YA HAY INMIGRANTES MILLONARIOS

POSEE 52 LOCALES DE COMIDA TURCA. FACTURA 24 MILLONES

El Mundo, 30-07-2006

«El número de extranjeros empadronados se sitúa en 3,88 millones, lo que supone el 8,7% del total de la población española» [Extraído del informe del INE, publicado el pasado martes] HIDIR KAÇAR. La base de operaciones de Istambul Döner Kebab está en Casarrubios del Monte (Toledo). Desde allí se supervisan sus 52 locales [se espera que dupliquen esta cifra en los próximos cinco años]. Su fundador es Hidir Kaçar, un turco que llegó a España para bailar. Vio una oportunidad de negocio y fundó su primer local en Lavapiés, en 1999. Sólo quería quedarse en España para disfrutar del buen clima y mover las caderas en sus discotecas de salsa. Sin quererlo, creó la primera célula de la franquicia más importante de comida


étnica. En el 2003 vendía ya 3,1 millones de euros. Sólo dos años después multiplicó por ocho esta cantidad. En su oficina tiene un gran cuadro de madera donde está tallado un poema que él escribió cuando estaba detrás de la barra de su primer local: Tengo muchos hermanos/ mis hermanos son blancos/tengo muchas hermanas/ mis hermanas son rojas/ tengo muchos padres/ mis padres son negros/ tengo miles de años/ y mi nombre es humano. Su empresa da empleo a 350 personas de distintas nacionalidades; de Bangladesh a Bolivia. Es un homenaje a su propia suerte.


Cuando el pequeño Hidir cumplió 10 años vivía en el Kurdistán Noroccidental. Su aldea era bucólica. Sus padres eran campesinos que desconocían la electricidad como elemento cotidiano. La guerra civil estaba gestándose. La guerrilla kurda se armaba a gran ritmo. Tenía doce hermanos y él era el más pequeño de todos.Bailaba cada vez que escuchaba algo de música. Apenas había ido a la escuela. Eso era lo más que podía darle su madre que no sabía leer ni escribir. Su padre le regaló un bolígrafo para que pudiera asistir. Cada vez que se portaba bien, le compraba uno. «Sé fuerte», fue su gran lección.


Iba luchando contra el barro en invierno. Sus pies descalzos se ponían marrones. A esa edad conoció el hambre. «Probablemente por eso tengo éxito en esto que hago», afirma sentado en el sillón de piel blanco de su despacho. «Este espacio – recorre con la mirada el espacio plagado de muebles de diseño – es el mismo en el que vivíamos quince personas». Enciende un cigarrillo, uno de los veinte que fuma al día. Ése y bailar son las únicas adicciones que lo han perseguido desde que salió de Turquía en 1989.


Sus padres se mudaron a Estambul huyendo de la metralla. Completó sus estudios y postuló al Conservatorio de Música y Baile de Estambul en 1986. Eligió bailar y fue un alumno aplicado. Tres años soportó la pobreza y decidió ir a Alemania a hacer lo que sea. Lavó coches, ejerció de electricista. «Hice de todo, hasta que estalló la guerra y todos los turcos corrieron a la frontera germana. La policía necesitaba traductores y yo sabía alemán».Su labor salvaba o condenaba. De mí dependía que les dieran asilo o no. Una palabra incorrecta y se repetían los interrogatorios.«La frase con la que todos comenzaban su discurso era “soy guerrillero, me van a matar”». Cada uno de los que regresaban era para morir.


Se casó con una alemana y tuvo dos hijos. Puso su primer restaurante y siguió bailando. Daba clases de baile de salón en paralelo.El frío alemán no iba con él. En unas vacaciones en España, en 1999, decidió que ese era el país donde quería vivir. Vendió todo. Se divorció.


El local que abrió ese año en Lavapiés se vio atiborrado de gente a los pocos días de inaugurado. Se corrió la voz de que era un restaurante turco «muy limpio y delicioso». Se dio cuenta que los restaurantes turcos funcionaban por el sabor, pero la gente desconfiaba. El Döner Kebab se convirtió en la estrella. Pero nadie lo llamaba así. «Pedían un turco, o un turco con carne.Nuestra primera idea fue difundir la idea del nombre como eje de nuestros restaurantes».


Se unió un factor más. «Coincidió que había un cansancio del fast food. Éste era una nueva opción para el paladar, era una oportunidad. Sólo había que hacer lo que los otros hacían bien».


Dieron al público seguridad, una correcta presentación, he hicieron uniforme el sabor. Se transformaron en una franquicia en toda regla.


Para el 2001 ya eran rivales directos de Burger King, McDonalds y Kentucky Fried Chicken. «Aún así no nos tomaban en serio. Cuando conseguimos la primera licencia para operar en un centro comercial todo cambió. Ellos estaban vacíos y nosotros teníamos colas de gente que quería comer un Döner Kebab. Actualmente, estas cadenas, antes de decidir si van a ir a determinado centro comercial, preguntan si estaremos nosotros. Si es así, optan por no competir».


Los amigos de Hidir Kaçar son sus propios empleados. «No me he buscado amigos millonarios». Aunque se acaba de comprar un enorme chalé en Villaviciosa, no lo comparte con nadie. Vive solo. Tiene otra finca en la carretera de Valencia de 50 hectáreas. Su actual novia es una arquitecta de Ferrovial con la que baila todos los sábados.


Ahora mismo hay, al menos, tres franquicias que compiten con los mismos productos. Pero no se preocupa, su mirada está puesta en Latinoamérica y Portugal. El único bloqueo es la inversión inicial de entre 80.000 y 150.000 euros, una fortuna en estos países. «La diferencia es que ahora podemos elegir a nuestros candidatos».


Cada cierto tiempo, Hidir regresa a Estambul a ver a su madre.Ella sigue viviendo en el mismo lugar. Sigue cultivando la tierra.«Apaga las luces. Sigue sin saber escribir. Vive en el mismo barrio. Sigue comiendo el pan justo. No sabe quién soy, ni lo que tengo. La he querido traer tantas veces. No ha querido ser una carga para mí. Yo insistiendo…».


El Mercedes negro SLK 500 de Hidil Kaçar está en el aparcamiento.Se siente como un espíritu libre que sólo tiene que encender su coche y volar. Hacía un universo extraño donde, antes, bailar era una manera de huir. Y, para él, era la forma de escaparse de la tristeza de su pasado. Triste como una alondra, difuso como un hierro. Un representante de un nuevo centro comercial lo llama. «Lo estudiaremos, tenemos tiempo», responde.


Próxima semana: el rumano de los conciertos y el chino de Cobo Callejas

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