Con la vida en España y Marruecos en la piel
ABC, 06-08-2006TEXTO: MARÍA J. PÉREZ FOTOS: JAIME GARCÍA
MADRID. La carnicería de Mohammed es como las de toda la vida, como uno de esos pequeños comercios de paredes blancas y estantes con productos de ultramarinos. Si no fuera por el nombre en el rótulo de la puerta y por las páginas del Corán enmarcadas en la pared, en nada se diferenciaría de esas tiendas de barrio que, hace treinta años, aún no temían la competencia de los supermercados. La de Mohammed sólo lleva abierta desde 1994, aunque su dueño varó en Madrid cuatro años antes. «Vine a trabajar y a ganarme la vida», recuerda, mientras devuelve el cambio a un cliente.
Como él, otros muchos marroquíes han visto en España un lugar de oportunidades. La suya es la comunidad de inmigrantes más numerosa en nuestro país. Las cifras del padrón recuentan, a uno de enero de 2006, a 535.009 nacionales del país africano. Esto supone un 13,7 por ciento de los 3.884.573 extranjeros que, según el Instituto Nacional de Estadística, residen en España. Alfonso De Esteban, catedrático de Sociología en la Universidad Rey Juan Carlos, no confía en estas cifras. «Se habla de que hay de setecientos mil a un millón de inmigrantes marroquíes, a través de gente que no está regularizada». Además, considera que los padrones son menos fiables que los censos, porque en las viviendas se pueden registrar más inmigrantes de los que viven en ella. «Lo hacen para pedir la regularización. Ya tienen una vivienda, y si pueden demostrar que ya estaban trabajando…» La mayoría, sin embargo, tiene los papeles en regla, explica De Esteban.
«Lo mejorcito es España»
«Vienen hombres jóvenes y en principio, solteros. Luego, si están casados, vienen con la mujer y los hijos», comenta De Esteban. Son afirmaciones que avalan los datos del padrón: en él se registraron 182.162 mujeres frente a 352.847 hombres, que suponen un 66 por ciento del total. Sin embargo, sólo unos pocos contraen matrimonio con españoles. «Se han producido cerca de cincuenta mil matrimonios mixtos. No sabemos si un diez por ciento pueden ser de marroquíes», calcula De Esteban. La regla se cumple con Mohammed. Llegó con 24 años y sus papeles en regla. Vino solo y en España únicamente conocía a algunos amigos. Ahora vive con su familia: su mujer y tres hijos. Empezó a trabajar en una carnicería y tras cuatro años, montó la suya propia.
«Ahora, lo mejorcito es España. Este país está saliendo adelante. Está en ese momento… Pronto los españoles podrán descansar y se equipararán a los demás países europeos».
Hace 17 años, Rouchdi encontró en Madrid una ciudad «que te acoge». Llegó con su hermano y, pese a la oposición de su padre. Su primer trabajo fue como camarero, pero pasó 6 meses por la construcción. Cuando empezó como peón, ganaba 25 euros al día. «Ahora, cuántas más horas echas, más dinero ganas. Pero, como hay tanto extranjero, no se gana mucho». Las cosas pueden ir peor: «Incluso, puede que no te paguen. El que te contrata no es el dueño de la obra… le acabas buscando por la tarde en los bares en los que más para, porque no hay oficina. La oficina es una furgoneta», cuenta con voz calmada, mientras se termina un café sentado a la barra del bar que ahora gestiona. Ha hecho su vida aquí y quiere quedarse.
Vienen, sobre todo, a trabajar, afirma De Esteban. En la agricultura, en los invernaderos, y en la construcción. «En el sector servicios tardan más en incorporarse que otros inmigrantes por la barrera del idioma». Abunda, entre el colectivo, el subempleo y la economía sumergida. «Los salarios están bastante más bajos que los medios de cualquier sector. Del 25 al 30 por ciento, aunque son estimaciones». Esta peor parte se la llevan, sobre todo, aquellos que no tienen sus papeles en regla. La marroquí no figura entre las comunidades de inmigrantes más emprendedoras, pero «aparecen negocios de comercio cotidiano, por ejemplo, carnicerías». Otro de sus problemas es la vivienda. De Esteban advierte que se están formando guetos y que es necesario frenar esta tendencia.
«Allí es necesario enchufe»
Abdel tiene 26 años y comparte raíces con Mohammed y Rouchdi pero, a diferencia de ellos, abandonó su país, no para trabajar, sino para estudiar. «Tenía más oportunidades aquí, Allí es necesario mucha nota y, sobre todo, enchufe». Su castellano es tan tímido como sus gestos. «Estudié Administración». Ahora atiende un locutorio, pero a él le gustaría trabajar en informática.
También la mujer marroquí trabaja. «En España, la situación de la mujer mejora. Hay una parte cada vez más importante que empieza a trabajar. Si no, es difícil que puedan adquirir una vivienda». Sin embargo, en opinión de De Esteban, el peso de la familia es aún muy importante. «La actitud machista se mantiene, pero a medida que se incorporan aquí, se adaptan». Se dedican, sobre todo, al servicio doméstico. Abdel también lo nota. «Aquí, cuando vienen, suelen trabajar. Quieren dinero. Hace falta».
Y también estudian. El curso que viene, la mujer de Rouchdi quiere ir a clases de castellano en la Escuela Oficial de Idiomas. «Ella lleva pañuelo, pero con estilo moderno».
Abdel pertenece al grupo de edad más numeroso entre los inmigrantes marroquíes que viven en España. El formado por los jóvenes de 25 a 29 años. Son 91.959, un 17 por ciento del total. Son jóvenes, pero la mayoría conserva sus costumbres y su religión. Mohammed sigue yendo a la mezquita todos los viernes. A veces, a la del barrio, y otras a la de la M – 30. «Pero ahora, en la grande hay muchos atascos».
Su carnicería se va llenando de clientes. Una española delgada y de pelo cano que pide filetes de pollo, un joven con aspecto latinoamericano, varios magrebíes. «La gente que vive en Marruecos cree que nos llevamos mal en España. Yo nunca he tenido problemas. Nunca me han llamado moro o asesino». Tampoco Rouchdi ha sentido racismo. Él cree que cualquiera puede ser racista en un momento determinado, cuando le falta el trabajo, cuando no le dan un piso de protección oficial… «Cuando te encuentras una persona que no está trabajando y tú sí, ahí puedes notar algo. No es racismo, es agobio de no poder comprar un piso…» Cree que la vida va endureciéndose. «En África hay más racismo. Donde hay pobreza de cerebro y pobreza de bolsillo, es donde hay racismo».
Abdel afirma que «en Madrid, la gente es más amable. Donde hay muchos marroquíes, es más desagradable». Andalucía, con 78.719 marroquíes empadronados, casi la mitad en Almería; Madrid, con casi 62.000, y Murcia, con algo más de 52.000, son tres de las cuatro comunidades más pobladas por marroquíes. La primera es Cataluña, donde están registrados 181.494 ciudadanos de este país, casi un 34 por ciento del total. En la provincia de Barcelona residen más de la mitad: algo más de 114.000. Y es que Barcelona parece ahora el destino preferido. «Si están en Madrid es que llevan muchos años o tienen familia aquí… Barcelona tiene ahora más tirón. Por el fútbol. El equipo tiene unos colores vivos». La mayoría viene aquí a la aventura, explica Rouchdi. «Saben que es difícil, pero piensan: ya conoceré a alguien. Cuando llegan a Casablanca, ya han vivido en algunas ciudades tres o cuatro días en la calle. Han pasado el examen».
Remesas de ropa de «los chinos»
Su capacidad de ahorro es mayor que la del español medio, dice Alfonso de Esteban a tenor de las partidas de dinero que envían a su país. «Son los que han dejado a los suyos en Marruecos. La familia tradicional es muy grande. Padres, hijos y abuelos conviven juntos». Mohammed enviaba dinero antes, pero dice que ya no puede: «No hay suficiente». Un cliente, sin embargo, sí manda regalos. «Les mandamos ropa de «los chinos». Es, al por mayor, más barata que allí».
En el comercio, entra una chica de 16 años, marroquí nacida en España. Su pelo es de rizos pequeños y negros, recogidos más arriba de la nuca despejada. Habla castellano perfectamente, pero hace el pedido en árabe. No lo duda cuando responde que Marruecos es su país y que quiere volver allí. Mohammed, de momento, no ha tenido choques con sus hijos, pero teme que, cuando ellos crezcan, los tendrá. En la familia de Abdel tampoco se han producido choques. Los hijos de inmigrantes no suelen continuar sus estudios, observa este joven. «Se van al oficio. Los padres no tienen cultura y no tienen ambición. Hace falta más dinero».
No es ése el futuro que Rouchdi querría para su hija. Él dejó los estudios con 15 años. La niña es apenas un bebé, pero él ya piensa en su futuro. «Que estudie todo lo que pueda. Que se meta todos los libros que pueda desde ya». También a Mohammed le gustaría que sus hijos fueran a la universidad. Es probable que ellos quieran quedarse en España, admite, aunque él pretende volver a Marruecos cuanto antes. «¿Irte, por qué?», pregunta la mujer del pelo cano. «Porque como en mi país…». Allí está su gente, sus costumbres. Es, como él dice, su tierra. Y para entonces sus planes son descansar. «Quiero jubilarme en mi tierra». De momento, Abdel deja su futuro en el aire. Depende de cómo vayan las cosas, asegura. Sin embargo, Rouchdi lo tiene muy claro, envejecerá en España. «Me gustaría quedarme en un sitio donde hay un pedazo de pan, donde puedo pagar el alquiler, donde se puede vivir».
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