Maras: las bandas más salvajes se fijan en España

La Policía advierte de que la peor delincuencia iberoamericana puede

La Razón, 30-07-2006

Guatemala – «La noche del jueves recién pasado, miembros de la Mara 18
recluidos en el correccional de San José Pinula atacaron con arma de fuego
a un integrante de la Mara Salvatrucha, con resultado de cuatro muertos».
Noticias como ésta, publicada el pasado 24 de junio, dan cuenta de la
facilidad con la que actúan las bandas violentas en Guatemala y en otros
países de Centroamérica. Ese mismo día, los periódicos informaban de la
muerte de un presunto pandillero «asesinado de un balazo frente a la
iglesia católica de El Porvenir, Villa Canales». No son hechos aislados.
La misma semana, dos hermanos menores de edad resultaron heridos en un
parque cuando un desconocido «disparó contra un marero al que baleó» y
Samuel, un ayudante de piloto de autobús de 15 años «murió baleado en el
interior del automotor» en la colonia El Milagro de Mixco. Dos pandilleros
le dispararon cuando se detuvo a cambiar una llanta.
   Las maras, la
versión más descarnada de bandas latinas como los «Latin King» y, sobre
todo, los «Ñetas», traen de cabeza desde hace años a los gobiernos
centroamericanos. Ahora, estos delincuentes juveniles podrían haber puesto
sus ojos en España. El juez decano de Madrid, José Luis González Armengol,
asegura que un informe policial «avisa del riesgo de que dentro de tres o
cuatro años se implanten en nuestro país». El idioma, la facilidad para
cruzar nuestras fronteras y las mayores posibilidades para encontrar
trabajo habrían convertido España en un destino atractivo.
   «No están operativas». «No es que las maras estén operativas en nuestro
país, pero sí hay un pequeño grupo de mareros que podrían estar
implantándose aquí», dice Armengol. «La Policía no va a reconocerlo
- añade – hasta que sea una realidad, pero los datos están ahí: cada vez más
menores cometen delitos».
   La liturgia de muerte y extorsión es,
para los mareros, la máxima expresión de su principal anhelo, «vivir la
vida loca», aunque su violenta rutina tiene muy poco de vida y, eso sí,
mucho de locura. La marca de la mara tatuada en la piel es su seña de
identidad, para muchos un salvoconducto para morir joven. El techo de vida
de un pandillero no supera los 24 años. Da lo mismo. La mara les brinda un
futuro que en la sociedad no encuentran o ni siquiera buscan. La
alternativa son estas bandas creadas a imagen y semejanza de las pandillas
que irrumpieron en Los Ángeles en los 80.
   En Guatemala mandan
la Mara 18 y la Salvatrucha, la más violenta (de la que en este país
existen más de 300 ramificaciones). Esta última tiene estrechas relaciones
con los «Ñetas». Sólo el pasado año, dejaron un reguero de 5.500 muertes,
según datos oficiales, lo que obligó al Gobierno de Guatemala a desplegar
a 11.000 soldados en las grandes ciudades.
   La seguridad es aquí un
concepto muy relativo. Cualquier sitio es bueno para ajustar cuentas. El
pasado abril, pandilleros de las maras 18 y Salvatrucha se enzarzaron a
cuchilladas en la Torre de Tribunales de la capital, donde iban a ser
juzgados. El encontronazo dejó tres heridos. A los menores se les
incautaron una pistola y tres armas blancas.
   La Policía Nacional
Civil (PNC) de Guatemala tiene identificados a unos mil mareros en la
capital, responsables del 20% de los delitos que se producen. Fuentes de
la Sección de Control de Maras de la Policía aseguran que el número de
miembros de estas bandas en todo el país es de «entre 6.000 y 7.000,
aunque los periódicos hablen de 30.000».
   «Cobradores,
banderas y tapados». «Ya no andan tan a la vista como antes, ahora son
bastante nómadas – explican – y empiezan a no tatuarse, porque les
estigmatiza». La Policía no confía en los arrepentidos: «Cuando les
agarras dicen que se cuadraron, que están yendo a la iglesia, pero es
mentira, porque aun con la Biblia bajo el brazo, están cometiendo
delitos». La PNC insiste en que, pese a que lo niegan, en las maras sí
existe una jerarquía. «Hay sicarios, cobradores (encargados de la
extorsión), banderas (menores y mujeres que cumplen funciones de
vigilancia) y tapados».
   Entre la Salvatrucha y la
Mara 18, enconadas rivales, también hay diferencias. La primera es más
violenta. «Muchos de sus miembros vienen de El Salvador, huyen de otros
lugares». Sin embargo, los de la 18, los más numerosos, se dedican más al
«renteo» (en lo que va de año, 24 conductores de autobús han sido
asesinados en Ciudad de Guatemala por negarse a pagar a cambio de
protección).
   En España, se mira de reojo a este fenómeno, sobre
todo desde la implantación hace cinco años de «Latin King» y «Ñetas». «La
forma de actuar es totalmente distinta. De momento, y esperamos que dure,
los asesinatos y extorsiones no van con ellos», explican fuentes
policiales españolas. «Es muy raro que se pudieran implantar aquí, pero
debemos tener cuidado y estamos en contacto con la Policía de esos
países». La situación no es la misma, insisten (pese a que las bandas
latinas ya cuentan con asesinatos en su haber): «Allí, los muchachos no
tienen expectativas de futuro. Están tirados en la calle y el futuro se lo
ofrece la mara. Aquí, a esas edades los niños están en la escuela. ¿De
dónde sacarían la materia prima?».
   «El conejillo de
Indias». La Policía tiene identificados a más de 2.300 miembros de bandas
latinas, aparentemente tranquilas tras la detención, a finales de 2005, de
una treintena de sus integrantes después de que sus enfrentamientos se
cobraran dos muertes en Madrid.
   En Guatemala, algunas asociaciones
intentan alejar a los menores de esa dictadura implacable. Juan Carlos
trabaja en Aprede (Asociación para la Prevención del Delito) con jóvenes
ex mareros y con los adolescentes entre los que echan sus redes. «Aquí el
conejillo de Indias es el pandillero y se tiende a magnificar su número.
El Gobierno habla de 300.000. Es rotundamente falso». Juan Carlos cree que
el caldo de cultivo es la exclusión social que viven muchos niños. «No hay
acceso al trabajo ni a la escuela. Se unen como una forma de rebeldía y
delinquen para sobrevivir». El trabajo de Aprede no es fácil. «Un
pandillero es muy difícil de convencer. Está cegado por esa convicción de
que está en deuda con la pandilla». Y esa deuda, casi siempre, se paga con
la vida.
   

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