Un «complot» contra Mohamed VI, a punto de provocar una crisis hispano-marroquí
Las acusaciones de un ex agente secreto alauí, detonantes de la «tormenta»
La Razón, 31-07-2006Tánger – Las sorprendentes acusaciones lanzadas por un ex agente de los
servicios secretos marroquíes, Hisham Bouchti, de que el Centro Nacional
de Inteligencia (CNI) de Rodríguez Zapatero intentó reclutarle para
organizar un complot contra Mohamed VI, han puesto las relaciones
bilaterales al borde de una grave crisis de tal magnitud que medios
políticos en Marruecos no descartan que ésta haya sido la principal razón
del viaje de Su Majestad el Rey a Marruecos la semana pasada,
interrumpiendo sus vacaciones en Mallorca. Hisham Bouchti, un joven
militar sin graduación perteneciente a las Fuerzas Auxiliares, cuerpo que
depende del Ministerio del Interior y no del Ejército, se presentó de
manera rocambolesca en España a comienzos de año pidiendo «asilo
político». Tras los interrogatorios pertinentes por los servicios de
inteligencia españoles, el joven militar de 28 años vio denegada su
petición. En Madrid se llegó a sospechar que su presencia en España no fue
voluntaria, sino que obedecía a una operación programada por los servicios
secretos marroquíes.
La sorpresa en los medios diplomáticos
españoles fue mayúscula cuando tres días antes de la llegada de Don Juan
Carlos a Casablanca, el periódico de tendencia socialista «Ahdat el
Maghribiya» y el semanario «Maroc Hebdo» publicaron largas entrevistas con
Hisham Bouchti, en las que éste afirmaba que los servicios de inteligencia
españoles «trataron de reclutarle para hacer de él un opositor al régimen
de Mohamed VI». Ambos periódicos, muy cercanos al régimen, acusaban
directamente al CNI de «intentar desestabilizar a Marruecos»; un CNI cuyo
director, Alberto Sáiz, fue nombrado directamente por el presidente
Rodríguez Zapatero y que depende del ministro de Defensa. Según medios
políticos de Rabat consultados por LA RAZÓN, «la manipulación es obra de
un sector del régimen marroquí que pretende torpedear el papel que está
jugando España en relación con Marruecos, y que defiende los intereses
franceses en el antiguo Protectorado colonial».
Hace unos
meses, el semanario «La Verité» observaba que «Marruecos siempre tuvo como
principal interlocutor y aliado exterior a España. Tan sólo en la primera
mitad de siglo XX, Francia ocupó el primer puesto, tras la firma del
Acuerdo de Protectorado». «Pero España está volviendo a ocupar el lugar
que históricamente fue el suyo: primer socio internacional de Marruecos»,
escribía el semanario. Este vuelco en las relaciones exteriores comenzó a
delinearse durante los gobiernos de Felipe González y alcanzó sus máximos
con el gobierno de Aznar. La ocupación por un grupo de militares
marroquíes del islote Perejil rompió esa luna de miel ascendente,
beneficiando de golpe al Gobierno francés, que no ocultó su apoyo a la
«aventura marroquí en el peñasco».
Las
declaraciones de Hisham Bouchti a la prensa marroquí cobraron más relieve
cuando el Fiscal del Rey ante el Tribunal de Apelación de Casablanca
ordenó abrir una investigación, solicitando a la Brigada Nacional de la
Policía Judicial que «cualquier persona implicada en este asunto sea
presentada ante la justicia», lo que supondría, según algunas fuentes
marroquíes, que responsables y altos funcionarios españoles podrían ser
llamados a comparecer ante el juez, quien por otra parte pretende
desplazarse a Madrid para abrir las consecuentes diligencias. «Las
declaraciones de Bouchti son, como mínimo, sorprendentes», señalan fuentes
diplomáticas. En efecto, España es posiblemente el único país que, desde
la independencia de Marruecos en 1956, jamás estuvo implicado en maniobras
subversivas contra el régimen alauita. En las Memorias de Hassan II, el
antiguo rey desvela innumerables complots urdidos contra él por sus
vecinos Argelia y Libia, y por países «amigos» como Francia y Estados
Unidos. De España, ni una palabra. Y tras la muerte de Hassan II y la
llegada al trono de Mohamed VI, los sucesivos gobiernos españoles han
tenido la prudencia de hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los
opositores, algunos de ellos de peso, que han desfilado por España.
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