«Aquí al menos no caen bombas», dicen los refugiados de Lesbos
Entre 40 y 100 mujeres al día y sus niños reciben alimentación y clases en las instalaciones de When We Band Together Hellas, un oasis de paz donde escapan de las penurias del campamento
El Correo, , 04-09-2023La ONG guipuzcoana Zaporeak lleva, cada día, parte de sus raciones solidarias a las instalaciones de When We Band Together Hellas, una asociación que atiende a las refugiadas y a los niños que residen en el campo de Kara Tepe. Es un oasis de tranquilidad. Hay piscinas hinchables, una cancha de fútbol y de voleibol donde los chavales juegan. Allí dan desayunos, comen todos juntos e imparten clases de griego, inglés, francés o alemán, yoga o informática o redacción de currículums, Las mujeres encuentran allí un sitio para descansar y relacionarse donde se sienten seguras. En las instalaciones también hay un reparto de ropa, alguna de segunda mano y otra nueva, donada por la empresa donostiarra. Kifah Isalt Mohamed tiene 21 años y es de Somalia. Lleva tres años residiendo en el campo de refugiados. La vida en el campo, dice, «es dura y complicada» porque no tiene «baño ni cocina, y cuando quiero ir al baño tengo que ir acompañada y está lejos».
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Eva Molano
Si tiene que ir al baño compartido sola pasa miedo. Ya acumula ocho rechazos a su petición de asilo. Pero en las instalaciones se siente «feliz y segura». «Mi país no era seguro. Mi padre y mi hermano murieron por las bombas. Yo no quiero volver. Quiero quedarme aquí o en otro lugar». En el campamento reside con su marido y dos pequeños. A uno de ellos, nacido en Lesbos, le lleva en brazos. Dice que como han rechazado su petición de asilo, no le reparten comida, ni a ella ni a sus hijos. Aun así, en las instalaciones de la ONG puede comer lo que reparte Zaporeak.
En el campamento vive ahora en un pequeño contenedor. Hace calor en verano y en invierno, «pasa mucho frío» porque está justo al lado del mar. Atiyeh Rahimi, de 12 años, lleva un mes viviendo en el campo de Kara Tepe, donde llegó por mar con su familia. En Afganistán, asegura, «lo pasamos muy mal». «No es un país seguro. A mi tío trataron de matarle, aunque no lo consiguieron». A ella le gustaría quedarse en un lugar en el que «pueda estudiar y sentirme confortable y segura». «En el campamento estoy bien. No me siento muy segura, pero sí más que antes», relata.
En las instalaciones también juegan otras familias. «En Turquía yo no iba a la escuela, no teníamos papeles, nos trataban muy mal a los afganos. No había trabajo para mi padre, ni íbamos al colegio. Y en Afganistán había peligro para mi familia. Mi tío murió y mi abuelo luchaba y fuimos a Turquía. La vida es difícil, no sé el idioma, aunque creo que podremos irnos a Alemania o a otro país mejor». explica Faraidon, de 11 años, con su hermano pequeño, Fardin, de 8, y su madre Rabia, de 28.
En el centro comunitario de la ONG trabaja como voluntaria una chica española. «Me especialicé en derechos humanos y en acción humanitaria y siempre quise venir. Al acabar mi máster vine de voluntaria. Me quedaré todo lo que pueda. Intentamos darnos a conocer en el campamento, para que las mujeres y los niños sepan que aquí tienen un lugar seguro al que poder venir a relacionarse. Hay días que vienen 35 y otros 120. Se trata de que cuando reciban el asilo, puedan ser autónomas», explica Cira Villar Luna, de Málaga.
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E.M.
Decepción
Alba, otra voluntaria de Zaporeak de padre extranjero y madre de Barakaldo que estudia en Rotterdam Gestión de Conflictos Internacionales, fue ayer a repartir comida al campamento por primera vez. «Me quedé decepcionada, se veía que las organizaciones estaban fatal, que no había recursos. Había muchos niños. Ayer llegaron además 20 personas nuevas, porque arribaron otras dos pateras a la isla. La mayoría eran chicos jóvenes paquistaníes», explica mientras lava la verdura para la ensalada.
En la cocina se afana Jamal Jalali, de Afganistán, uno de los cocineros de Zaporeak. Lleva cinco años y un mes en Grecia. Antes, en su país, era sastre y producía ropa para mujeres. Ahora vive en la capital. Residió durante varios meses en Moria, el campamento donde llegaron a hacinarse 30.000 personas, y después pasó a residir en un piso en Mitelene, aunque fue trasladado de nuevo a Kara Tepe. Ahora vive con su madre y con su hermano. «La vida en el campo era muy difícil. Era difícil lograr comida, lograr trabajo… Algunos policías eran buenos, otros malos». Llegó desde la ciudad de Herat tras un largo periplo. «Ahora estoy contento, al menos mi familia está a salvo».
Su compañero Muhammad Aziz Ahmadi es de la misma ciudad, Herat, y reside con su mujer y con sus dos niños en Kara Tepe. Llegó a Grecia tras 17 intentos. «Veníamos 35 personas, pero diez murieron por el camino», relata. Aunque ha pedido asilo en dos ocasiones, en las dos ocasiones se lo rechazaron. Ahora tiene que esperar. La comida de Zaporeak sirve para complementar la única ración diaria que reparte el Ejército. Para conseguirla, hacen tres horas de espera, aunque ahora han colocado ventiladores para hacerla más soportable. Aun así, el 40% de los residentes en el antiguo campo de Moria padecían gastritis. Zaporeak también trata de repartir leche dos o tres veces a la semana. Y alerta del comportamiento de las mafias. Aunque solo siete kilómetros separan Turquía de Lesbos, les cobran al menos 1.000 euros por el pasaje, les embarcan con la gasolina justa y en ocasiones se quedan en la deriva y aparecen en calas sin acceso o se ahogan. En ocasiones, les abandonan en islas de Turquía tras haberles cobrado.
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