Racismo rico, racismo pobre

Ojalá que un día a un futbolista le nieguen el acceso a un alquiler o a un trabajo, que lo condenen a vivir en esos barrios en los que nadie quiere vivir

El País, NAJAT EL HACHMI, 26-05-2023

Puestos a escoger a alguien para recibir insultos racistas mejor que sea un futbolista. Pero no uno cualquiera, tiene que ser rico y famoso o la cosa no da para generar una gran consternación mediática, encendidos debates sobre si un país entero es o no racista y detenciones ejemplarizantes.

No es lo mismo insultar a un futbolista rico que apalear a unos cuantos negros pobres y desesperados en la frontera, esto no es nada discriminatorio como no lo es que se explote y viole a las temporeras de la fresa. Esas moras muertas de hambre no van a provocar nunca la misma ola de solidaridad que un chico que dedica su joven fuerza de trabajo a algo tan útil para la humanidad como perseguir una pelotita por el campo. Para recoger fruta doblegada todo el día por un sueldo de miseria no necesitas talento, solo tener que dar de comer a tus hijos. Tampoco son buenas víctimas de racismo los trabajadores que se levantan de madrugada. ¿Cómo va a ser sujeto político la mano de obra barata? Por no hablar del asunto con el que les doy la vara cada dos por tres: el sesgo racista que pone en suspenso el feminismo cuando las que sufren el machismo son cuatro negras o cuatro moras.

Por eso es un escándalo que se le griten cosas feas a Vinicius, pero no que haya mujeres encerradas en prostíbulos para ser violadas todos los días, todas las horas, con permiso del Estado y el beneplácito de progres que dicen que eso es trabajo. A nadie llama la atención tampoco que las hijas de inmigrantes musulmanes no puedan disfrutar de los avances en igualdad porque se deben primero a su tribu. Ese racismo no molesta, qué va a molestar que cuatro niñas se tengan que tapar desde pequeñas o que sean obligadas a casarse.

Ojalá que un día a un futbolista le nieguen el acceso a un alquiler o a un trabajo, que lo condenen a vivir en esos barrios en los que nadie quiere vivir porque, ya saben, a “ellos les gusta juntarse con los suyos”. Ojalá que los hijos de los futbolistas sean segregados a escuelas donde todos son inmigrantes o tengan, como por casualidad, mayores tasas de fracaso en los estudios. Así nos escandalizaríamos por lo que es el racismo real y cotidiano que afecta a los pobres, que por no tener no tienen ni la empatía de la muy concienciada y repentinamente antirracista opinión pública.

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