El violento viaje de las adolescentes migrantes: “No quería que mi padre me obligara a casarme. Quería estar lejos de él”
Un informe de Save the Children analiza los riesgos de las niñas y jóvenes que buscan refugio o emigran y las agresiones machistas que las persiguen antes y durante el camino
El País, , 31-05-2023“No es un viaje fácil, pero si crees que puedes soportarlo, hazlo. Porque te diré las condiciones: violación, acoso sexual, encierro en casa durante dos o tres meses y no tener libertad para salir. Vienen hombres diferentes que hacen contigo lo que quieren y se van. Ni siquiera los conoces; ni siquiera sabes lo que hay en su interior. Así que, si puedes soportar todo eso, puedes hacer el viaje”. Esto lo cuenta una mujer de Sierra Leona (África) de 24 años, que emigró a Túnez y que ha participado en el estudio Niñas en movimiento en el norte de África presentado este miércoles por la organización Save The Children. El informe recoge decenas de testimonios de chicas de entre nueve y 24 años como este, que describen diversas situaciones alarmantes que las jóvenes deben atravesar durante su viaje migratorio. También habla de las violencias de las que huyen, como la violencia machista. Según los hallazgos del estudio, una de cada tres chicas migrantes ha sufrido o presenciado algún tipo de violencia sexual.
Las niñas que migran se enfrentan, en un ya de por sí peligroso camino, a riesgos adicionales por el hecho de ser mujeres, como a la violencia sexual, las agresiones físicas y la privación de libertad, la trata y la explotación o el matrimonio infantil. Y no únicamente durante el viaje. Muchas lo emprenden precisamente para intentar dejar estas agresiones atrás. El estudio, realizado por Save The Children junto con la empresa social Samuel Hall, pretende exponer esa violencia a través de entrevistas realizadas este año a 68 mujeres y niñas procedentes de tres países —Libia, Túnez y Marruecos—, que migraron hacia o a través de ellos a países como Italia y España.
Escapar de la violencia es una de las motivaciones más comunes entre las niñas y jóvenes que deciden emprender el peligroso viaje. Las entrevistadas hablan de mutilación genital femenina, de violencia dentro de sus hogares y de pareja. Aproximadamente una de cada siete niñas dice haber huido de su país de origen para librarse de un matrimonio forzado. “Mis hermanas huyeron de casa y hasta hoy no hemos tenido noticias de ellas. Y cuando mi padre se enteró, me quemó los pies para que yo no pudiera salir a la calle. Dijo ‘si no tienes pies, no puedes salir’. Huí de mi pueblo para ir a Dakar. No quería que me encontrara y me hiciera las mismas heridas o me obligara a casarme. Quería estar lejos de él”, cuenta en el informe una joven de 20 años que ahora vive en España.
Experiencias traumáticas
El deseo de seguir estudiando o tener un mejor acceso a la educación es otra de las motivaciones principales para abandonar el país de origen. Así lo asegura un 25% de las jóvenes entrevistadas. Mientras que, en el caso de los chicos, su escolarización se ve limitada por la necesidad de trabajar para mantener a sus familias, en las chicas se debe a las normas sociales de su país y lo poco que valoran los adultos de la familia la educación, según el estudio.
Hay otras razones: la esperanza de conseguir mejores oportunidades económicas para ellas y para sus familias, la necesidad de recibir un tratamiento médico adecuado para un problema de salud, o la huida de la guerra y del conflicto en su país. El informe de Save The Children precisa que “a muchas chicas les resultaba difícil compartir estas experiencias traumáticas y preferían centrarse en describir la siguiente fase de su viaje”.
A pesar de ello, las siguientes etapas tampoco son fáciles. La única información con la que cuentan antes de partir proviene de las redes sociales, la familia y los amigos. “Plataformas como Facebook y YouTube se utilizan para comunicarse con otras personas que planifican viajes”, expone el informe. Muchas niñas deben además escapar de sus hogares a escondidas y corriendo, sin tiempo a planificar el viaje con anticipación, sin dinero o suministros, lo que agrava su situación, ya de por sí vulnerable.
Abandonan su país con muy poco equipaje, lo que deriva en muchas dificultades para cuidar su higiene personal: “Muchas tuvieron problemas con la gestión de la higiene menstrual: mientras unas pocas niñas tenían acceso a compresas, otras utilizaban trozos de tela de la ropa o trapos para sus periodos”.
Pocas niñas viajan solas, pero tampoco lo hacen acompañadas por sus familiares. Tratan de ser invisibles y pasar desapercibidas para esquivar a la policía y a personas peligrosas. Normalmente se unen a otros grupos de personas que migran en la misma dirección, principalmente formados por hombres adultos, en los que buscan protección. Pero, muchas veces, esos adultos son los responsables de ejercer la violencia de la que huyen. “Casi todas las niñas informaron de haber experimentado alguna forma de violencia sexual y de género (como la violación, la agresión sexual y el acoso) o haber sido testigos de que le sucedía a alguien cercano a lo largo de su viaje”, afirma el estudio.
Los autores de las agresiones a las que se referían eran otros migrantes, policías, miembros de grupos armados o contrabandistas. También hombres de su propia comunidad, que las raptan y utilizan como moneda de cambio o esclavas sexuales para cruzar las fronteras. “Una joven camerunesa de 23 años entrevistada en Túnez denunció haber sido violada por un grupo armado en Argelia y haber contraído el VIH como consecuencia. Explicó que su contrabandista las había conducido directamente al grupo armado, que procedió a atacarlas, robarles y violarlas”, recoge el estudio. El miedo a las represalias o a ser detenidas las disuade, en algunas ocasiones, de denunciar. Aún así, un 17% de las participantes asegura haber sido encarcelada en algún momento del camino.
La llegada tampoco es sencilla, a pesar de que varía mucho dependiendo del lugar de destino. Una de cada seis niñas denuncian barreras en el acceso a los servicios básicos como la vivienda, la educación o la sanidad, tanto en tránsito como en su destino final. Aunque algunas permanecen durante días o semanas en la calle, la mayoría encuentra alojamiento en centros de acogida de menores o asociaciones locales. Muchas temen el momento de cumplir la mayoría de edad y quedarse fuera de los programas de protección.
Las experiencias de lesiones físicas y psicológicas, traumas y maltrato a las que se enfrentan durante su viaje pueden desembocar en trastornos mentales como la depresión, la disociación, la ansiedad o el trastorno de estrés postraumático. Y las barreras lingüísticas suponen un reto para seguir los planes de estudio y buscar empleo. A pesar de todo ello, el estudio revela que la mayoría de las participantes ha encontrado un sensación de seguridad y pertenencia en sus comunidades de acogida, y que pretenden quedarse en el país de llegada.
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