Efecto huida: éxodo

Diario de Noticias, Por Juanjo Aragón Urtasun, 31-03-2023

Según Naciones Unidas, en el año 2017 huyeron de donde vivían 68,5 millones de personas, una cada dos segundos.

Ibrahim sabía que en Europa se vivía bien porque lo veía en la tele, lo apreciaba en los turistas, lo oía de las jornaleras que iban a España y lo confirmaba cuando sus parientes mandaban dinero a casa o pasaban las vacaciones en Marruecos.

Sabía que vivir mejor no era gratis. Sabía que si la huida podía costar la vida y la estancia implicaba sangre, sudor y lágrimas, aún con todo, era mejor que seguir en su pueblo. Tenía encarnado en su mente que había venido al mundo a trabajar de sol a sol como lo hacía su abuelo, lo hace su padre y lo seguiría haciendo él. No tenía ninguna duda de que el fruto de su enorme trabajo seguiría siendo la supervivencia.

El emigrante es como el corcho de una botella de champán. Sale despedido, choca contra el techo, la pared y vete a saber donde para. Desde el momento de la salida cambia de forma y para volver a ponerlo le quitamos lascas con un cuchillo, pero no hay manera, no ajusta bien en ninguna botella. Ya no es el que era y se diferencia claramente de los corchos mayoritarios, los de vino. Según como nos pille lo tiramos a la basura o lo guardamos en un cajón.

Ibra, durante dos años, trabajó duro en el campo de un pueblo de Navarra y sigue sin esos putos papeles que le piden hasta cuando va solo por la calle. Le gustaría ser invisible o como un amigo suyo, marroquí como él, que tiene el salvoconducto de unos ojos azules enormes. Ha pasado tanto frío por las noches que algún día no ha venido a clase porque se ha quedado dormido en un banco al calor del sol de media mañana. Tiene tanta hambre de castellano que en voz baja mastica lo que le digo, rebaña el cuaderno con entusiasmo y bebe las palabras paladeando las sílabas. Después de unas cuantas clases en el super, aprendiendo a llamar a las cosas por su nombre y otras tantas repasando en la pequeña pizarra que tenemos, ya lee de corrido todos los letreros que pillamos por el camino. Ha pasado de la leche al coche, del chocolate al chófer, del churro al chucho, de la trucha a la ducha y del chicle al chino pasando por la chilaba de un compatriota suyo que nos saludó.

Lleva unos días preocupado porque las elecciones están al caer y sabe que ellos van a ser, más que de costumbre, el capacico de las hostias. Coincido en la apreciación y le pongo en el puchero del móvil varios artículos y reportajes que relacionan jóvenes inmigrantes con delincuencia. Titulares que inducen a pensar que hay chavales que viven de lujo sin dar un palo al agua, que si delinquen da igual porque están más protegidos que los autóctonos… Hay un reportaje que va de serio y científico en el que unos expertos en detenciones de delincuentes de fuera ponen el dedo en la llaga de este mal, de este cáncer que nos mata como sociedad: el Efecto Llamada. Sí, “ese trato privilegiado de las leyes dictadas por la izquierda y la ayuda de esas oenegés antipatrióticas”.

Teniendo en cuenta que la RAE define efecto, cómo, “aquello que sigue por virtud de una causa. La fiebre es un efecto de la gripe”, podemos afirmar que el efecto llamada es sinónimo del efecto huída. El mejor vivir llama al peor vivir por razón de su existencia y no sería justo acusar a alguien, salvo a Isabel Natividad Díaz Ayuso en su llamada a los ricos, de dar voces para que vengan de fuera.

Como patear, encerrar en campos de hacinamiento o no salvar vidas es algo que no impide la huída ya que no se puede matar al muerto, los Big Brother del capital detienen a las ONG que salvan vidas en el Mediterráneo, acusan a periodistas que ponen el foco en los horrores, compadrean con tiranos, recrecen vallas y permiten la vulneración de los derechos humanos en esos países de los que huyen millones y millones de personas. A todas las personas y organizaciones que ayudan a los huidos en su tránsito los acusan de ser llamadores intencionados, cómplices de las mafias que comercian con la pobreza y, por lo tanto, culpables de todos los males sociales, económicos y políticos que tenemos y tendremos. No tardarán en manchar la imagen de Moisés.

Ahora, con elecciones en marcha, las noticias de robos, violaciones, accidentes de tráfico, broncas nocturnas… atribuidas a población de origen extranjero florecen exageradamente con el propósito de culpabilizar a los partidos que gobiernan con “mano blanda”. Ahora, en campaña electoral, se vuelve a mentir diciendo que los inmigrantes copan los servicios sociales, sanitarios, de vivienda, de los espacios públicos … Ahora, con la legislatura agonizando, las administraciones entierran definitivamente los planes de inclusión que prometieron hace cuatro años.

Ibra tiene miedo. Ayer habló con un hermano suyo que está empeñado en venir.

—No quiero mi hermano aquí. Duele cabeza.

El autor es Responsable de Educación de Apoyo Mutuo

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