Del virus a la guerra

Libertinaje, sí, pero regularizado

Raro es el problema que la sociedad afronte en la actualidad cuya solución no pase por prohibir algo, lo que sea: la fe ciega en la mano dura está de vuelta

Diario Vasco, Alberto Moyano San Sebastián, 28-04-2023

Si escuchas que ha irrumpido en nuestras vidas algo sobre lo que rápidamente hay que legislar o regularizar, da por hecho que lo que se quiere decir es que urge promulgar alguna prohibición. Sorprende la acumulación de problemas cuya solución, en principio, se nos antoja sencilla: prohibir. Y aunque hace unos años esta vía hubiera sido tachada de retrógrada, ahora la confianza en la eficacia del castigo penal como solución a todo es ciega.

Un ejemplo palmario de esto es la xenofobia, creciente y, en su expresión más extrema, el racismo. La solución puesta sobre la mesa es prohibir la inmigración bajo el eufemismo de «hay que regular la inmigración». Hay incluso quien establece una causa-efecto: «Si no hubiera inmigrantes , no seríamos racistas» y visto así, resulta incontestable. No hace ni treinta años que la sociedad vasca presumía de no serlo, más que nada, porque tampoco tenía contra quien ejercerla, una vez integrados los antaño ‘maquetos’. Algo debe quedar claro: sea cual sea el futuro, está descartado que las cosas vuelvan «a ser como antes». Eso no va a pasar. Al hilo de lo anterior, existe un amplio consenso en torno a que el auge del fascismo obedece a su ‘blanqueamiento’. Aquí hay que aclarar que se denomina ‘blanqueamiento’ a cualquier información o entrevista. Sin embargo, hasta el menos avispado de los observadores habrá constatado que el auge de la ultraderecha no coincide con el apoteosis de los medios de comunicación, sino con el de las redes sociales, pioneras en jalear a la ultraderecha o hacer chanzas a su costa, cuando aún volaba por debajo del radar.

Hay quien considera que la mejor solución al auge de la xenofobia y el racismo es prohibir la inmigración
También tenemos el extraño fenómeno de las violaciones en manada, más propias de escenarios de guerra tan dados a forjar sentimientos de compañerismo a base de salvajadas, y que serían culpa de la pornografía. La solución pasaría por restringir el acceso de los menores. Aquí el argumento es que a falta de una educación sexual o incluso de una educación a secas, los muchachotes se quedan con la única referencia que tienen a mano: la del ‘porno’ de muchedumbres violentas. Otro cinrcunloquio para no admitir que hay quien alberga pulsiones de agresividad que no es capaz de reprimir.

La nuestra es una sociedad aún muy primitiva. En otras más avanzadas, como la estadounidense, la mera exhibición ante jóvenes del ‘David’ de Miguel Ángel ya se ha convertido en anatema y hasta una profesora ha dado con sus huesos en la oficina de desempleo por haber tenido la osadía de mostrar la obra a sus alumnos.

También han sido identificados como peligros y por lo tanto susceptibles en mayor o menor medida de alguna prohibición los juegos de azar, las drogas, la publicidad del tabaco y el acohol, TikTok, la gestación subrogada y el bombero torero. Es la constatación del fracaso de aquel exitoso por extendido, temazo cuyo coreado estribillo rezaba aquello de «esto sólo se arregla con educación». Otro señuelo: era la tonadilla con la que se pasaba página. En pocas cosas confiamos más ciegamente que en las proscripciones, pese a que la Historia nos atiborra de ejemplos que apuntan a su ineficacia: generaciones enteras de europeos fueron sometidos durante la segunda mitad del siglo XX a una dieta de desayuno, comida y cena basada en determinadas doctrinas que quedaron olvidadas en cuanto dieron la vuelta a la esquina. En el caso de España, no se había ido el nacionalcatolicismo y ya había entrado el ‘destape’.

Tras generaciones de laxitud moral, a ésta le ha tocado la severa observancia de los preceptos de moda
Libertad, sí, pero no tanta… que luego acaba en libertinaje, desmadre y desenfreno, y a ver quién regula todo eso. Si a las generaciones anteriores les tocó en suerte o en desgracia vivir en la laxitud moral, a las actuales les ha caído encima la fe en la mano dura, pero la Historia es pendular. No es que se repita, pero por falta de creatividad tropieza una y otra vez en las mismas piedras. Si hay alguien tentado de abonarse a la doctrina de la prohibición, que sepa que fracasados los actuales intentos de salvarnos de nosotros mismos, la tendencia volverá a ser despenalizarlo todo. Los heraldos de la persecución volverán a estar mal visto y todos negaremos haberlo sido. Al tiempo.

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