365 días en guerra Melenara se gana el cariño de Ucrania
La familia ucraniana refugiada en el municipio se sigue integrando en la isla justo un año después del inicio de la guerra en su país. Su mayor ilusión es que las muertes y las armas cesen y poder volver a casa
Canarias 7, , 24-02-2023Eran cerca de las 3.30 horas de la madrugada del 24 de febrero de 2022, cuando de repente suena un estruendo fortísimo que despierta a todo el país. Al principio parecían los truenos de una gran tormenta, pero al poco tiempo las alarmas antiaéreas comenzaron a sonar, desatando el miedo y el horror entre los ciudadanos ucranianos. Hoy se cumple justo un año desde que Putin comenzó a atacar Ucrania con la intención de hacerse con algo que no le pertenece. Todo ello a cambio del sufrimiento de millones de personas y cientos de miles de vidas, pero ninguna la suya.
Algunos de estos ciudadanos decidieron huir de la barbarie con destino a cualquier parte del mundo. Es el ejemplo de Olha Kondrashova, su madre Olena Dolynska y sus dos hijas Anhelina y Zlata, originarias de la ciudad de Odessa y que desde hace algo más de 10 meses llegaron a Gran Canaria. Fue Serguéi, el marido de Olha, un marinero cuyo barco está atracado en el Puerto de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria, quien insistió para que viniesen.
Entonces fue cuando llegó a los oídos de Beatriz y Miguel, un matrimonio con tres hijos afincado en el barrio de Melenara, que esta familia estaba buscando un techo, ya que pronto se quedarían sin recursos para pagar el hostal en el que dormían. Desde ese entonces, les abrieron las puertas de su casa y de sus vidas, haciéndoles una parte más de su familia.
Al principio todo fue muy difícil para ellas. Durante el día las niñas jugaban con Nico, Guille y Cayetana, los hijos de la pareja canaria, pero no tardaban demasiado en volver al regazo de su madre y su abuela, quienes intentaban conocer a las personas que les había acogido en su casa de la noche a la mañana sin apenas dar explicaciones. Olha y Olena nadaban en un mar de dudas. No sabían cuánto tiempo iba a durar aquella hospitalidad, ni cuándo podrían volver a casa. Por las noches, cuando estaban las cuatro solas en la habitación para intentar dormir, volvía al recuerdo aquella fatídica madrugada en la que todo comenzó. En estos momentos de intimidad nocturna, la preocupación por las personas y la vida que habían dejado atrás se acentuaba en forma de tristeza y llantos.
Dos ángeles puestos en su camino
Las primeras semanas en la isla sus rostros eran mucho más serios, denotaban cansancio y preocupación, apenas hablaban y no entendían que alguien les diera todo a cambio de nada. No terminaban de fiarse. Rosa Nikolaevna, amiga desde hace muchos años de Beatriz (de origen ruso), ayudó desde el principio en la integración entre ambas familias. «Fue un punto de unión clave para entendernos y conocernos mejor», explica Beatriz.
Rosa cuenta que, en general, los ucranianos y los rusos suelen ser muy desconfiados. «No conciben que existan personas que puedan ayudar tanto como lo han hecho Bea y su familia desde que llegaron. Han sido como unos ángeles que Dios le ha puesto en su camino. Cuando ellas transmiten lo que están viviendo aquí a los allegados que se quedaron en Ucrania, no pueden creerlas. Creen que es mentira», explica Rosa. «Aunque también son muy agradecidos y no se quejan de nada. Han podido vivir en su piel lo generosos y cariñosos que son los canarios con la gente de fuera. Y más si se trata de personas que viven una situación tan complicada como la de ellas. Personalmente, esta vivencia me ha hecho aprender a valorar otro tipo cosas menos superficiales de la vida», explica Rosa.
Los primeros días, Olha y Olena tenían miedo a que les parase y detuviesen la policía. Pero con el paso de los meses fueron ganando confianza. Bea y Miguel les ayudaron a conseguir sus documentos de identidad, a escolarizar a las niñas, a moverse con la guagua por la isla para que la conociesen, a enseñarles la cultura canaria y, en definitiva, a integrarse.
Olena ha intentado ser productiva trabajando. Primero lo intentó en el mundo de la hostelería. Pero Miguel y Bea observaron que era demasiado duro y le encontrar otro empleo. Esta vez de limpiadora en una farmacia. Allí pudo estar tres meses y todo fue mucho mejor. Aunque la propia Olena reconoce que el lenguaje fue siempre una gran barrera.
En este sentido, Rosa y Beatriz exponen que sería una buena idea que las instituciones creasen un curso de español para los refugiados ucranianos que están en Canarias que les ayudara a su inserción social y laboral. «Un trabajo te da identidad y te hace sentir vida», expresa Rosa.
Olha por su parte no ha podido encontrar nada de lo que a ella le apasiona, la peluquería. El hándicap es el mismo: el idioma. Mientras tanto se ha dedicado a cuidar de sus hijas, Anhelina y Zlata, que ya están como pez en el agua. Su estado de desarrollo y su inteligencia les ha permitido aprender el español mucho más rápido que a su madre y su abuela. Han hecho sus propias amigas en la escuela y se comportan casi como hermanos cuando están con Guille, Nico y Cayetana. Esta integración ha sido fundamental para que dejasen de pensar en la guerra.
A pesar de ello, el trauma se ha quedado ahí. Cuenta Bea que hace poco, una de las niñas entró en pánico cuando escuchó la alarma contraincendios del centro en el que estudian, ya que ese día tocaba simulacro. El miedo a las bombas volvió por un instante.
Sin allegados fallecidos
Ahora son mucho más felices que hace diez meses. Han recibido ayuda de muchos costados y han descubierto un paraíso que nunca imaginaron, a pesar de que la preocupación por la situación de su país no cesa. Leen la prensa a diario para conocer cómo continúa la tragedia, aunque como verdaderamente se sienten informadas es a través de sus familiares y amigos. « Los medios de comunicación no cuentan toda la verdad. La guerra está siendo un desastre», indican Olha y Olena. Por suerte, ellas no han tenido que lamentar muertes de cercanas, aunque eso puede cambiar de un momento a otro.
Nada es fácil ahora para esta familia ucraniana, que vive con la ilusión de que todo acabe más pronto que tarde para poder volver a casa, aunque saben que será difícil. « Zelenski no se va a rendir nunca y mucho menos Putin», imploran las refugiadas. Lo único que tienen claro es que Melenara ya se ha ganado su cariño.
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