La playa más solidaria

Los bañistas ayudan por segunda vez en cuatro días a los 'sin papeles' llegados en cayucos hasta el sur de Tenerife

El País, 05-08-2006

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Semienterrado en la arena de la Playa de La Tejita, en el municipio de Granadilla de Abona, al sur de la isla de Tenerife, aparece un fragmento de papel escrito a mano, con las letras corridas por el agua. Se trata de un rezo musulmán que uno de los 49 inmigrantes subsaharianos que llegaron la tarde del jueves hasta aquí traía consigo a modo de amuleto. Gracias a Alá, surtió efecto. Es uno de los pocos restos que queda del viaje que estos hombres emprendieron desde las costas de África. Eso, además de algunas tablas de la embarcación, que fue triturada por una pala mecánica en la mañana de ayer, una zapatilla sin su par, los ya habituales bidones azules de gasolina y el timón, que permanece oxidado junto al contenedor de basura de la playa.


Las personas que acuden cada día a disfrutar del mar y de la arena de La Tejita se están empezando a acostumbrar a socorrer a los inmigrantes indocumentados que llegan hasta esta playa. Aunque después de lo ocurrido el domingo pasado, cuando 88 subsaharianos arribaron hasta aquí, nadie esperaba que se volviera a repetir algo parecido, y menos con tan poco intervalo de tiempo.


Eran cerca de las seis de la tarde del jueves y Jose, de 30 años, estaba a punto de marcharse ya para casa. “¿Eso no será una patera?”, preguntó a Alberto, uno de los amigos que iba con él. No se lo pensó, y corrió a socorrer a los inmigrantes que casi se caían del cayuco cuando éste tocó la orilla.


“No se podían ni mover”, asegura Jose, que cuenta que tenían que sacarlos del agua porque las olas los ahogaban. Como él, unas 60 personas, prácticamente la totalidad de los bañistas que se encontraban en ese momento en la playa, corrieron a ayudar. Pero no todos, porque algunos como Alberto se quedaron mirando. “Es que había gente que se lo tomaba como un espectáculo, y se ponían a sacarles fotos con el móvil a los inmigrantes”.


Casi al mismo tiempo que Jose avistaba el cayuco, lo hacía una de las chicas que trabaja en el único kiosco que hay en La Tejita. Nada más verlo, llamó al servicio de emergencias. Ella también fue de las que luego se quedó mirando, “porque nunca sabes si te pueden transmitir alguna enfermedad”. Cuenta que los vio muy mal, “en los huesos”, y lo que más le sorprendió fue que alguno pidiera cigarros, “¡Con el hambre que debían tener!”


Testigos también del desembarco en plena playa fueron Óscar, de 34 años, y Carol, de 36. Recuerdan que algunos de los inmigrantes, nada más pisar tierra, comenzaron a correr hacia la carretera, pero luego se daban la vuelta y regresaban con los demás, “¿Adónde iban a ir?”, se pregunta Óscar, a quien lo que lo que más sorprendió fue ver a algunos de los inmigrantes babeando con la boca abierta, sin fuerzas para echarse a la boca el agua o la fruta que los bañistas les daban.


Ellos mismos los abrigaron con sus toallas para que entraran en calor. Y recuerdan que la gente los abrazaba, también para aplacar la hipotermia que padecían y que, entonces, algunos se echaban a llorar.


Caminando por la playa aparece Papa, un senegalés de 31 años. Viene, a diferencia de sus compatriotas del jueves, para tomar un baño. Lleva unos tres años en la isla, trabajando en un parque de ocio acuático. No estaba aquí ese día para ayudar. Pero echa la culpa de lo que está ocurriendo a Europa, “a lo que hicieron en África durante muchos años. Se llevaron lo mejor, y ahora tienen también que aguantar con lo peor”, dice seguro.


Además de por los bañistas, los inmigrantes fueron atendidos por efectivos y voluntarios de la Cruz Roja, entre los que se encontraban Nidia y Cristina, una médico de 29 años y una enfermera de 24 ya más que acostumbradas a escenas como la del jueves. Ahora están en la sede de la Cruz Roja de Granadilla de Abona, poniendo a punto las bolsas con ropa y calzado que entregan a los que llegan desde el otro lado del mar jugándose la vida. Porque nunca se sabe cuando será la siguiente.


Con ellas está María Jesús, una voluntaria de 34 años, que lleva tres días en la isla. Veía la llegada de cayucos por la tele desde su casa, en Ávila, y no pudo aguantar. “¿Qué hago yo aquí con lo que está ocurriendo en Tenerife?”


Para ellas, y para el medio centenar de voluntarios de la Cruz Roja que están en continua alerta en el sur de la isla para acudir a socorrer los viajeros de las pateras que lleguen, nada de esto es nuevo. “Nunca te acostumbras a verles las caras que traen”, asegura Cristina. Explica que algunos de ellos llegan tan desorientados que ni si quiera saben cuál es la tierra que están pisando. “Estamos en Tenerife, una isla de España”, les responde.

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