos que se han repetido estos días y no solo por parte de los que han ejercido violencia física («Sánchez dictador, viva Franco», «monos no, España no es un zoo», «Marlaska maricón», etc.), qué concepción de la comunidad, la tradición, la familia, la masculinidad y la españolidad a la que se refiere Alba Rico en las líneas anteriores le ha sido transmitida.
Y llego a la conclusión (tal vez injusta porque si defendemos que los hijos no tienen por qué pagar los pecados de los padres lo mismo debería ocurrir al contrario, que los padres no tienen por qué pagar los pecados de los hijos) de que ese joven, dispuesto a morir de pie, ha recibido como herencia directa o indirecta, familiar o sociocultural, una versión de la nostalgia que está en las antípodas de la que defiende Alba Rico, una versión en la que desigualdad de género se disfraza de protección a la mujer, la homofobia y la discriminación sexual de normalidad moral, el racismo de protección nacional, el desprecio a la diversidad y la pluralidad de defensa de la patria, el desprecio a los pobres de defensa de la prosperidad. Un conservadurismo, en definitiva, muy lejos del amor a todo lo que no sea lo propio.
(Puede haber caducado)