Las entrañas de Kara Tepe, el gueto de Lesbos
DV entra al interior del campo de refugiados en el que viven 3.300 personas, un recinto con estrictas medidas de seguridad y difícil acceso
Diario Vasco, , 04-09-2023Arriesgar la vida por tener un futuro. Una idea tan asociada y reiterada al hablar de las personas refugiadas que, después de casi diez años de crisis migratoria, puede sonar manida. Pero cada una de esas palabras cobra fuerza y crudeza al cruzar el primer control del campo de refugiados de Kara Tepe. Este recinto se extiende en un cuerno al este de la isla griega de Lesbos. Junto al mar y con vistas a la costa turca. Idílico. Como si fuera una forma de recordar a las 3.300 personas que malviven en este recinto, que llegaron a Europa cruzando esos siete kilómetros del Egeo, un cementerio marino que parece apacible pero que guarda cientos de vidas en su fondo. Una manera nada sutil de dejar constancia de quién manda y quién obedece.
El camino que sigue a la verja de acceso a Kara Tepe está junto a la zona azul reservada a familias. Hay más de mil menores de 16 años. Muchos han nacido en Kara Tepe, y la mayoría está condenada a convertirse en una generación perdida, sin escolarizar y con el estigma grabado a fuego de haberse criado en un gueto, de ser un refugiado. Crecer basando su vida en el sueño de querer convertirse en alguien, pero tener la losa de esa etiqueta tan incrustada que resulta casi imposible desprenderse de ella.
Nerea Melgosa y Xabier Legarreta observan flotadores en una playa.
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Nerea Melgosa y Xabier Legarreta observan flotadores en una playa.
Niños haciendo cosas de niños salen al paso de la furgoneta y hay que conducir despacio. «Hello!». Mortesha no tendrá más de 8 años, perdió a su padre en el frente en Afganistan, y después de un año en este campo, pronto podrá continuar su camino hacia Atenas. Un afortunado. Un niño extraordinariamente cariñoso, y que abraza a un desconocido como si no lo fuera. Parte el alma. Este no es lugar para nadie, pero mucho menos para un niño.
La furgoneta avanza por ese solar repleto de tiendas y contenedores blancos en los que refleja el sol y resulta cegador. El suelo de piedra blanquecina tampoco ayuda, pero es mejor que la tierra que había antes. Esta y otras muchas mejoras en la infraestructura del campo, se realizaron gracias a ongs como Movement on the ground, pero la foto de un voluntario dentro del campo concluyó con la expulsión de la organización, y en consecuencia, con los 3.300 refugiados como principales perjudicados. Por eso, las organizaciones que logran acceder insisten a sus voluntarios: «Nada de móviles dentro del campo. Nos jugamos mucho».
Varios migrantes caminan por un arcén cerca de Kara Tepe.
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Varios migrantes caminan por un arcén cerca de Kara Tepe.
La presencia policial es constante. Trescientos funcionarios recorren las pseudocalles del campo. El tipo de ‘alojamiento’ es variado. Algunos viven en contenedores con espacio para cinco pero en los que llegan a entrar quince personas. Otros, los de aquellos que llevan más tiempo, tienen construidos avances. Y muchas, son carpas de plástico en las que se filtra el agua cada vez que llueve, pero que prenden rápido en caso de incendio. Hace unos meses murieron seis personas en una de ellas. Tienen unos 50 metros de largo, y en su interior hay dos hileras de camastros y literas. Definitivamente, la intimidad no tiene cabida en Kara Tepe.
Sin comida para todos
Una especie de jaula entre la zona azul y la amarilla, en la que viven los solteros, es donde la ong guipuzcoana Zaporeak reparte comida a diario. Se hace una fila que parece interminable. Deben presentar una tarjeta con el número de raciones que les corresponden y que incluye un plato principal –en este caso arroz con pollo–, una pieza de fruta y pan de pita. Hombres, mujeres y niños de cualquier edad miran con detenimiento que el voluntario no se equivoque y meta de menos. Hacen un gesto de desaprobación si el tamaño de la manzana elegida es de las pequeñas, y a su vez resulta inevitable querer meter las de mayor tamaño en las bolsas de los niños que vienen a por las raciones de su familia. Llega más gente de la prevista y no hay comida para todos. Los menús de Zaporeak son, en teoría, un complemento al catering del campo, pero en la práctica es lo único que muchos refugiados se llevan a la boca. «Hay que mirar a los ojos y decirle a una persona que hoy no puede comer», lamenta Yakub Shabani, coordinador de la ong guipuzcoana en Lesbos.
La llegada de refugiados a la isla no cesa. En los últimos dos meses más de 2.000 personas han arribado a su costa, un 80% subsaharianos, aunque la mayoría de Kara Tepe es de origen afgano. Lesbos es una isla de contrastes. Playas en las que tumbarse a tomar el sol, pero que a escasos cien metros esconden una hilera de chalecos de niños y adultos desperdigados entre zarzas, un cepillo de dientes, un conejito de peluche. Objetos personales que sobrecogen, que dejaron atrás quienes tuvieron la suerte de cruzar el Egeo y nada más tocar tierra corrieron sin mirar atrás para no ser devueltos a Turquía. Las ongs conocen historias devastadoras de devoluciones en caliente, también de la violencia y la represión que la policía ejerce sobre los refugiados. Pero la denuncia pública pondría en riesgo la continuidad del proyecto. En Lesbos, lo justo choca con lo prioritario, y la prioridad es dar de comer.
«Cada día en Lesbos estamos más orgullosos de Zaporeak»
La visita de la comitiva vasca en Lesbos, liderada por la consejera de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno Vasco, Nerea Melgosa, y el director de Migración y Asilo, Xabier Legarreta, llega a su fin. «Cada día que pasamos en la isla estamos más orgullosos de la labor de Zaporeak, de su profesionalidad y el reconocimiento que tienen entre las entidades locales», enfatiza Melgosa, quien confía en que este viaje haya servido para dar a la organización guipuzcoana el «respaldo» que necesitan para seguir ejerciendo una labor tan necesaria. Peio García Amiano, uno de los fundadores de la ong, hace hincapié en que hace años que Zaporeak dejó de ser «una idea de cuatro personas de Intxaurrondo» para convertirse en un «proyecto de la sociedad vasca. Y esta visita ha sido el remate para seguir yendo todos de la mano».
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