El Negrero

La Verdad, 06-08-2006

Eran las siete de la mañana. Estaban sentados, unos junto a otros, sobre la acera, con sus camisetas de color chillón, que resaltaban el chocolateado intenso de sus pieles. Bien aseados y con los codos apoyados sobre las rodillas, esperaban pacientes, como un grupo de colegiales disciplinados, empeñados en ofrecer buena imagen.

Sin que se inmutaran, se detuvo frente a ellos una furgoneta, conducida por un rústico individuo, de vientre orondo y pelos en pecho. El hombre se apeó y, sin decir palabra, se subió al chasis del vehículo, para poder divisar mejor, por encima del techo, al grupo de inmigrantes que aguardaban sentados. Después de escrutarlos atentamente, con voz ronca y marcial, gritó, señalándoles con el índice: «Tú, tú, tú, tú el de la derecha, y tú también. No tú no, el otro, el más negro. Tú y tú, el de verde, y tú, venga, tú también. Bueno no, tú ya no cabes».

Con caras inexpresivas, los más endebles y los de aspecto más huraño se quedaron sentados, mientras el rebaño elegido se dirigía hacia la furgoneta. Sin más presentación, ni explicaciones, se apiñaron en el interior del vehículo, para seguir a su negrero, con destino a un tajo desconocido e incierto. En un Estado llamado de bienestar, la historia se volvía a repetir, ahora con nuevos protagonistas. Para colmo, esa anónima mano de obra, sin posibilidad de elección, debía de sentirse agradecida a sus benefactores explotadores.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)