Santiago ciudad

Artur Shpakovskyi, el ucraniano que ya es un compostelano más

Llegó hace un año en la expedición de Políticas, trabajó en hostelería, estudia en la USC y vive en Monte da Condesa

La Voz de Galicia, O.P. Arca, 23-03-2023

Asus 22 años, Artur Shpakovskyi es hoy un compostelano más. Comenzó a serlo hace un año, porque el 17 de marzo del 2022 era uno de los 47 refugiados ucranianos que se bajaba del autobús de la expedición organizada por el equipo de investigaciones políticas de la USC. Su diabetes le permitió abandonar su país pese a superar los 18 años, y decidió venirse a España porque una prima que vive en Marbella le ofreció su casa. Era su idea inicial, pero se quedó en Santiago. Recuerda la emoción de la llegada y las 15 horas que durmió del tirón tras «cerca de cuatro días de viaje» en autobús. Su dominio del inglés le facilitó entenderse en esos primeros tiempos, y conseguir trabajo unos meses como cocinero en un bar. Tras dos meses viviendo en San Martín Pinario, se instaló en la residencia universitaria Monte da Condesa, y en este curso estudia un máster en tecnologías en márketing y comunicación política en la USC. Es a lo que dedica su tiempo, junto a un aprendizaje del castellano que empezó de forma autodidacta y completó en un curso trimestral: su nivel es envidiable, y cuesta creer que hace un año no supiese ni una palabra con ñ. Este compostelano tampoco conocía entonces Santiago, donde está perfectamente integrado: «Aquí estoy bien (sonríe), tengo todo lo necesario, puedo estudiar, comer y vivir, incluso pude trabajar varios meses». Cada día va al gimnasio y no deja de aprender castellano. Fue duro dejar atrás a su familia: en Cherkasy (en el centro de Ucrania) quedaron sus padres, dos tíos, una tía y un primo. Está en permanente contacto con ellos, así como con sus amigos de aquel país: «Tuvieron problemas por la falta de electricidad, pero ahora la situación mejoró. El gran problema son las alertas aéreas, son una constante cada día, ante la que no saben qué esperar». Allí espera regresar Artur tan pronto concluya el conflicto bélico, pero no sabe cuándo será.

¿Para quedarse? «Es difícil de saber», apunta, antes de decir que le gustaría estar unos meses con los suyos, con su familia y sus amigos, pero con la idea de volver para trabajar en España: «Me gusta vivir aquí», señala sin dudarlo. Y entre lo que más le gusta de este país de acogida, su comida: «El pescado, y mi favorito, el octopus», dice introduciendo por vez primera una palabra en inglés en su fluido castellano. ¿El pulpo?, y responde con rapidez y una sonrisa: «Sí, sí, el pulpo».

A Artur le gusta Santiago. Señala que su arquitectura no tiene nada que ver con la de su ciudad, pero le parece «maravillosa», y encuentra similitudes entre su majestuosidad y la de Leópolis. Por la ciudad pasea a veces con los amigos que aquí se granjeó, aunque la movida nocturna no le atrae especialmente. En su tiempo libre, mantiene el contacto con quienes dejó en Ucrania, hace deporte, aprende español, lee libros y ve películas. ¿En qué idioma? En inglés, sonríe. ¿Y el gallego cómo va? «Gallego, nada, pero ahora lo entiendo mejor porque tengo algunas disciplinas en la universidad».

Artur es un ejemplo de la integración de las personas refugiadas de Ucrania que llegaron a Santiago. Pero no el único. Un compatriota suyo trabaja en una empresa de construcción; entre las mujeres, que eran la inmensa mayoría de las que llegaron junto con niños y mayores, una encontró trabajo en una peluquería, otra estuvo en la Oficina del Peregrino y una tercera en la cocina del albergue del Monte do Gozo. En este primer año, las refugiadas se han esforzado por aprender castellano y formarse para encontrar un trabajo. Y tienen varios casos que demuestran que la integración en la ciudad que los acoge, además de deseable, es viable.

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