El Reino Unido y su aritmética imposible

Londres necesita extranjeros que trabajen y contribuyan, pero no los quiere

La Vanguardia, RAFAEL RAMOS, 26-05-2023

Dos y dos son cuatro, pero para la inmensa mayoría de votantes británicos, en lo que se refiere a inmigración, dos y dos deberían ser cero, o como mucho uno. Si a la gente se le pregunta si quiere que vengan al país enfermeras filipinas que cubran los huecos en la sanidad pública y cuiden a la gente mayor, dice que por supuesto. ¿Abrir las puertas a extranjeros que recojan las fresas y los espárragos y conduzcan camiones? Qué remedio, porque los locales se niegan a hacerlo. ¿A estudiantes extranjeros que paguen las matrículas de las universidades de élite? También, o se irán a pique y el país perderá su soft power . ¿A solicitantes de asilo que huyen de la persecución? Bueno, eso está menos claro, digamos que solo en los casos más dramáticos… Pero que la suma sea más bien baja.

El objetivo del Brexit era “controlar las fronteras”, pero la inmigración aumentó un 20% el año pasado
En el año 2022, según cifras publicadas ayer por la Oficina Nacional de Estadísticas, se establecieron en el Reino Unido casi 1,2 millones de personas venidas de fuera, mientras que se marcharon 557.000. El resultado es una inmigración neta estimada en 606.000, que el primer ministro Rishi Sunak calificó inmediatamente de “demasiado alta”, y llevó al líder de la oposición, Keir Starmer, a afirmar en los Comunes que “el Gobierno ha perdido el control”. Es como si en medio de la niebla hubiera aparecido la casa de Tócame Roque del refranero popular, las zarzuelas, el sainete de Ramón de la Cruz y las novelas de Pérez Galdós, una versión inglesa de la corrala castiza de la calle Barquillo, jaranera, hiperpoblada, destartalada, caótica, escenario de constantes riñas y trifulcas, pero sin música de chotis y con refugiados libios y afganos en vez de madrileños pobres.

El ultraderechista Nigel Farage va más lejos y admite que “el Brexit ha sido un fracaso y solo ha servido para demostrar que nuestros políticos son tan inútiles como los de la UE” (tal vez no le falte en eso un punto de razón). Porque si el objetivo de romper lazos con el continente era “controlar las fronteras” y reducir la inmigración, la realidad es todo lo contrario. Cierto que el fin de la libertad de movimiento de trabajadores ha hecho que el Reino Unido resulte menos atractivo a chicos españoles, franceses e italianos, y que muchos polacos se han vuelto a casa, pero ello fue compensado con creces en el 2022 por la llegada de 114.000 ucranianos huyendo de Putin y 52.000 hongkoneses víctimas de la represión china, estudiantes indios y nigerianos

Creciente violencia contra los solicitantes de asilo
En medio del clamor por el aumento de la inmigración y las acusaciones cruzadas entre Gobierno y oposición, ha pasado casi desapercibida otra estadística: las 253 manifestaciones organizadas el año pasado por grupos de extrema derecha, como Alternativa Patriótica (PA) y Partido Inglés de la Constitución (ECP), delante de los hoteles que albergan a solicitantes de asilo político, la mayoría llegados en patera, mientras se tramitan sus casos. Algunos de estos actos acaban con el lanzamiento de piedras y cócteles molotov, como recientemente uno en Knowsley, en el que hubo varios heridos. Entre sus instigadores figura Mark Collet, un fascista que recomienda en las redes sociales la lectura del Mein Kampf de Hitler. En vez de condenar estos hechos, el vicepresidente del Partido Conservador, Lee Anderson, ha dicho que “siente una cierta simpatía por quienes los organizan”. Y la ministra de Interior, Suella Braverman, aspirante a liderar el país, “entiende la frustración por el deterioro de los servicios públicos y la presión social que conlleva la llegada de extranjeros en grandes números”. Los sindicatos, en cambio, han condenado duramente esa campaña.

El aumento neto de la inmigración ha sido de un 20% respecto al 2021, con la llegada de 151.000 ciudadanos de la Unión Europea (se marcharon más de 200.000), y por encima de un millón del resto del mundo, incluidos 76.000 solicitantes de asilo político (apenas un 8% del total), casi todos en pateras a través del canal de la Mancha. Downing Street lo ha atribuido a “circunstancias excepcionales que no volverán a repetirse”.

Todos los primeros ministros británicos desde David Cameron han prometido reducir la inmigración, que antes del Brexit era de alrededor de un cuarto de millón de personas al año, y se ha disparado. La teoría de que los de casa ocuparían los empleos de los ciudadanos de la Unión Europea, adquirirían nuevas habilidades y los sueldos subirían ha resultado una falacia. La fresa la siguen recogiendo los rumanos, y las inyecciones las ponen enfermeras de Zimbabue. Mientras, 5,2 millones de nativos viven de los subsidios sociales, de los cuales cuatro millones ni siquiera buscan trabajo.

Se van más europeos de los que llegan, pero ha habido un enorme incremento de indios, ucranianos y nigerianos
Las cifras sobre inmigración se han puesto sobre la mesa en pleno debate sobre qué tipo de país quiere ser el Reino Unido en la postglobalización, y de las divisiones del Partido Conservador, donde un sector importante quiere el trumpismo y asumir las banderas de la ultraderecha en la guerra cultural (persecución de los hombres blancos, amenaza del multiculturalismo, asedio al Estado nación y los valores de la familia cristiana, reverencia a la tradición, resistencia al cambio social y las políticas contra el cambio climático, catastrofismo, denuncia del “marxismo global”, la falta de nacimientos, el colectivismo y la cultura woke ).

“El conservadurismo es orden o no es nada” y “No hay que enterrar el Estado nación porque los alemanes metieran dos veces la pata el siglo pasado” fueron dos de los eslóganes de una conferencia celebrada la semana pasada en búsqueda de un nuevo rumbo para la derecha. Pero en la casa de Tócame Roque no impera precisamente el orden. Los ingleses no creen realmente en la existencia de un mundo más allá de sus fronteras, con otras reglas, otros valores, otras verdades. Pero ese mundo se les está metiendo dentro. Dos y dos sí son cuatro.

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