Guerra en Ucrania, año 1
«Mi hermano cumple 18 años y tendrá que ir al Ejército»
Refugiados · Ivan Marchenko, un niño de Chernóbil que veraneó en Donostia, huyó de la guerra desde Járkov a Polonia, donde le fue a buscar Javier, su 'padre' donostiarra
Diario Vasco, , 22-02-2023A Ivan Marchenko, de 24 años, la vida apenas le ha ofrecido un respiro. Fue uno de tantos niños de Chernóbil que creció marcado por la catástrofe nuclear de 1986, pero gracias a la asociación Chernobil Elkartea pudo viajar hasta Gipuzkoa, donde pasó cinco veranos y dos periodos navideños acogido en casa de Javier y Gemma. En una de esas estancias, una grave enfermedad coronaria que le afectó a la aorta le tuvo al borde de la muerte y tras varias operaciones en el Hospital de Cruces y en Kiev logró salir adelante. Con pareja y un trabajo como comercial en una empresa de telecomunicaciones, la vida parecía por fin sonreírle hasta que la guerra le despertó de golpe, obligándole a iniciar una odisea que le trajo de nuevo a Gipuzkoa gracias a un convoy de la DYA en el que participó Javier y en el que también viajó DV.
«Vivía en Járkov porque dos semanas antes me habían ascendido en mi trabajo y me había tenido que desplazar allí. Un día me despertó mi novia de repente y me dijo que había comenzado la guerra. Yo no me lo creía. Abrí la ventana, salí al balcón y comencé a escuchar los disparos», relata Ivan, quien por su grave enfermedad no podía combatir, aunque eso no le libraba de ser llamado a filas para servir en el Ejército desempeñando otras tareas.
«Rápidamente fui al mercado a comprar algo de comida, preparamos la maleta para salir pero comenzaron los bombardeos», recuerda. «Una bomba cayó cerca de la casa y notamos como todo se movía, como si fuera una casa de papel. Así que subimos, tomamos un chupito y nos montamos en el coche para poner rumbo a la frontera».
Un misil a 300 metros
Aquel fue el inicio de un viaje sin retorno. «Íbamos varias personas y nos turnábamos para conducir. Recorrimos casi toda Ucrania en círculo durante 29 horas hasta llegar cerca de un bosque. Allí paramos unos minutos para descansar y conseguí dormir un poco apoyando la cabeza en la ventanilla, pero de repente mi cabeza rebotó en el cristal: un misil había caído a apenas 300 metros».
Reemprendieron la marcha al instante y llegaron a un pueblo en la frontera con Polonia en el que estuvieron dos semanas. «Intentamos pasar a Polonia, pero no nos dejaron», recuerda aún con rabia. Días más tarde «conseguimos pasar por otro sitio», tras cruzar un río, y se dirigieron al campo de refugiados de Przemysl, a 13 kilómetros de Medyka.
Mientras tanto Javier, quien le había acogido aquellos veranos, había formado junto a otros voluntarios de la DYA, donde colabora, un convoy de ayuda con el doble objetivo de llevar material sanitario y alimentos a Medyka y traerse a 17 refugiados, entre ellos a Ivan. «Javier me llamó y yo al principio no quería ir, pero al final, como había sido mi familia de acogida, me vine a San Sebastián».
Después de 30 horas y más de 3.000 kilómetros, el convoy llegó a Gipuzkoa el 15 de marzo e Ivan, como hiciera años atrás, regresó a aquella habitación en la que había pasado tantos veranos. «Le inscribimos en Lanbide y por medio de una ETT estuvo trabajando en el Hotel Costa Vasca, en Eceiza y ahora en una pizzería», comenta Javier.
Ese trabajo en ‘Piedra Pizza Tijera’, en Sagüés, le ha permitido independizarse. «Llevo siete meses trabajando ahí como ayudante de cocina. Me gusta mi trabajo. Es divertido», comenta Ivan, quien ahora que puede permitírselo vive «en una habitación que he alquilado», lo que no impide que Javier y Gemma le sigan ayudando en algunas gestiones diarias como «la obtención de la Kirol Txartela».
Quizás se hayan preguntado qué fue de su novia, con quien vivía en Járkov. «Está trabajando en Turquía», revela Ivan, aliviado porque «no está cerca de los terremotos. Está en Estambul».
Reconoce que «me ofreció ir allí, pero he decidido quedarme aquí porque tengo un trabajo y papeles. Es duro estar separados, cuesta un poco, pero es lo que hay», asume con resignación.
En Ucrania se han quedado «mis padres y mi hermano». Este último es su gran preocupación ya que «dentro de poco cumplirá 18 años y será obligatorio que vaya al Ejército».
Por lo demás, está relativamente tranquilo porque «mi familia vive en Zoryr, un pueblo pequeño. Han visto cosas y han escuchado de todo, pero los rusos no han entrado. Allí solo hay tierra, cebollas y agua».
No ve cercano el final del conflicto porque «llevamos así más de ocho años» y, aunque a Putin le desea lo peor, no se olvida de «Aleksandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, que le apoya».
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