Pescador de gambas, salvador de hombres
El País, 01-08-2006Cuando estoy en casa necesito ir a ver el mar. Mi mujer se queja porque todos los paseos terminan siempre en el muelle
Sin gente no se gana una guerra. Todos los marineros nos necesitamos. El truco para que te respeten es respetar
Está a punto de cumplir 40 años y, como casi todos los cumpleaños, éste, también lo celebrará en el mar. José Durá pasará el día a bordo de su barco, el Francisco y Catalina, el mismo que el pasado 14 de julio, en Malta, rescató de una patera a la deriva, es decir, de una muerte segura, a 51 inmigrantes cuyos cuerpos nadie iba a reclamar. Mientras media docena de países echaban un pulso diplomático para decidir quién se hacía cargo de aquella gente, José Durá y su tripulación, 10 pescadores de gambas, los acogieron en su territorio – un barco de 25 metros de eslora – lo mejor que podían: inventando camas con plásticos, organizando comidas para medio centenar de personas dos veces al día, y poniéndoles películas en DVD.
“Nos complicaron un poquito la vida, pero no nos arrepentimos de nada. Lo volvería a hacer”, resumió el patrón al fin de la odisea. “Antes de esto, cuando veía imágenes de pateras en Canarias pensaba: ‘Que los devuelvan a su país’, pero cuando les vi de frente, cuando miré sus caras y vi a aquellas mujeres, a aquella niña y a aquellos hombres valientes, me cambió el chip. Lo tienen muy difícil y no se lo ocultamos en el barco, pero me gustaría que tuvieran una oportunidad”.
La mayor parte de su vida transcurre en un barco en el que todo (el miedo, el aburrimiento, la nostalgia, el trabajo y lo buenos ratos) se reparte en 10 trozos. Desde que compró el Francisco y Catalina hace un año, Durá comparte su tiempo con otros nueve hombres a los que acabará conociendo como la palma de su mano. Por las suyas han pasado muchos a lo largo de tres décadas de profesión, de ahí que además de saber mucho de gambas, Durá también sepa mucho de personas: “Sin gente no se gana una guerra. Cada uno tiene su misión y todos nos necesitamos. El truco para que te respeten es respetar. Me he encontrado de todo, pero con esta tripulación estoy muy contento. Somos una piña. De otra forma no puede ser, porque una mala cara en un barco de 25 metros pesa mucho”, explica.
Para pasar el rato, ven películas – la favorita es Torrente, a pesar de que la han visto más de 15 veces – y charlan, sobre todo, de mujeres (Durá asegura que de las suyas). “Si alguno tiene un problema en casa, lo cuenta y nos apoyamos unos a otros. Ese tópico del marinero que llega a un puerto y arrasa con todo ha dejado de ser verdad. Somos gente pacífica, trabajadora, y cuando llegamos a un muelle, salimos a tomarnos unas copas, a reírnos entre nosotros y ya está”.
Discreto y fiel
No sigue la actualidad, porque en el barco no se puede y porque además, lo único que importa son las gambas. En medio del océano, la tripulación no supo nunca que algunos decían que España se estaba rompiendo, y Durá ha tenido el lujo de perderse casi toda la negociación del Estatuto de Cataluña. Cree que hay que apoyar al Gobierno en la tregua de ETA, pero prefiere no opinar sobre cómo lo están haciendo los distintos partidos. Discreto, también en este punto, confiesa serle fiel a uno – “voto siempre a los mismos, aunque pierdan”, dice al otro lado del teléfono por satélite, desde algún lugar del Mediterráneo – y asegura que el problema que más le preocupa en España es la delincuencia. “Voy por la calle con mi mujer y a veces paso miedo. La vida se ha puesto muy difícil”, asegura.
En estos momentos, José Durá está hurgando en el fondo del mar, buscando gambas. Cada día que los náufragos pasaron en su barco y no pudo salir a pescar perdió 7.000 euros, así que ahora tiene que encontrar muchas para recuperarse. De momento, no le está yendo muy bien, pero si alguien puede encontrar buenos caladeros, es él, conocido entre su tripulación como El Cerebro. “Este marisco es muy raro. Todos los días grabo los fondos marinos en el ordenador y los estudio. En realidad, ahí debajo, es como la superficie de la tierra, con sus acantilados, sus montañas, sus cañones… Tenemos que seguir buscando”.
Cuantas más gambas encuentre, antes podrá volver a casa. Pasa apenas 50 días al año con su familia en Santa Pola, un pueblo de pescadores hecho a los huecos que dejan sus marineros. “Nunca me planteé ser otra cosa. Es lo que he visto desde que nací. No soy idiota y me gustaría pasar más tiempo con mi familia, pero lo mejor que puedes hacer en esta vida es disfrutar con lo que tienes”. Durá tiene tres hijos: dos chicos de 19 y 16 años y una niña de 14. José Antonio, el mayor, ya se dedica al mar; Pascual, el de 16, quiere ser marinero, y la pequeña, Laura, sólo tiene claro que no le gusta estudiar. “Me entero de los suspensos en el mar. Laura dice que de mayor quiere llevarme las cuentas, como hace ahora mi mujer, Pepi. Yo le digo que tiene que prepararse, pero le entra por un oído y le sale por el otro”.
A Pepi le debe todavía una luna de miel. “A ver si para la segunda boda, cuando hagamos 25 años juntos”. Ha visitado muchos países, pero ha pisado muy pocos. “He estado en Grecia, Italia, Malta, Córcega, Francia, Túnez… Pero no tengo tiempo para ir de turista. Las únicas vacaciones que me cogí fueron hace tres años. Pepi y yo pasamos una semanita en Tenerife y fue increíble”.
Reconoce que se maneja peor en tierra. “No me gustan los bullicios, ni las aglomeraciones. Me gusta pasar desapercibido. Cuando estoy en casa, necesito ir a ver el mar. Mi mujer se queja porque todos los paseos terminan siempre en el muelle”, bromea. El tráfico le inquieta y se siente mejor al timón que al volante, en mitad de un atasco. Probablemente, gracias a que no ha estado en muchos, Durá es el hombre tranquilo que parece.
Piensa en retirarse. “Me gusta mucho, pero el cuerpo se cansa, y lo noto. Cuando mis hijos estén un poco más maduros, lo dejo”. Parece que intuya que no va a ser fácil acostumbrarse a la vida terrenal.
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