38 personas han fallecido en la frontera con los Estados Unidos; específicamente en Ciudad Juárez, al norte de México. Estaban recluidos y prestos para ser deportados a sus países de origen. Una huelga los motivó a encender unos colchones, el humo los intoxicó y terminaron perdiendo la vida.

La migración ilegal de latinoamericanos hacia los Estados Unidos resulta una tragedia a gran escala. Quienes intentan cruzar la frontera sin permiso no lo hacen por gusto sino por necesidad. El riesgo siempre ha sido alto; sin embargo, ahora lo es mucho más debido al endurecimiento de las políticas migratorias por parte de la administración de Joe Biden. Al mismo tiempo, el gobierno mexicano ha sido dócil y flexible ante la petición de la Casa Blanca de vigilar e imponer un primer filtro para impedir que los aspirantes a conseguir el «sueño americano» intenten cruzar la frontera.

Detrás de cada fallecido hay un proyecto de familia, hay una ilusión. En ese contexto, las declaraciones del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, han sido desilusionantes. En primer lugar, aprovechó la tragedia para volver a cargar en contra de la prensa, acusándolos de amarillistas y de traficar con el dolor. En lugar de enfocarse en describir los pasos a seguir, decidió invertir sus palabras en acusaciones directas a los medios de comunicación.

¿Soluciones? Han pasado décadas y el problema se agrava. Lo que parece una verdad contundente es que la violación a los derechos humanos y el trato a los migrantes como argumento para la estrategia electorera, no son ni serán recursos para acabar con el drama migratorio.

Quizás, hace falta mayor humanidad y creatividad por parte de los gobiernos. De lo contrario, este tipo de tragedias seguirán ocurriendo