Maceda

Los primeros ucranianos refugiados en Ourense: «Cuando llegamos no pensábamos que, un año después, seguiríamos aquí»

Tras doce meses, agradecen que el calor de la acogida se haya mantenido en el tiempo

La Voz de Galicia, Fina Ulloa, 07-03-2023

AKatia, Viktoria y Yana el 13 de marzo del 2022 les quedó grabado en el corazón. Después de muchos días de angustia y penalidades mientras huían de la invasión rusa ese día el viaje concluía en la localidad ourensana de Maceda. Lo que vieron entonces aún les hace asomar una sonrisa. «Nos quedamos con la boca abierta. Había muchísima gente. Pensábamos que nos harían alguna foto y listo. Vimos muchísima gente aplaudiendo, y muchos traían regalos para los niños. Fue una sorpresa con mucha emoción», cuentan.

El agradecimiento por aquella bienvenida sigue presente en ellas doce meses después. Pero sobre todo valoran que el calor de la acogida se haya mantenido en el tiempo. «Muchísimas personas nos han dado ayuda y no nos dejaron solas», relata Katia. Ella es una de las afortunadas que encontró trabajo y, además, ejerciendo la profesión que ya tenía en su país. Es cocinera en el Castillo de Maceda, donde inicialmente albergaron a parte de las viajeras. Sus anfitriones, Carlos Parra y César Mantilla, les ayudaron a adaptarse y el 19 de marzo ella, su cuñada Irina y su sobrino se instalaban en un piso junto a otra familia compuesta por Natassa, su hija Masha y su nieto.

Ahora mismo allí siguen Katia y la abuela Natassa. Las dos jóvenes madres con sus hijos regresaron a su país. No fueron los únicos. De las que llegaron entonces quedan seis mujeres y cuatro niños. Aunque no todo han sido despedidas. Yana Zelenska ha logrado traerse a su marido enfermo. «Mis nuevas amigas españolas —Alicia, Rebeca, Begoña—, trataron de ayudarnos y me encontraron un trabajo donde conocí a la maravillosa familia Moure. Me contrataron de camarera aún sin saber español por seis meses. El dinero que gané me permitió salvar a mi esposo de la ocupación. Tiene una discapacidad para caminar. Margarita y Carlos Moure nos ayudan incluso ahora. Tenemos lo más valioso, que es la amistad de gente maravillosa», concluye esta profesora y logopeda procedente del este del país. «Donde comenzó la guerra en el 2014», apunta para recordar que el conflicto viene de lejos. «Ahora, mi ciudad, Severdonetsk, en el Dombás, está ocupada y completamente destruida, al igual que mi casa. No queda nada. Mi hija y yo huimos al oeste de Ucrania y en la frontera con Polonia nos llevaron al alcalde de Maceda y sus amigos bomberos. Salvamos la vida», razona.

Viktoria Hlushchak recuerda que llegó con una pequeña mochila. Fue lo único que cogió en ese momento de angustia en el que comenzaron los bombardeos y decidió ponerse a salvo con su hija Juliana, que hoy tiene cinco años.

Las lágrimas

Estuvo dos noches viviendo en el metro y tuvo la suerte de que un policía la metió dentro de un tren para el que no había forma de conseguir billetes porque, sencillamente, estaba abarrotado. Solo llevaba una botella de agua. Pasó viajando otros dos días antes de llegar a la frontera con Polonia donde encontró a los de Maceda. «Para mí, mentalmente, esto es muy difícil. Toda mi familia está en Ucrania», dice con lágrimas en los ojos. Viktoria llevaba una década trabajando en un banco. Aquí no ha encontrado aún empleo, pero se esfuerza en mejorar con el idioma para tener más posibilidades.

Cruz Roja les ofrece dos días por semana clases de español, aunque algunas, especialmente aquellas que han tenido oportunidad de trabajar, ya son capaces de hacerse entender. «No siempre. A veces vas a la farmacia y sales contenta porque has entendido bien, pero otro día siguiente vas al centro médico y la chica se desespera porque no te comprende», reconoce Katia.

«La gente de Maceda nos recibió como a una familia. Nos dieron todo: la ropa, los zapatos, la comida, pero aún así fue muy difícil para mi hija y para mi adaptarnos ya que nuestra familia todavía está en peligro. Todos los pensamientos son solo sobre cómo salvarlos», asegura Yana. Aunque el tiempo va pasando, esa angustia de la incertidumbre no desaparece. «Hay días buenos, hoy sale el sol y estás optimista y hasta te ríes y al día siguiente igual te lo pasas entero llorando. Hablas con tu familia y te cuentan que hubo un bombardeo ruso y que no tienen luz ni agua. Todos los días sabes de hombres y mujeres muertos», resume Katia. «Es ahora arriba, ahora abajo. Una noria», define Viktoria.

Las ventajas de un pueblo

Todas coinciden en que en su cabeza, aquel día de marzo en el que vieron por primera vez Maceda, no se imaginaban que seguirían aquí un año después. «Yo pensaba que igual serían un par de semanas y regresaríamos», confiesa Katia. Después de tantos meses aseguran que, de no regresar a su país, prefieren quedarse en Maceda que buscar un lugar más grande. «En una ciudad te encuentras más sola. Aquí todo el mundo se conoce y la gente se acerca y te ayuda. Mucha gente se acerca. Es como una pequeña familia».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)