Guerra de Ucrania Veinte refugiados ucranianos en el caserío

Una pareja de Irun pide el apoyo de las instituciones para poder seguir manteniendo a una veintena de personas que huyeron de la guerra que viven desde hace un año en el caserío familiar

Diario Vasco, Patricia Rodríguez, 28-04-2023

En la entrada del caserío ‘Pimpin Garratxa’ de Hondarribia se amontonan en varias filas una veintena de pares de zapatos. Las huellas de la guerra siguen pegadas a sus pies pero las ucranianas Olena, Oksana, Natalia y su marido Andi aguardan junto a sus hijos lejos de las bombas. Viven desde hace un año en el caserío familiar de los irundarras Charli Martínez y María Garens, después de dejar atrás su país en guerra. Esta pareja acondicionó esta casa de varias plantas para acoger a las familias que fueron llegando a Gipuzkoa –a día de hoy viven 19 personas en la casa– pero las ayudas se van agotando. Al principio se multiplicaron los apoyos de familiares, amigos, conocidos y vecinos del municipio para echar una mano. Los donativos no tardaron en llegar, al igual que el material de construcción, electricidad, fontanería, el mobiliario y los colchones para la puesta a punto del que sería el nuevo hogar de estas familias.

Sin embargo, ha pasado algo más de un año del desastre y esta pareja se pregunta hasta cuándo van a poder seguir ayudándoles. Por ello han organizado hoy una jornada de puertas abiertas en la que invitan a diferentes representantes del Gobierno Vasco y el Ayuntamiento, además de organizaciones como Cáritas y Banco de Alimentos de Gipuzkoa a conocer la realidad de estas familias refugiadas y pedir ese soporte que tarde o temprano puede que venza.

«Al principio yo tenía todo el empuje del mundo y me impliqué todo lo que pude y más, dejé un poco de lado el trabajo durante dos meses para acondicionar la casa, que estaba destartalada, pero llega un momento en el que ya no doy más de sí. Necesitamos ayuda de las diferentes entidades», explica Charli, que se desvive por estas personas que han entrado a formar parte de su vida.

De momento, cuentan con las donaciones de amigos y diferentes empresas para poder pagar las facturas, que en el caso de la luz se disparan hasta los «1.000-1.500 euros. Las ventanas son de madera, la casa es muy vieja por lo que en invierno han estado con calefactores que nos prestaron. Nos vendría bien algún tipo de ayuda como el bono social eléctrico o que el Ayuntamiento nos quite los costes del agua, basuras… La comida también es un gasto importante. Reciben ayuda una vez al mes del Banco de Alimentos con productos como pasta, leche, arroz o papel higiénico pero muy pocas veces frescos o huevos, además son casi vente personas. También hay diez niños y si empiezan el colegio va a costar dinero. Hay un niño pequeño que va a la guardería y son 300 euros al mes», cita esta pareja, temiendo que llegue el día en el que «no podamos seguir. ¿Entonces? ¿Qué les vamos a decir a las familias, que se tienen que ir de aquí? Por suerte la gente sigue ayudando un montón, sobre todo aitas del cole. Hemos tenido donaciones importantes, de hasta 1.000 euros». Sin embargo el invierno pasado, la subida del precio de la luz y los alimentos hizo un roto en las cuentas de la asociación, «empezaba a estar temblando», dice Charli, por lo que «tuvimos que hacer de nuevo ronda de llamadas para solicitar ayuda otra vez».

«Solo las facturas de la luz son 1.500 euros, que cubrimos con donativos, pero necesitamos el apoyo de las instituciones»
María Llorens

Irun

Por desgracia, la mala memoria suele inundar de olvido «lo que no es novedad. Hace unos meses no paraba de salir la guerra de Ucrania en las noticias. Solo se hablaba de eso y parece que nos hemos olvidado. Pero las bombas siguen cayendo». A su lado asiente Natalia, que añade que «las cosas están muy mal en Zaporiyia», ciudad situada al sudeste del país y de donde tuvo que huir esta mujer con sus dos hijos. La guerra no muestra indicios de remitir después de 26 meses de enfrentamiento, y civiles de todo el país y de todas las generaciones continúan sufriendo las peores consecuencias del conflicto armado. «Hay bombardeos a diario en la frontera con Rusia. Mi marido lleva combatiendo un año. Hablo con él todos los días. Mi casa sigue en pie», relata con dificultad Natalia, que acude a cursos de español junto con el resto de las mujeres mientras consiguen un trabajo. Andi es el único hombre que habita en la casa, «a los que tienen una familia numerosa les dejan salir del país», y acaba de encontrar un empleo.

«Ya casi no se habla de la guerra pero siguen los bombardeos y siguen llegando familias que necesitan mucha ayuda»
Charli Martínez

Irun

La ucraniana Oksana fue la primera en llegar a ‘Pimpin Garratxa’ hace un año junto a sus tres hijos y es la que se encarga de las labores de traducción durante la conversación. Cuenta que «las cosas por ahí (su ciudad) están más o menos tranquilas, no ha habido bombardeos pero las sirenas suenan a diario». Extraña mucho a sus familiares, «mi marido, mi madre, mi hermana y mi suegra se quedaron» y se entristece al recordarlos. Agradece mucho la ayuda prestada desde que llegó a Gipuzkoa, «sin este apoyo no sé qué hubiéramos hecho» pero «mi idea es volver cuando pueda, estoy deseándolo». La mayoría coincide con Oksana salvo Olena, una mujer rubia de 60 años, que ayuda a Natalia a preparar café en la cocina. «Yo quiero quedarme aquí. En mi país no me queda nadie, no tengo familia ni casa… Me gusta este sitio», expresa. Comparte su día a día con el resto de familias y se organizan para realizar las tareas de la casa, la compra, arreglar el jardín exterior y olvidar, a ratos, que sus vidas se partieron un 24 de febrero.

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