Un adolescente negro recibe un disparo en la cabeza por llamar a una puerta equivocada

El propietario de la casa, un hombre blanco de 85 años vecino de Kansas City, fue imputada este lunes por dos delitos, a los cuatro días del suceso y tras una protesta nacional y el estupor generalizado de que quedara libre

La Vanguardia, FRANCESC PEIRÓN, 18-04-2023

Este es uno de esos casos tan estadounidense de susto o muerte. Esta vez, por suerte, parece que se queda en susto.

Como hacen tantos adolescentes, Ralp Yarl, afroamericano de 16 años y vecino de Kansas City (Misuri), fue a recoger a sus hermanos gemelos, de once, que estaban en casa de un amigo. Se equivocó de dirección. En lugar de ir al 115 de Northeast Terrace fue al 115 de la calle Northeast. Tocó el timbre. Le abrió la puerta un hombre blanco que le pegó dos disparos, uno que le dio en la cabeza y, ya en el suelo, otro en un brazo.

Trató de pedir ayuda. Otros vecinos le dijeron que se tumbara mientras le atendían (o desconfiaban de él), y llamaban a la policía para reclamar las emergencias médicas.

Este suceso reaviva una vez más la ley que permite la autodefensa con el uso de la fuerza, en medio de las tensiones raciales y la disputa sobre la violencia de las armas. Esto ocurrió el pasado jueves. El propietario de la casa, identificado como Andrew Lester, de 85 años, fue detenido, pero a las dos horas le dejaron irse a la espera de cerrar el expediente, aunque todo apuntaba que lo iban a exculpar. Entonces no formularon cargos contra él.

Una vez trascendió este asunto en las redes sociales, y ante la impunidad hacia el agresor, hubo numerosas protestas en internet y en la misma ciudad de Misuri, con manifestaciones este domingo delante de la casa donde ocurrió el suceso. La jefa de la policía local, Stacey Graves, reconoció entender el desencanto público.

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Andrew Lester, de 85 año, el propietario de la casa que abrió fuego sin siquiera preguntar KANSAS CITY POLICE DEPARTMENT / Reuters
El escándalo en la opinión pública no hizo más que aumentar este lunes a nivel nacional. El Departamento de Policía emitió un comunicado en el que informó que había enviado las diligencias a la fiscalía del condado de Clay.

Al poco de de conocerse que Yarl salía del hospital para seguir su recuperación en su hogar (su madre es enfermera), Zachary Thompson, fiscal jefe del condado, anunció que Lester había sido imputado por asalto grave y por acción criminal armada, delitos que, en el supuesto de ser condenado, supondrían cadena perpetua y hasta quince años de cárcel, respectivamente.

“Hay un componente racial en este caso”, subrayó Thompson en rueda de prensa. En su comparecencia señaló que no estaba claro si Yarl había tocado el timbre o golpeado la puerta, pero “en ningún caso traspasó el umbral” hacia el interior de la casa. “Entendemos lo frustrante que ha sido, pero puedo garantizar que el sistema de justicia penal está funcionando y continuará funcionando”, recalcó.

Lester no se hallaba bajo detención este lunes. Le impusieron una fianza de 200.000 dólares. A la policía les confesó, como recoge la denuncia, que disparar era lo último que él quería hacer, pero que tuvo miedo por su vida debido “al tamaño del chico” y su incapacidad para defenderse debido a su edad.

Dijo que se acababa de meter en la cama y que al escuchar la llamada a su puerta, cogió su Smith & Wesson del calibre 32, segundos antes de abrir, y observar la presencia de alguien alto, de más de 1,80 metros. En su declaración indicó que temía una confrontación física, que no quiso que ese joven se le acercase y, además, mostró preocupación por la víctima, señalaron fuentes policiales.

Según la versión de la familia del adolescente, el hombre abrió la puerta, le miró a los ojos y le dijo: “No se te ocurra volver por aquí”. Y disparó.

Después de pedir ayuda, un vecino llamado James Lynch, blanco de 42 años, relató a la NBC que halló inconsciente al adolescente, bañado en sangre. “Pensé que estaba muerto”, dijo. “Nadie merece morir así, no se merecía que le dispararan”, insistió.

A esa hora, sobre la diez de la noche, Lynch, padre de tres hijos, se disponía a ir a dormir cuando escuchó disparos. Al asomarse por la ventaja vio a un joven que se tambaleaba. Salió a la carrera, le tomó de la mano, vio que tenía pulso, mientras otro vecino acudió con toallas para frenar la hemorragia.

“Ningún niño debe vivir con miedo de que le disparen por tocar el timbre equivocado”, tuiteó la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris.

Previamente a que se anunciaran los cargos, los abogados que representan a la familia de la victima, Ben Crump y S. Lee Merritt, subrayaron en un comunicado que “no puede haber ninguna excusa para dejar en libertad a un hombre armado y sospechoso peligroso después de admitir que disparó a un adolescente desarmado, no violento y sin capacidad de defensa, simplemente por tocar su timbre”.

Crump vinculó su comunicado a una página de recaudación de fondos de Faith Spoonmore, tía de Yarl. Ahí explica que su sobrino, tras recibir los impactos de bala, tuvo que ir a tres casas diferentes antes de que alguien le ayudó y llamó a la policía, aunque previamente le ordenó que se tumbara en el suelo y levantara las manos. Su versión difiere de la anterior del buen vecino.

“Escuchas estas historias de racismo en Estados Unidos y te queda la esperanza de que esto pasa un poco lejos, de que nunca toca a tu familia, pero, ¡Dios!, la gente de este país está enferma. Es difícil de entender esta cantidad de odio”, sostuvo Spoonmore.

El letrado Merritt explicó que la policía tenía la declaración del chico en la que describe que tocó el timbre, que esperó en silencio de tres a cinco minutos y entonces vio que la puerta se abría. El propietario gritó que no le quería volver a ver y abrió fuego por detrás de otra puerta de cristal. “No existe ninguna justificación para esto”, remarcó el abogado.

Yarl, estudiante de bachillerato en la Staley High School, amante de las ciencias e integrante de la banda de música del instituto, tiene la suerte, dentro de la desgracia, de recuperarse de un susto de muerte.

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