Preferiría no hacerlo

El País, 05-08-2006

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Hubo una época en la que iba usted dentro de un autobús, sentada, sin meterse con nadie, y de repente un individuo le exigía que le cediera el asiento porque usted era negra y él era blanco. Entonces usted se levantaba sin decir esta boca es mía y se marchaba a la parte de atrás, reservada para los negros y los animales. Se trataba de una escena cotidiana, habitual, que ni siquiera llamaba la atención de las personas cercanas al suceso. Cientos de veces al día, los blancos ejercitaban rutinariamente esta forma de humillación sobre los negros. Y no estamos hablando de la antigüedad, porque ya se había inventado el motor de cuatro tiempos, sino de hace 50 años.


Pero hete aquí que el 1 de diciembre de 1955 una costurera negra llamada Rosa Parks se negó a cederle el sitio a un hombre blanco. “No”, dijo y continuó mirando por la ventanilla. Aquel “no” obligó al conductor a detener el autobús e interpelar a la rebelde. Pero Rosa Parks volvió a dar a la autoridad competente un “no” que tuvo el efecto de un puñado de tierra en el carburador. Parecía imposible arrancar de nuevo mientras el “no” de aquella negra insolente permaneciera dando vueltas por el interior del autobús. Se avisó a la policía, que detuvo y multó a la mujer, pero el “no” se extendió como un virus afectando a toda la flota de autobuses. Los negros dieron al transporte público un “no” colectivo que duró 381 días, al final de los cuales desapareció legalmente la segregación.


Algunos historiadores han intentado rebajar la importancia del gesto de Rosa Parks alegando que sólo se trataba de una costurera cansada. Su “no”, desde ese punto de vista, habría venido a ser una especie del “preferiría no hacerlo” de Batleby, el personaje del Melville. Rosa Parks aclaró en su biografía que no estaba cansada, sino harta de aquella humillación cotidiana. En cualquier caso, el “preferiría no hacerlo” de Batleby tampoco está mal. Desde nuestro punto de vista, no sólo no disminuiría el mito, sino que lo haría más grande. Lean Batleby el escribiente y lo comprenderán.


La fotografía apareció en la página de Necrológicas de EL PAÍS el mes de octubre último, acompañando a la noticia de la muerte de Rosa Parks, a la que vemos en el autobús, sentada, observando el paisaje. Se trata de una fotografía en blanco y negro, o quizá en blanco y negra, si observamos a los ocupantes del autobús y la naturalidad con la que conviven gracias a aquel “no” que de vez en cuando todavía conviene introducir en el motor de la realidad. Como todas las fotografías de interiores, sugiere la existencia de un microcosmos con unas leyes específicas. Y hay, en efecto, en el interior de ese autobús un ecosistema que reconocerán enseguida los usuarios de este tipo de transporte. Pero también las leyes de los mundos cerrados y pequeños se pueden modificar, y se deben modificar. Es más, su cambio suele constituir una especie de big bang que da lugar a nuevos universos. El “no” de Rosa Parks creció como un mundo en expansión, dando al traste con las leyes racistas de EE UU. Y continúa expandiéndose, pues si bien es cierto que la costurera de Montgomery ganó la batalla legal, la social continúa librándose calle a calle.

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