Editorial
El pánico de una Europa desbordada
Se disparará la tensión entre las distintas cancillerías, siempre con el dedo acusador en el vecino, como sucede en este mismo momento entre los gobiernos de Alemania, Francia e Italia.
La Razón, , 19-09-2023No parece que la Unión Europea pueda establecer un control ordenado de los crecientes flujos migratorios porque carece de una política común, sus gobiernos se mueven a impulsos de una opinión pública cambiante, no se hace cumplir los acuerdos bilaterales ya establecidos con los países emisores y, por si fueran pocos los problemas, el suculento negocio en el entorno de la inmigración irregular ha fortalecido a unas organizaciones mafiosas con múltiples tentáculos a ambas orillas del Mediterráneo, capaces de coordinar el embarque y el cruce marítimo simultáneo de varios miles de personas, a despecho de la carísima panoplia de medios de detección electrónica en poder de las fuerzas navales europeas.
Hablamos, además, de personas que arrostran las enormes dificultades de un viaje que con demasiada frecuencia termina en tragedia y a quienes impulsa la más poderosa de las fuerzas: la esperanza en una vida mejor para ellos y sus familias. Nada en el horizonte, salvo una meteorología muy adversa, permite suponer que el fenómeno migratorio vaya a perder intensidad en los próximos años.
Todo lo contrario. A medida que crezca la inestabilidad política, social y económica en el norte de África crecerá el número de los candidatos al cruce. A medida que se mantengan las malas condiciones de seguridad y de libertad en el Próximo Oriente y en el sudeste asiático, crecerá la presión sobre las fronteras exteriores de la Unión Europea y se disparará la tensión entre las distintas cancillerías, siempre con el dedo acusador en el vecino, como sucede en este mismo momento entre los gobierno de Alemania, Francia e Italia. La única nota positiva es que una dirigente política como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, habrá comprendido la enorme distancia que existe entre el discurso voluntarista y populista de la inmigración y la realidad de un problema que sobrepasa los medios de cualquier país.
Y, sin embargo, entre buena parte de la población europea se está creando el caldo de cultivo para que los vendedores de soluciones fáciles, directas y expeditivas, imposibles cuando, entre otras cosas, tratamos de derechos humanos, se impongan a caballo del pánico que provocan las imágenes de Lampedusa, las pateras de Canarias o las escenas de desorden y destrucción en las calles de Francia.
Pero, sin duda, Bruselas volverá a sus brindis al sol de la cooperación intracomunitaria, a seguir pagando fortunas a gobiernos incapaces de hacer cumplir las leyes y los tratados internacionales y la arbitrariedad que provocan las llegadas masivas de inmigrantes, con limitaciones a la libre circulación consagrada por el Tratado de Schengen. Pero lo hecho hasta ahora ha demostrado su clamoroso fracaso. Tal vez, la Unión Europea podría, al menos, intentar reducir en lo posible la potencia de las mafias.
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