Derechos humanos

El 'único' migrante de Djibouti en Barcelona: de ejercer la medicina a vivir en la calle

Said Tourab, que vivió en la calle varios meses, es médico y habla siete idiomas. Huyó de la represión de su país en 2011 y tramita el asilo político en España

El Periodico, Ángeles Doñate, 03-09-2023

Barcelona es una Rambla diversa, tan diversa, que incluso tenemos a un ciudadano de Djibouti –él cree que es el único en España-, Said Houssein Tourab, que conoce bien nuestras calles porque ha vivido literalmente en ellas. Este médico de formación que habla siete idiomas, tramita ahora el asilo político. Djibouti no tiene embajada en España y Said no conoce a ningún compatriota que resida aquí.

Su odisea empezó en 2011: trabajaba en Urgencias cuando la policía de Djibouti le pidió que identificara a manifestantes heridos en una protesta para arrestarles y él se negó

Si la resiliencia fuera un gen, Said lo tendría. Lo habría heredado de su padre, Houssein, que huyó a los 13 años de un matrimonio forzado con su tía y madre adoptiva en Djibouti, país africano situado entre Eritrea, Etiopía y Somalia. Siendo un niño, el padre de Said cogió un tren hacia Adis Abeba. Y allí creció como niño de la calle, viviendo en el mercado, pidiendo limosna y limpiando zapatos. Con 25 años, había ahorrado suficiente para volver a su país e iniciar una nueva vida. Se casó y trabajó duro para que su hijo Said tuviera una vida diferente. Murió cuando este era adolescente.

Su sueño es volver a ejercer la medicina y reunirse con su esposa y su hijo

“Pero el destino es el destino y no lo eliges”, dice Said, quien a sus 43 años ha acabado viviendo en la estación de Sants durante más de tres meses, después de huir de su país por motivos políticos y trabajar en Alemania. Este no era su primer viaje fuera de África. En su maleta, duermen su título de Medicina por la Universidad de La Habana y el de especialista en Urología por la de Rumanía, junto con sus sueños de futuro casi intactos. Su padre ni siquiera había podido ir a la escuela y él acabó el bachillerato como uno de los tres primeros de su promoción (2000). Una beca del Gobierno de Cuba le llevó a vivir ocho años en el país caribeño como estudiante.

Ahora, este médico con una vida digna de una novela de Jack London y que habla árabe, francés, español, rumano, alemán, somalí y affar, tramita el estatuto de asilado en España, mientras repite en voz alta el mismo sueño que su padre: que su hijo Ayoub, al que ha dejado en Djibouti con su mujer, tenga una vida más fácil. Ese deseo y el de ejercer la Medicina que tanto ama le han permitido mantenerse en pie, con dignidad y una sonrisa, a prueba de detenciones, centros, calle y soledad.

La represión de la primavera árabe
“El 18 de febrero de 2011, mi vida cambió por completo. La primavera árabe había llegado a mi país y yo ejercía de médico en Urgencias del Hospital General Peltier. Hubo una gran manifestación reprimida con mucha violencia. La policía vino a pedirme que denunciara a todas las personas que llegaban heridas para arrestarlas. Me negué a que mi servicio se convirtiese en una antecámara de la cárcel”, recuerda. A partir de ahí, empezó una cadena de sinsentidos: se le negó el estudio de la especialidad, se le cortaron beneficios laborales o económicos… y decidió buscarse la vida en el extranjero.

“De mi padre aprendí que cuando algo va contra tu dignidad tienes que manifestar tu desacuerdo de forma respetuosa”

En noviembre de 2013 consiguió su carta de aceptación de la Universidad de Medicina de Bucarest para estudiar Urología. En el 2014, volvió de vacaciones a su país. Las autoridades sanitarias lo citaron. “Me amenazaron con impedirme salir para continuar mis estudios pero logré llegar a Etiopía y de allí, regresar a Europa. Ese año mi mujer y yo nos adherimos al partido político de oposición, el CDU”.

“Aquí no soy nadie pero en mi país tuve como paciente al presidente”

A pesar de vivir a miles de kilómetros, su vida sigue pendiente de lo que sucede en ese pequeño rincón en el que habitan menos de un millón de personas. “El 21 de diciembre de 2015, el Gobierno agredió a sangre fría a mi comunidad, un subclan de la etnia Issa, que viven en el barrio más pobre de la capital. Celebraban una fiesta anual y solo reclamaban la abolición de la ley discriminatoria de la fecha de nacimiento 01.01. Miles de personas son señaladas con ella, lo que implica que no pueden acceder a determinadas ayudas o profesiones”. Esta ley, herencia de los colonizadores franceses, marca a todos los de su etnia: no importa que día hayan venido al mundo, en su certificado aparecerá esa fecha. Said tiene dos cumpleaños: el 21 de noviembre y el 1 de enero.

Uno podría pensar que el tiempo ayuda a olvidar, pero no. Mercenarios del Gobierno amedrentaron a su mujer para que se separase de él y acabó siendo agredida. “Me decretaron de nuevo la suspensión de empleo y salario, que no cobraba desde 2014. Una intimidación más para recordarme que siempre me esperan. Vivir allí significaría la cárcel, ser torturado… La tortura no puede describirse. Allí, simplemente hablar ya es un delito”.

Gracias al programa Derechos a la vivienda, ha dejado la calle y comparte piso con unos compañeros africanos

España, en la cola de Europa por el derecho al asilo
Al acabar su especialidad, trató de vivir en Alemania, donde llegó a trabajar. Pero la burocracia era muy lenta y él quería cumplir su sueño: ejercer de médico y poder reunir a su familia a salvo. Se mudó a Barcelona, los ahorros fueron desapareciendo y acabó en la calle. “Lo más duro es no ver a mi hijo, a mi familia, pero me impulsa el aliento de mirar hacia el futuro. Tengo esperanza: sé que no hay nada que dure para siempre. Igual que hoy paso una situación difícil, mañana puede ser mejor. Aquí no soy nadie pero en mi país soy una persona conocida. Hace años, hablaba como médico en el único canal de televisión de Djibouti y el mismísimo presidente se visitó dos veces conmigo. Eso significa que soy buen médico y lo conseguí con esfuerzo. Siempre tengo a mi madre y a mi esposa al lado, son también mi aliento”, afirma este hombre antes de añadir: “No me rendiré nunca porque soy hijo de mi padre, Houssein, que no se rindió nunca”, clama este hombre de mil vidas.

En los últimos meses, la suerte de Said ha empezado a cambiar. Gracias al programa Derechos a la vivienda (de HOGAR SÍ y Provivienda con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona entre otras instituciones), ha dejado la calle y comparte piso con unos compañeros africanos. Recibirá en breve la tarjeta roja –documento provisional que le permite, como extranjero procedente de un país en conflicto, quedarse en España mientras espera la resolución de asilo político- y ya ha tenido algunas entrevistas para trabajar como médico en cuanto la obtenga. Entonces, el reloj correrá más rápido para el único ciudadano de Djibouti–"o quizás seamos dos", dice- y el reencuentro con su mujer y su hijo estará más cerca. Y es que a veces, en las calles de Barcelona, las historias tienen un final casi feliz.

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