Un 'fénix' para renacer del frío del Estrecho
El País, 13-08-2006“Si no hay dinero en el mundo para pagar la vida de una persona y aquí se han salvado seis, yo soy multimillonario”
“Hay que llevar cariño donde no lo hay, a los que han sufrido, te cuentan cosas muy fuertes, cómo los paramilitares invaden sus aldeas”
La última persona a la que Manuel Fénix ha duchado estaba envuelta en una costra aceitosa y sucia porque había cruzado el Estrecho de Gibraltar escondido en los bajos de un camión. Y allí habría permanecido si las fuerzas de seguridad no le hubieran descubierto al llegar al puerto de Algeciras (Cádiz).
La mayoría de los inmigrantes que rescata Manuel Fénix Cornella (Rota, Cádiz, 1967), responsable del Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencias de la Cruz Roja en Tarifa, llegan en zodiac extenuados y a veces heridos. Las hipotermias son frecuentes. Las primeras graves que observó fueron tras el naufragio de una patera en Rota a finales de octubre de 2003. Pero lo peor fueron los muertos. “Tuve que estar sacando cadáveres varios días, aunque nunca pierdes la ilusión de encontrar a alguien vivo”, recuerda. El mar devolvió 36 cuerpos, aunque cuando una barca clandestina se hunde, siempre flota la sospecha sobre la cifra de víctimas que en realidad se ha tragado.
En aquel momento, Fénix era un simple – aunque experimentado – voluntario de Cruz Roja. Tras la tragedia de Rota, que obligó al Gobierno a corregir fallos en el dispositivo de salvamento, Cruz Roja agrandó su papel y recibió fondos públicos para montar dispositivos regulares de atención humanitaria en la costa gaditana. Uno en Barbate, para controlar el litoral occidental. Otro en Tarifa, para la zona oriental. A Fénix le ofrecieron hacerse cargo del equipo de Barbate y no dudó. “Dejé el trabajo y me vine”.
Ninguna otra actuación posterior alcanzó los tintes terribles del naufragio de Rota, pero Fénix no se inmunizó y siguió encogiéndose ante cada caso. Hace dos veranos, la visión de un subsahariano zarandeado durante 20 minutos por las convulsiones causadas por una hipotermia grave le conmovió especialmente. La temperatura corporal de aquel inmigrante había caído a los 34,5 grados, estaba inconsciente y el hospital más cercano, el de Puerto Real, a 61 kilómetros. Aurora Hernández, la enfermera de Cruz Roja, procedió a hacer lo habitual: desnudó al inmigrante, le inyectó suero intravenoso caliente y le realizó fricciones en el tórax y el abdomen para tratar de evitar el enfriamiento de órganos vitales como el pulmón o el corazón. El subsahariano tardó 30 minutos en superar la hipotermia. A Fénix le impactó. “Un día buscando en Internet vi la palabra infrarrojos y se me vino a la cabeza, ya sé lo que quiero”. Se fue al módulo que tienen en el puerto pesquero de Barbate y, en un fin de semana de trabajo obsesivo, diseñó y fabricó lo que había imaginado con la ayuda de su experiencia como electricista: una camilla con focos infrarrojos para combatir las hipotermias.
El pasado noviembre, la estrenaron con un grupo de subsaharianos rescatados en el mar, que tardaron entre 10 y 15 minutos en recuperar su temperatura corporal. “Aquel día fue el más importante de mi vida”, resume ahora. Los voluntarios de Cruz Roja no tuvieron que ir muy lejos para bautizar a la instalación: el fénix. En honor de su creador, Manuel Fénix, y en honor a su vocación, la de ayudar a revivir.
Por el fénix, que ya ha sido patentado, han pasado bebés ateridos tras una travesía por el Estrecho y numerosos inmigrantes. En Cruz Roja creen que ha salvado la vida de seis hombres que llegaron en condiciones de extrema gravedad al acelerar los tiempos de recuperación. “Si no hay dinero en el mundo para pagar la vida de una persona y aquí se han salvado seis, yo soy multimillonario, pero es un orgullo de todo el equipo”, sentencia. El orgullo de Fénix desprende modestia. Más que un trabajo, habla de un sacerdocio, lo que tal vez explique el éxito de su labor de proselitismo (en dos años ha logrado captar 105 voluntarios en Barbate). “He estado agotado, pero pensar que has salvado vidas es muy emotivo, yo no cambio esto por nada”.
Fénix vive para la emergencia. Trabaja 40 horas semanales, “pero de voluntario hago otras 40”. Su disponibilidad es tal, que descarta cualquier actividad ociosa que le pueda impedir salir corriendo. Ir al cine, por ejemplo. “Siempre tienes que estar preparado”, afirma.
El sistema de vigilancia implantado en el Estrecho ha permitido rebajar el tráfico clandestino de personas, pero Fénix no cree que sea el fin. “Mientras haya países ricos y países pobres, la inmigración seguirá”, reflexiona. “Mucha gente habla mal de los inmigrantes porque no van más allá, para nadie es fácil dejar su país”.
Su memoria está llena de relatos crudos. “Hay que llevar cariño donde no lo hay, a los que han sufrido, te cuentan de leones que han comido a sus compañeros o cómo los paramilitares han invadido sus aldeas, nos cuentan cosas muy fuertes”.Tan fuertes que, tras una actuación humanitaria con inmigrantes, todos los voluntarios comen juntos y hacen una terapia de grupo. Tan fuertes que basta una vaga reminiscencia para enrojecer los ojos de Manuel Fénix.
“Lloramos todos, damos patadas, nos desahogamos”, agrega a su lado Aurora, enfermera y pareja de Fénix. “La Cruz Roja nos unió”, dice el responsable del equipo. Así que nunca desconectan. Si durante su mes de vacaciones se produce una emergencia mientras siguen por Cádiz, reaccionan con su espíritu de voluntarios y salen zumbando hacia donde les necesitan. En realidad sólo desconectan una semana al año, cuando se refugian en alguna zona costera distinta a Andalucía. Siempre el agua en el horizonte. “Yo tengo que ver el mar, si no me falta vida”.
Donde jamás iría Fénix de vacaciones es a África, a alguno de esos países cuya desesperanza fabrica miles de candidatos a la patera o el cayuco. “Yo soy muy impulsivo, y no iba a estar tomando un refresco mientras la gente no tiene que llevarse a la boca”.
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