PERSONAJES / JOSEPHINE BAKER

Un escándalo biológico

El Mundo, 02-08-2006

De la miseria al éxito, la gran artista negra recorrió un camino poblado de zancadillas raciales de las que supo sobreponerse para convertirse en una leyenda de bellas caderas La mulata que lo miraba y le hacía murumacas desde una mesa era joven, soltera y alegre. Ancha, oscura y profunda, como el contrabajo.Así es que Eddie Carson, el percusionista que ya estaba medio borracho cuando se acabó la función, la sacó por la puerta de atrás del club y desapareció para siempre de Saint Louis, Missouri.


Estaba harto de la familia y las calamidades que le impedían vivir la vida bohemia de los verdaderos artistas. Era una idea que tenía fija en la cabeza. Se fue. En la casa del músico estaba dormida su mujer, Carrie McDonald, lavandera. Su hija Josephine, de cinco años, dormía también en la cama plegable.


A la mañana siguiente, en pleno verano de 1911, Carson y su amante andaban muy lejos. La mujer y la hija del bohemio eran dos mujeres solitarias, negras y pobres, con todo lo que significaba eso en aquel sur de los Estados Unidos.


Carrie siguió lavando ropa ajena y poco después se arrimó a un tal Arthur Martín, que se dedicaba con voluntad de hierro a ser desempleado. Llegaron tres hermanos para Josephine y ella dejó la escuela. Se puso a trabajar de doméstica y a cuidar niños, a limpiar casas y a llevar recados de casa en casa en las barriadas de gente de dinero.


A los 13 años subió de categoría y encontró un empleo como mesera en un sitio muy popular en la ciudad, el Old Chauffeurs Club.Allí demostró que la aspereza de la vida le había dejado en su experiencia un carácter fuerte y unos dispositivos particulares para tomar decisiones y asumir responsabilidades.


Ella se veía ahora como vio papá Eddie a la rival de Carrie, la lavandera. Bella, casi una niña, oscura y elástica. La pretendían negros y mulatos de todos los tonos y le llovían ofrecimientos, invitaciones y propuestas de citas. Josephine se enamoró de Willie Wells, un notorio hombre medio sin fortuna ni nada relevante que lo sacara de un empujón de su feliz anonimato. Lo eligió a él y con él celebró su primera boda.


El matrimonio de Freda Josephine Carson McDonald con el señor Wells se acabó muy pronto. Pero en 1921, la muchacha volvió ante los abogados para legalizar su relación con otro Willie. Con Willie Baker.


Se divorciaron enseguida, en los rescoldos de la luna de miel.La pasión duró poco, fue pasajera. Si acaso quedaron una cartas, las fotos rotas de la ceremonia y el recuerdo del ruido de la peleas finales.


Lo único trascendente de esa unión tiene vigencia todavía. La novia se quedó para siempre con el apellido del hombre. De manera de Freda J. Carson, comenzó a firmar para el resto de su vida (y de su muerte) como Josephine Baker.


Dos años después de esa unión fugaz, la Baker comenzó a bailar en un grupo danzario de Philadelphia y entró en el forcejeo natural para salir a flote y llegar a los primeros planos en esas compañías que aspiraban a estrenar en Nueva York.


Después de un litigio y unas discusiones porque los coreógrafos la rechazaban por ser demasiado oscura y demasiado torpe, pudo entrar a trabajar en una comedia musical del The Dixie Steppers y viajar a la Gran Manzana. En 1923 estaba en Broadway con una producción que se llamaba Chocolate Dandies y, de ahí, a otros dos lugares insignias del momento: el Plantation Club y el Cotton Club.


El salto a París se produce en 1925 y en esa ciudad, con un público que se deslumbró por su belleza, su color y su talento, el ascenso al cielo se hace a caballo en los relámpagos y de una forma que tiene que haberla sorprendido a ella misma, que provenía de un universo de arbitrariedades, injusticias y broncas desleales, donde los éxitos – para una persona como Josephine – requerían, además de aptitudes, un porcentaje extra de valor.


Tenía que ser. La estadounidense era un escándalo biológico.Una visión casi extraterrena, una mixtura de color y ritmos, de voz y sentimientos. Hay que hacer un breve viaje imaginario a la Francia del año 1925 para comprender lo que significaba esa mujer hecha a mano con piezas de ébano real, en medio de un escenario, vestida solamente con un cinturón de plátanos, con la cintura y las caderas montadas sobre unas cajas de bolas invisibles, dando bandazos de un lado a otro al ritmo de una música que no paraba nunca de subir.


Triunfó con Danza salvaje y con todo lo que salía a bailar. En unas pocas semanas le abrieron las puertas del Folies Bergere y, con una desconcertante falta de originalidad, la prensa la bautizó como la Venus negra. Para seguir la carrera de obviedades le decían también la Perla negra y la Diosa criolla.


En 1927 era la mujer mejor pagada del espectáculo y la más fotografiada del mundo, cuando la foto era una explosión de luces y magnesio.Se dice que las mujeres de Francia se bañaban con nueces para que la piel se viera más oscura. Y fue ella la culpable de la difusión del charlestón en Europa.


Josephine Baker entró en los años 30 famosa y con dinero. Trasladó su familia a la región de Milandes y se hizo ciudadana francesa.Continuó con la costumbre de casarse y divorciarse, y adoptó un clan de niños (12) de diferentes etnias. Muchos han querido ver en ese gesto no sólo su amor y su ternura por la infancia, sino un mensaje para EEUU, donde ella fue, casi hasta su muerte, víctima de la discriminación racial.


Tuvo también una afición desmedida por las mascotas y las extravagancias, que adornaron sus actuaciones y su quehacer artístico. Tenían una traducción clara cuando se paseaba por París con algunos de sus animales de compañía. La nómina de ese zoológico privado recoge estas especies: un leopardo, tres gatos, siete perros, una culebra, un perico, una lora, un chimpancé y una cabra.


En el 1936, siendo ya una figura de renombre universal, volvió a su país y la recibieron con una estudiada frialdad y con críticas implacables en los diarios. En los años 50 regresó y exigía que el público que asistiera a sus conciertos estuviera integrados por blancos y negros, pero en el apogeo de esa gira, el Strock Club de Nueva York se negó a aceptar sus condiciones y ella respondió con una prolongada y baldía algazara en los medios.


La discriminación racial ha sido una constante en aquella región del mundo. En el año 50, la Baker fue a cantar a Cuba y la gerencia del legendario Hotel Nacional no le permitió que se hospedara.En 1968 regresó a La Habana y la recibieron con honores en el mismo hotel, donde ahora no dejan hospedarse a ningún cubano, tenga el color que tenga.


La Baker encontró en uno de sus últimos viajes a Estados Unidos, a donde llegó otra vez divorciada y en soledad, una amistad sincera y honda, una especie de amor invernal y definitivo en el artista Robert Brady.


En 1956, con 50 años de edad, la señora Baker anunció que se retiraba del arte. París lloró, pero la despidió con afecto y devoción, le otorgaron, en una ceremonia en el teatro Olimpia, la Legión de Honor por su trabajo con los soldados durante la Segunda Guerra Mundial.


El escritor Jean Cocteau dijo unas palabras para despedir a la célebre vedette. Los comunistas rusos le dieron un permiso al payaso Oleg Popov, quien le trajo desde Moscú un enorme corazón de terciopelo rojo, las muchachas de la Comedia Francesa bailaron una pieza de calypso y la artista dijo que se retiraba sólo para criar a sus hijos y continuar su lucha contra el racismo. Tres años después, tuvo que regresar a los escenarios porque estaba sin dinero y todavía le quedaba tiempo que vivir.


Los franceses la recibieron otra vez con cortesía y cariño. Ella volvió a triunfar y después de actuar en París, realizó giras de trabajo por varios países. Salió bien del trance del regreso en el que corría el riesgo de tirar por el foso del teatro todo el brillo de su carrera. Salió bien. Con discreción y profesionalidad.


Pero el regreso no fue fácil para Josephine Baker. Por los días de la vuelta dijo atormentada: «Si supieran los ejercicios que tengo que hacer para que mi cuerpo, que llamaron el más bello del mundo, luzca aceptable. Materialmente se me doblan las piernas y siento, en el fondo del corazón, Virgen santa, bastante vergüenza».


El 8 de abril de 1975 se presentó en el Bobino Theather de París para celebrar su medio siglo de vida artística. Fueron a aplaudirla Sophia Loren y la Princesa de Mónaco.


Una semana más tarde paseó de nuevo por la ciudad. Una multitud salió a verla pasar en la carroza fúnebre.


MITOS DE NUESTRA ÉPOCA


Mañana:


Isla de Madeira

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