Entre Kafka, la tolerancia y el racismo

El País, 08-08-2006

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En el número 18 de la calle de la Loi, una de las arterias que une la ciudad vieja con los modernos edificios de la UE, las autoridades han instalado un curioso artefacto, parecido a un termómetro, para medir la eficiencia de la lucha contra la burocracia. Es el llamado Índice Kafka. Una idea piadosa del Gobierno del liberal Guy Verhofstadt, que pretende estimular las iniciativas ciudadanas para aliviarles del tormento del papeleo absurdo y los reglamentos innecesarios, una de las mayores causas probadas causantes de la infelicidad humana.


Tras año y medio de funcionamiento, el Índice Kafka marca un 82%. Una ponderación bastante elevada que indica cierto éxito al haber logrado ya la supresión de más de 150 normas que eran ya verdaderas antiguallas. Algunas tan pintorescas como la regulación del carné de fans para los partidos de fútbol o la autorización para el uso del bastón blanco para ciegos.


Pero como en tantas otras facetas, los belgas sorprenden. Quizá alertados con la que se les venía encima con la nueva factoría de papeleo de la Unión Europea han creado de esta manera su propio antídoto contra la burocracia para no perturbar su modo de vida profundamente tolerante. Porque sólo unas amplias dosis de tolerancia explican que a pesar de su instinto por la regulación, Bruselas sea una de las capitales que ofrece mayores facilidades para los mingitorios al aire libre, algunos tan clásicos como los adosados en los muros de vetustas iglesias como Santa Catalina. Unos equipamientos que resuelven muchas urgencias en una ciudad especialmente bien equipada de bares y viejos cafés como A la Morte Subite, Le Cirio, le Falstaff, el Rey de España o Greenwich, que ofrecen todas los tipos imaginables de cervezas, inspiradas por los trapenses.


El mejor registro de la tolerancia belga aparece en su reconocida tradición como tierra de acogida. Empezando por su dinastía los Saxe – Cobourg y siguiendo por literatos y revolucionarios como Louis Auguste Blanqui, Victor Hugo, Alejandro Dumas, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, hasta Carlos Marx y Federico Engels, donde escribieron el Manifiesto Comunista en Le Cygne, la sede del gremio de los carniceros, en la majestuosa Grand Place.


La proliferación de etnias, especialmente visible en el metro, marca también la imagen y el pulso de la ciudad. El país acoge a cerca de 900.000 inmigrantes, para una población total de 10,5 millones. Aunque los italianos, llegados en la posguerra para trabajar en las minas continúan siendo el colectivo más numeroso, los magrebíes y otros pueblos del África subsahariana están cada vez más presentes, agrupándose por su origen en los distintos barrios o entremezclan como en Saint Josse.


Los inmigrantes, especialmente los “sin papeles” son ahora los que se sienten más impotentes ante la indominable maquinaria administrativa que denunciaba el escritor de Praga. En este territorio el Índice de Kafka es insensible. Pero en Bruselas hay una verdadera fronda de asociaciones e instituciones civiles que recordando los principios constitucionales, exigen “a los poderes públicos la regularización de la situación administrativa de los sin papeles sobre la base de criterios claros y humanistas”, como lo hacían recientemente las logias masónicas del Derecho Humano, La Gran Logia de Bélgica y del Gran Oriente de Bélgica.


Este llamamiento es un inquietante reflejo de la creciente alarma que provoca el avance de la violencia racista de la mano de la extrema derecha en Bélgica, que ha producido tres asesinatos en pocos meses. Ante el auge del neofascismo, el difícil equilibrio entre burocracia y tolerancia que permite sobrevivir aunque con dificultades a 153 etnias distintas puede irse al garete. Aunque resulte paradójico, en este caso la concesión de papeles a los indocumentados no supondría ningún mal indicio para el Índice de Kafka.

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