Ucranianos en Bizkaia: «Es imposible desconectar de la guerra»

Los refugiados afrontan el reto de integrarse en sociedades desconocidas con el conflicto todavía presente

El Correo, Félix Montero Bilbao, 24-02-2023

Sus vidas cambiaron hace exactamente un año. El 24 de febrero de 2022 marcó un antes y un después para millones de ucranianos. Mientras algunos eran reclutados para luchar en el frente, otros se escondían en búnkeres subterráneos o hacían las maletas para escapar de un país que había dejado de ser seguro.

Más de ocho millones de ucranianos – la mayoría niños y mujeres – decidieron salir de su país, en lo que supone en el mayor éxodo en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En Euskadi 4.180 personas han solicitado el estatuto de protección temporal, el primer paso bucrocrático necesario para construir una vida alejada de las bombas.

Una vez llegaron a los distintos pueblos y ciudades vascas, tenían por delante el reto de integrarse en una cultura, un idioma y un entorno para muchos desconocidos. Además, la conciencia de que sus amigos y familiares viven en un país en guerra marca sus rutinas hasta hoy. Este reportaje recoge la experiencia de cinco ucranianas que se refugiaron en Bizkaia durante el año pasado.

Olena Teslenko y Iuliia Oliinyk
«Me levanto todas las mañanas esperando que a mis padres no les haya volado un misil»
«Mi mejor amiga me ha dejado de hablar, no entiende que viva en Euskadi con mi novio y el suyo esté la guerra». Olena Teslenko, ucraniana de 30 años, trabajaba en San Petesburgo cuando Putin decidió invadir Ucrania. «Marché por motivos éticos, no quiero vivir en el país que bombardea la casa de mis padres«, cuenta con voz temblorosa. Así, el mismo 24 de febrero emprendió un viaje de no retorno junto a su pareja y su gato. Primero Letonia, después Estonia y, desde hace ocho meses, Bilbao.

Olena trabaja en el salón de manicura de Iuliia Oliinyk, una rusa que reside desde hace diez años en Bilbao, adonde llegó por amor. A ambas les atraviesa el conflicto, ya que Iuliia también tiene familia ucraniana. «Sé que es complicado adaptarte a un país en el que no conoces ni el idioma ni las costumbres», cuenta. Por este motivo, ofreció su ayuda a centros de apoyo a refugiados ucranianos.

Las dos encuentran una vía de desconexión en el trabajo. «Por mi salud mental necesito hablar de cosas positivas con las clientas», cuenta Iuliia. Sin embargo, una evasión total es imposible: «Me levanto agradeciendo cada día que a mis familiares no les haya volado un misil». La impotencia que les genera no poder ayudar a su seres queridos ha generado una complicidad entre ambas.

Los padres de Olena son militares y su madre está en el frente por segunda vez. «Los primeros meses hablábamos todos los días, pero ya nos hemos acostumbrado a la situación. Aunque parezca mentira, te habitúas a la guerra y que tu familia pueda morir», reconoce. Con temblores y ojos llorosos, Olena se acuerda de su antigua compañera de piso: marchó de Ucrania y un misil impactó en su casa. «Se quedó sin padres, en el extranjero y absolutamente sola».

Olena explica que le gustaría regresar a Ucrania cuando acabe la guerra, pero solo de visita. «Desde pequeña he querido vivir fuera de mi país», explica mientras lamenta que lo haya conseguido por este motivo. Su siguiente reto es aprender castellano, a lo que dedica tres horas a la semana, e ir a la universidad, aunque no tiene muy clara la carrera. «De momento, trabajaré de lo que pueda».

Tetiana Tolchykova
«En Euskadi estamos tranquilos, pero es imposible desconectar»
Tetiana Kolchykova en el Centro Ucraniano de Bilbao
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Tetiana Kolchykova en el Centro Ucraniano de Bilbao Pedro Urresti
Tetiana, de 44 años, vivía con su marido y sus dos hijos autistas en Zaporiyia, uno de los principales objetivos de las tropas rusas. Cuenta que pese a que no pensaba que fuera a estallar la guerra, en los días anteriores había mucha tensión. «El ambiente era extraño, las autoridades recibían llamadas anónimas alertando que las guarderías y los colegios estaban rodeados de minas», recuerda horrorizada.

Durante las dos primeras semanas del conflicto, los cuatro dormían en el pasillo de su casa: Era la zona más segura y preferían asumir todos juntos las consecuencias del impacto de un proyectil. «Las bombas y las sirenas antiaéreas se sucedían y mis hijos no paraban de llorar», explica. Ante esta situación, decidieron marchar.

«Cuando llegamos a la estación de tren y vimos la avalancha de gente que se generaba, optamos por escapar en autobús», narra. Después de 24 horas de trayecto, llegaron a Lviv, un pueblo fronterizo en el que estuvieron tres semanas. «Al ver que las condiciones no eran aptas para mis hijos, optamos marchar. Una voluntaria nos recomendó venir a Bilbao», aclara. Como sus hijos tienen necesidades educativas especiales, su marido no estaba obligado a quedarse en Ucrania, por lo que pudo marchar hacia una nueva vida.

Tetiana cuenta que el estrés le ha borrado algunos recuerdos de los últimos meses, entre ellos el viaje en autobús a la capital vizcaína, que no sabe cuánto duró. Por otro lado, explica que al llegar a Bilbao le sorprendió la actitud de la gente hacia sus hijos: «Desde el primer día han recibido una atención personalizada que en Ucrania es inimaginable».

Su marido trabaja en una lavandería desde verano y ella se dedica a cuidar de sus hijos y aprender castellano. Pese a estar contentos con su nueva rutina, lamenta no poder desconectar: «Mis padres y mi abuela están enfermos, lloramos siempre que hablamos por teléfono. Es horrible».

Iryna Kovalenko
«Escucho misiles al otro lado del teléfono»
Iryna Kovalenko en un parque de Sarriko
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Iryna Kovalenko en un parque de Sarriko Pedro Urresti
Los padres de Iryna, de 38 años, querían que su hija comprara una casa hace un año y medio. Sin embargo, ella tenía «un presentimiento» y les convenció para gastar el dinero ahorrado en un coche, el mismo que utilizaron para huir del país.

Iryna recuerda que su suegra la despertó cuando comenzó la guerra. «Eran las seis de la mañana y me avisó de que estaban lanzando bombas sobre Kiev, entré en shock», narra con un temblor. Minutos después, se puso en marcha: Llevó a sus padres a un pueblo seguro. «En el camino de regreso a casa, ecuché el silencio», cuenta. Como el día anterior habían llenado el depósito del coche hasta arriba, emprendió un segundo trayecto hacia la frontera con su marido, su hijo y otra pareja con un niño.

Sin embargo, se detuvieron cuando iban a cruzar a Polonia: Los hombres mayores de edad no podían pasar. «Yo quería quedarme en Ucrania con mi marido, pero el novio de mi amiga me pidió por favor que sacara en coche a ella y su hijo», cuenta.

«Cuando llegué a Bilbao, me generó una tristeza enorme estar sola y alejada de mi marido, necesitaba apoyo emocional», explica. Su ánimo mejoró cuando empezó a vivir en una familia de acogida junto a su hijo. «En un principio no tenía pensado quedarme, por lo que no me molesté en aprender el idioma», explica. No obstante, hace cuatro meses hubo un punto de inflexión: Su marido consiguió salir de Ucrania gracias a un salvoconducto legal. «Fue de los días más felices de mi vida, al vernos empezamos los tres a llorar», narra. Ahora, con los tres asentados en Bilbao, recibe clases de castellano cada día.

Iryna explica que su estado emocional depende del de sus familiares. «A veces están muy felices por algo tan básico como tener electricidad durante todo el día. Esa positividad me la contagian. En cambio, los días son largos cuando no pueden hablar porque están en un refugio sin cobertura o escucho misiles al otro lado del teléfono», lamenta.

Kateryna Vinik
«Me provoca pánico escuchar una alarma»
Kateryna Vinik pasea por Bilbao
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Kateryna Vinik pasea por Bilbao Maika Salguero
Kateryna, de 19 años, no suelta el móvil. Está todo el día conectada a los grupos de Telegram que alertan de la llegada de misiles a su pueblo. «Si cuando salta la alarma, mis familiares no me contestan, les llamo al instante para que vayan a un lugar seguro. Les he pedido que estos días tengan especial cuidado», explica. «Prefiría estar allí y sobrevivir a estar imaginando todos los resultados posibles de una explosión desde Bilbao», asegura.

El día que comenzó la guerra Kateryna vía en Kiev. «Me enteré por Whatsapp y en ese momento decidí volver a casa de mis padres, a dos horas de la capital. No me importaba que fuera una zona menos segura», narra. En el trayecto, vió cómo los tanques se dirigían al frente, una imagen que se le quedará grabada «para siempre».

En su pueblo, cerca de la frontera con Bielorrusia, las alarmas antiéreas y el ruido por el impacto de proyectiles se escuchaban todos los días. «Todavía tengo pánico al sonido de las sirenas, me genera angustia», dice. Después de vivir tres semanas resguardada en un sótano, decidió escapar del país, aunque dejando allí a su padre y a su novio. «Mi pareja no tenía la obligación de quedarse, ya que era menor de edad, pero como su padre tiene una fábrica de producción de ropa para miliares quería ayudarle», narra.

Tardó seis días en llegar a Bilbao en tren con su madre. «Lo más dramático fue despedirnos de nuestra familia en la frontera con Polonia», explica. Eligieron Euskadi como su destino animados por unos amigos de la familia y porque Kateryna estudia filología hispánica, ahora a distancia en la universidad de Kiev. De hecho, compagina sus estudios con su trabajo como profesora de castellano a otros refugiados.

Kateryna regresó a Kiev hace unos meses para realizar sus exámenes sin tener claro si volvería a Bilbao. «En Ucrania ahora viven acelerados, como si no hubiera un mañana, intentan concentrar todos los planes en un día porque el siguiente pueden morir», cuenta. Como la situación le estresaba, decidó regresar a la capital vizcaína. «Por desgracia, los que hemos marchado estamos estigmatizados», lamenta.

En Bilbao vive sola con un hombre que les hizo las labores de acogida, ya que su madre regresó en junio. «Ahora somos como una familia, me siento como en casa», cuenta. Sin embargo, cuando acabe la guerra le gustaría volver a Ucrania: «Es mi hogar».

Oleksandra Kotovsa
«Me voy a quedar en Bilbao, no quiero volver a empezar de cero»
Oleksandra Kotovsa en el centro de Bilbao
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Oleksandra Kotovsa en el centro de Bilbao Ignacio Pérez
Hace un año, un misil impactó cerca de casa de Oleksandra. Vivía en un pueblo con un departamento militar, cerca de Odesa. «No lo escuché porque vivía en un interior», relata. Después, explotaron otros dos proyectiles: «Entonces empezamos una carrera contrareloj, lo primero que necesitábamos era sacar dinero, comprar gasolina y preparar un depósito de agua», cuenta. Pese al estrés inicial, poco a poco se acostumbraron a dormir en subterráneos y programar sus días en función de la evolución de la guerra. «Aunque nos adaptamos a la situación, tenía mucho miedo, por lo que en junio decidí salir hacia Bilbao, donde hice mi erasmus», relata.

Oleksandra tenía claro que se refugiaría en la capital vizcaína. Habla castellano desde hace 11 años, es ingeniera e hizo un grupo de amigos durante su estancia. «Un día cogí dos maletas y marché, durante el viaje tenía miedo, pero me sentía segura porque tenía la certeza de que no me iban a matar», explica mientras recuerda que el viaje en autobús entre la capital de Moldavia y Bilbao duró 50 horas.

Un amigo suyo la acogió en su casa cuando llegó. Al trabajar como policía, tramitaron juntos los papeles necesarios para obtener el permiso de residencia y las ayudas económicas prestadas por distintos organismos. Así, dedicó los primeros días a buscar trabajo, que finalmente consiguió en una empresa tecnológica de Álava. Una vez recibió su primer sueldo, dedició marchar a vivir de alquiler junto a otros ucranianos en Rekalde. «Cojo todos los días el tren a las seis de la mañana para ir a trabajar, cuando vuelvo marcho a Leioa para realizar un curso de soldadura y acabo en casa preparando la comida del día siguiente», explica para evidenciar el esfuerzo que realiza para integrarse.

Oleksandra cuenta que le gustaría quedarse a vivir en Bilbao: «Cada año soy más mayor y no veo una buena idea volver a empezar de cero». Esta ucraniana resalta que le gusta «todo» de vivir en Bizkaia: la naturaleza, la comida y la gente. «Cuando hablo con mis amigos les cuento que tengo una vida nueva en la que estoy protegida y tengo suerte», asegura.

Esta refugiada ucraniana evita informarse sobre la situación de su país. «Me pongo nerviosa, triste y duermo mal, intento filtrar la información y hablar con mis amigos», especifica. Por otro lado, cuenta que habla todos los días por teléfono con su madre: «Me gustaría que viniera a Bilbao, pero es mayor y no conoce el idioma. Hemos quedado en vernos al menos una vez al año».

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