¿Cómo conectar a mis hijos con mi país de origen?

El Correo, Adriana Carrillo, 22-05-2023

De los casi 19 millones de hogares que tenía España en 2020, más de dos millones estaba conformado por miembros mixtos (nacionales y extranjeros) o exclusivamente foráneos, es decir 150.000 más que en 2015 , según la Encuesta Continua de Hogares realizada por el INE. Una cifra que, además de ir creciendo año tras año, refleja cómo va cambiando nuestra sociedad, cada vez más diversa y mezclada. De hecho, una de cada seis personas residentes en España es hijo/a de padre o madre extranjero las llamadas ‘segundas generaciones’ lo que significa que el 16,91% de los ciudadanos del país ha crecido con una hibridación de culturas, idiomas y maneras diferentes de asomarse al mundo.

Estas segundas generaciones no sienten la añoranza del migrante, pero su educación, escalas de valores y costumbres muchas veces está a medio camino entre las del país de sus padres y las de aquí. Los inmigrantes y sus hijos abren un horizonte enriquecedor y multicultural que aporta diversidad a una sociedad homogénea.

Sin embargo, para padres y madres extranjeros supone un desafío enorme no perder el contacto con sus orígenes y a la vez servir de correa de transmisión de esos marcos de referencia a su descendencia sin perder de vista la importancia de la integración. En el Día Mundial de la Diversidad Cultural hablamos con algunos de ellos.

2.262.900
hogares españoles tienen al menos un miembro extranjero entre sus componentes

Tamales y 25 idiomas mayas
Para el guatemalteco Christian Rodríguez, que reside en Bizkaia desde hace más de una década junto a su pareja (oriunda de Getxo) y sus dos hijos, ha sido «una suerte» poder visitar su país con los peques. «Una parte de ellos viene de Guatemala y es muy importante que la conozcan y valoren. En la escuela, por ejemplo, cuando se habla de culturas milenarias siempre se menciona a Egipto, pero yo les hablo también de las culturas precolombinas, sobre todo de la Maya, de sus aportaciones a la astronomía, la arquitectura o a las matemáticas», explica.

Fue justo tras uno de sus viajes a Guatemala cuando su hija mayor «se empeñó en aprender palabras y frases de algunos de los 25 idiomas mayas que memorizaba de un libro que habían comprado», recuerda emocionado. La pasión por el monte es otra de las herencias guatemaltecas que Christian quiere dejar no solo a sus hijos, sino a todo aquel que se anime a participar en alguna de las actividades de Ibilki, una asociación que creó para ofrecer actividades culturales y deportivas ligadas al senderismo y la montaña.

Pese a que en Euskadi solo viven dos centenares de guatemaltecos, la comunidad es una piña y celebra algunas fiestas tradicionales como el Día de Muertos. Para esas festividades su hija se pone el huipil, un traje típico del país centroamericano y «los cumpleaños también tienen un toque guatemalteco: cantamos ‘Las mañanitas’, rompemos piñatas y hacemos juegos con globos llenos de agua, harina o chuches que los invitados tienen que romper con un palo», explica divertido. Además, al menos una vez al mes en su casa prepara tamales, frijoles volteados y batidos de frutas, los preferidos de sus peques. Y es que «los sabores son otra forma de conectar con mis raíces y de transmitirlas a mis hijos», remata.

«Una parte de mis hijos viene de Guatemala y es muy importante que la conozcan y valoren»
Un poco de ahí y de aquí
«Un árbol sin raíces no prospera. Debemos saber de dónde venimos», reflexiona Karima El Allali El Hamoumi, una óptica y optómetra marroquí, para quien la crianza de sus hijos pasa por conocer sus orígenes, valorar sus tradiciones y mantener vivo el vínculo con su familia a pesar de la distancia.

«Por la cercanía con Marruecos hemos tenido muchas oportunidades de viajar junto a nuestros tres hijos, que han conocido de primera mano la cultura marroquí y tradiciones como la Fiesta del Cordero -que se celebra unos 70 días después del ramadán-», señala Karima. Y aunque para esta madre es muy importante que sus hijos compartan vivencias con la familia en Marruecos y exploren sus raíces, también lo es que sientan arraigo por su cultura de acogida.

«Como los de Bilbao, los marroquíes nacemos donde queremos", apunta divertida esta mujer nacida en la región del Rif, «por eso somos un poco de aquí y un poco de ahí y tenemos cosas de los dos sitios». Un rasgo también presente en su mesa, en la que la comida típcia marroquí, como el cuscús o el tajín coexiste con la tortilla de patata y otras delicias culinarias con las que Karima mima a su familia.

«Un árbol sin raíces no prospera. Debemos saber de dónde venimos»
Caminos de ida y vuelta
Cuando Andrea Camacho y su marido, Carlos, llegaron a Reus desde Colombia no imaginaron que habría tantos recovecos en el camino y tantos trayectos de ida y vuelta. Tras recalar en Euskadi, la aventura de esta pareja pegó un acelerón cuando se convirtieron en padres y llegaron los desafíos y las alegrías propios de la crianza. «Integrar culturas diversas y encontrar el equilibrio para dar valor a todas es una de las claves de la educación en nuestra casa», señala Andrea, que también creció en un hogar en el que convivían diferentes costumbres y tradiciones, la suiza y europea, por parte de su familia materna, y la colombiana, por la rama paterna.

Como pasa con la mayoría de padres y madres extranjeros, Andrea ha procurado no espaciar demasiado las visitas de sus hijas a Colombia para que «la experiencia y el intercambio cultural sea más vívido». Allí sus niñas, además de conectar con sus parientes, «han tenido la oportunidad de escuchar las historias familiares, desarrollar gustos y placeres, y asomarse a otra realidad", señala.

«En casa las tradiciones, culturas y costumbres de esta y la otra orilla del Atlántico coexisten con naturalidad: comparamos los significados de las palabras, cocinamos platos de aquí y de ahí, buscamos en YouTube cómo se baila la cumbia o el mapalé… Pero hay una cosa muy colombiana en la que hemos insistido y es en dar las gracias, en que tengan incorporada la gratitud», explica orgullosa de esta buena costumbre que sorprende tanto cuando viene de los más pequeños.

«Integrar culturas diversas y encontrar el equilibrio para dar valor a todas es una de las claves de la educación en nuestra casa»
El desafío de sentirse diferente
El gallego Alberto Pardo de Vera y su pareja adoptaron hace 16 años a Asha, una niña etíope a la que criaron en Madrid y cuya historia relató en el precioso libro ‘La Luna de Addis Abeba’. Educador con una larga trayectoria como docente y gestor, Alberto reflexiona sobre la importancia de reforzar la identidad de los niños adoptados y conectarlos con sus lugares de origen.

«Nosotros fuimos con Asha a su ciudad natal, hicimos un viaje por el país en una especie de búsqueda no de su familia porque sabíamos que había muy pocas probabilidades de encontrar a nadie, sino de reencuentro con su cultura, con sus raíces. Un viaje bonito en el que además pudo descubrir las maravillas de Etiopía, porque es un país con una riqueza impresionante», recuerda Alberto, para quien, por su experiencia muchos niños y niñas adoptados necesitan marcos de referencia que les ayuden a sanar el abandono y a buscar su lugar en el mundo.

«Tengamos en cuenta que muchos adoptados se preguntan en su fuero interno por qué no se parecen a los demás de la familia y crecen con la sensación de sentirse extraños. Esta idea, aparentemente tan simple, puede llevar a un relativo aislamiento y trauma racial. Además, está la ausencia de referencias directas en el entorno vital del menor racializado (cuentos, juguetes, programas de televisión…) que puede reforzar el problema latente de identidad, que en ciertos casos los lleva a tratamientos corporales para cambiar su aspecto físico, como aclararse la piel, alisarse el cabello e incluso la cirugía estética», explica didáctico Alberto, que prepara un nuevo libro sobre cómo construyen su identidad los niños y niñas adoptados y racializados.

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