Cleopatra ultrabronceada
Diario Vasco, , 08-05-2023Netflix parece haberse metido en un buen lio con el escándalo montado en torno a su nueva miniserie sobre Cleopatra, de inminente estreno, aunque sospecho que en realidad los ejecutivos de la empresa están frotándose las manos. Pero vayamos por partes.
El origen de la polémica surge del ‘casting’ descabellado que asigna el papel principal a la actriz negra Adele Jones. La narradora y productora es Jada Pinkett Smith, la esposa de Will Smith. Ahora bien, Cleopatra, aunque reina de Egipto, era de ascendencia griega y macedonia. Puede que también tuviera antepasados persas. La identidad de su madre no se conoce con certeza, pero los ptolomeos no practicaban el matrimonio interracial. Todo lo contrario: tendían a casarse endogámicamente, incluso incestuosamente. Por lo tanto, dejémoslo claro: Cleopatra VII de Egipto, última soberana de la dinastía ptolemaica, era de raza blanca, y así la muestran monedas, retratos y estatuas de la época. Para empeorar la situación, la serie se presenta no como ficción con personajes reales, donde se pueden acomodar las más descabelladas fantasías, como en ‘300’ o en ‘Gladiator’, sino como un docudrama, es decir, algo dramatizado, con actores que recitan diálogos ficticios, pero lo más fiel posible a la realidad histórica.
Interrogada respecto al desaguisado, la productora se escudó tras las declaraciones de una ¿experta? llamada Sally Ann Ashton, cuyos argumentos se reducen a decir que ‘africano’=‘negro’ –como si la barrera física que supone el inmenso desierto del Sáhara no existiese– y alegar que el elemento blanco llegó con los invasores árabes, olvidándose de los persas, los griegos y los romanos, que por lo visto debían de ser todos ellos amarillos o polinesios.
En realidad, Jada Pinkett Smith se limita a difundir una corriente ideo-ilógica que tiene siglo y medio de antigüedad: el intento de exaltar la negritud como parte del movimiento contra la esclavitud y luego a favor de los derechos civiles, pero no de una forma documentada, sino pasándose de frenada para apoderarse de toda la civilización egipcia en bloque. Ya en 1854 el antiesclavista Frederik Douglas daba a entender que los egipcios eran negros porque estaban en África.
Ciertamente que había negros en el Egipto faraónico, y aparecen en las pinturas y las estatuas, pero se les distingue claramente de la mayoría autóctona blanca. La cultura egipcia se difundió a Nubia, en lo que actualmente es Sudan, donde acabó creándose el reino seudoegipcio de Kush, que terminó conquistando el propio Egipto y lo mantuvieron durante casi un siglo hasta que los asirios les expulsaron. Algunos egipcios arrugan la nariz cuando se les recuerda este periodo. En cualquier caso, todo esto sucedió seis siglos antes de Cleopatra.
Por supuesto, ha sido una realidad pseudohistórica la mala costumbre del ‘blanqueamiento’ –’whitewashing’ en inglés–, ninguneando u olvidando grandes culturas negras antiguas como Etiopia o Nubia, o poderosos reinos subsaharianos medievales. Cuando los arqueólogos blancos encontraron las ruinas del Gran Zimbawe, dieron por sentado que eran de origen fenicio, porque los ‘negritos’ eran, en su opinión, claramente incapaces de construir algo así. Posteriormente, los que eran verdaderos científicos se retractaron de semejante error racista. Ahora por desgracia se intenta imponer el mismo error, pero al revés. El ‘blackwashing’ tiene a su servicio todo un movimiento político militante, y una entera industria pretendidamente académica con revistas especializadas, libros y seminarios universitarios, abastecida con pseudohistoriadoras muy militantes que encubren sus desvaríos bajo un discurso afro-feminista que merecería mejor servicio.
En Egipto ha molestado bastante este asunto, y un abogado llamado Mahmud al Semary ha planteado una demanda judicial, que tampoco tiene mucho sentido porque se queja de que el desaguisado fílmico de Netflix contradice los valores y principios islámicos. Quizás se olvida de que Cleopatra no era musulmana porque el islam no había surgido todavía.
Este tipo de gestos únicamente sirven para dar publicidad gratuita a lo que intentan combatir. Tampoco son de recibo los ataques personales contra Adele Jones, que ha dado una respuesta muy acertada al decir que al que no le guste el ‘casting’, que no vea la serie. Las injusticias racistas del pasado no justifican los disparates racistas del presente. Cleopatra no era negra ni mulata, y Gran Zimbawe lo construyeron negros, no fenicios. En cualquier caso, si esta moda se extiende, aguardo con impaciencia los biopics sobre Shaka Zulu con Jason Statham en el papel principal, o sobre Nelson Mandela interpretado por Jet Li.
La visita del presidente colombiano, aún excelentemente preparada por España en su vocación de agradar, está destapando la enorme diferencia de entender el mundo entre España y Occidente respecto de Latinoamérica. Entre lo evidente, nos separa por ejemplo la guerra de Ucrania. Lo que Colombia entiende por belicismo occidental por ayudar a Ucrania, escondería iniciativas de contención de la guerra, sobre la base de medidas de diálogo y de moderación que preconizan Colombia y la gran mayoría de países emergentes no inscritos en la OTAN. Un encuentro deseable requeriría de la aproximación recíproca. Un poquito de aquí y otro poquito desde allá. Y así habrá de ser cuando la voluntad de acercamiento es real. Creo, no obstante, que en la parte que nos toca, habríamos de despojarnos de nuestra forma unilateral de mirar, entendible por nuestra cultura, pero ya anacrónica y deseable en su transformación. América se ha hecho mayor y tiene su forma de entender. Como muchos jóvenes, contempla a su madre España con cierta displicencia y se resiste a aceptar el tutelaje que le ha brindado España desde siempre. Creo que es momento de ganarnos a América.
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