Anna llegó a Galicia huyendo de la guerra en Kiev: «Mi hijo Oscariño ya tiene siete meses y no sé cuándo conocerá a su padre»

Embarazada de cinco meses emprendió la huida de las bombas en un viaje por carretera para proteger a su bebé, que nació en julio. «Por eso sigo en A Coruña, si no, estaría con mi marido en Kiev», dice

La Voz de Galicia, CATERINA DEVESA, 21-02-2023

Anna Bylik no puede ser feliz a pesar de su reciente maternidad. Desde que la guerra estalló hace casi un año en Ucrania, cada jornada es un desafío. Embarazada de cinco meses emprendió la huida de las bombas en un viaje por carretera para proteger a su bebé, que nació en julio del pasado año. «Por eso sigo en A Coruña, si no fuera por mi hijo, estaría con mi marido en Kiev», dice en perfecto español, ya que antes de que la invasión rusa a Ucrania la obligase a huir, vivió varios años en Valencia. Por eso, eligió esa ciudad como su primer destino en España. «Me fui con una amiga en coche hasta allí porque es el primer sitio que nos vino a la mente cuando estalló la guerra. Tardamos cinco días en llegar a España. Íbamos ella y yo, sus dos hijos y dos perros, el mío y el de ella. Fue un viaje de locos con los nervios a flor de piel», señala Anna, que antes de emprender esa salida ya había abandonado su hogar. «Mi marido y yo vivimos en Kiev, pero cuando empezó el conflicto nos fuimos rápidamente a Ternópil, que es mi ciudad natal. Como tanto él como yo podíamos teletrabajar, optamos por irnos de la capital inmediatamente por razones de seguridad. Él es informático y yo trabajaba en atención al cliente», indica.

A pesar de saber que hizo lo correcto marchándose de Ucrania, hay momentos en los que Anna piensa en volver. «Mentalmente es una tortura. Yo me crie sin padre y siempre dije que cuando fuese madre lo sería con una pareja que estuviese presente. Mira cómo es la vida que mi hijo todavía no conoce a su papá», lamenta Anna, a la que le gustaría regresar ya. «Quiero volver a Ucrania para que mi marido pueda conocer por fin a nuestro bebé, ya se ha perdido su nacimiento y sus primeros meses de vida. Quiero que estemos los tres juntos, como una familia normal, pero sé que no es seguro. Ha pasado casi un año desde el inicio de la guerra y no vemos el fin», apunta Anna, que tiene 35 años.

MIEDO POR SU MARIDO

La angustia y el sufrimiento que siente Anna por la situación solo la alivia su hijo Oscariño, al que llamaron así por su amigo Óscar, coruñés. «Su novia, Masha, es de Ucrania. Nos conocimos allí y mi marido y él se hicieron mejores amigos. Después, los dos fuimos a verlos a Galicia y nos enamoramos de esta tierra. Teníamos la idea de mudarnos juntos a vivir aquí, pero, por desgracia, la guerra cambió todos nuestros planes. Yo acabé viviendo en A Coruña sí, pero sin él». Debido a la amistad con Óscar y Masha, miembros de AGA-Ucraína, entidad creada tras el inicio del conflicto para enviar ayuda humanitaria al país en guerra, Anna se movió de Valencia hasta Galicia. «Óscar y Masha nos han ayudado mucho. Ellos me acogieron los primeros meses y decidimos llamar a nuestro niño con el nombre de él por el cariño que les tenemos».

«Me mantengo con los ahorros»

A pesar de la ayuda recibida, empezar una nueva vida fuera de casa, nunca es tarea sencilla y menos si hay una guerra de por medio. «Empecé a trabajar en octubre, necesitaba tener un empleo para poder mantenerme y pagar un alquiler, ya que tras llegar mi madre, y con el bebé, no podíamos seguir viviendo de acogida, necesitábamos nuestro propio piso», apunta Anna, que trabaja en un supermercado en el centro. «Los precios del alquiler en A Coruña están muy altos y no percibo ninguna ayuda. Realmente me mantengo con los ahorros, porque con el sueldo que gano es imposible. Pago 800 euros al mes, pero por menos no localicé nada porque tengo un perro y casi ninguna vivienda admite mascotas. Es una pena», explica Anna.

Unos meses después de llegar ella a España, lo hizo su madre. «Vino en junio, ella es la que cuida de Oscariño cuando yo trabajo, que es todos los días menos uno. Pensé que al trabajar me distraería un poco, pero sigo pensando todo el día en la guerra y en cuándo podremos ver a mi marido y estar los tres juntos». De momento, Anna quiere reducir su jornada laboral unas horas. «Quería una media jornada para poder conciliar, pero lo que me ofrecieron fueron 30 horas, que es algo menos de tiempo completo, pero son cinco horas cada día por lo que tengo poco tiempo para estar con mi hijo», dice la mujer, que ya ha solicitado a su jefe una reducción horaria. «Estoy a la espera de que alguna persona quiera aumentar sus horas para que puedan cambiar mi contrato», señala.

Sobre Ucrania, Anna no ve la luz al final del túnel. «Muchas mujeres han vuelto porque hace unos meses parecía que la situación mejoraba, pero dependiendo del territorio es más o menos seguro. En mi caso, en Kiev hay amenazas de bombardeos constantemente y mi marido me dice que es peligroso. Él está allí trabajando, pero el riesgo es alto y no sería lógico volver con nuestro hijo tan pequeño. He antepuesto su seguridad a todo, él va por delante de poder reunir a la familia, que es mi mayor deseo. Si estuviese sola, no habría debate, me iría ya». Porque Anna teme por el bienestar de su pareja. «Obviamente, me gustaría que no tuviese que unirse al Ejército. Los hombres no pueden salir del país por la ley marcial. Se tuvo que quedar por si era llamado a luchar, pero de momento, por suerte, no ha tenido que ir al frente. Lo que pasa es que ahora están de nuevo reclutando a muchos hombres y tengo miedo de que tenga que ir a la guerra. Solo queremos que acabe todo y recuperar nuestras vidas», comenta la ucraniana, que desde que llegó, al igual que tantos otros refugiados, ha tratado de ayudar a su país desde la distancia. En su vida en A Coruña, Anna trata de mantener el contacto con otros refugiados, aunque admite que desde que empezó a trabajar su círculo se ha reducido. «Como solo libro un día a la semana me resulta complicado poder ver a la gente, ya que las horas libres las dedico a Oscariño».

El mayor consuelo de Anna es saber que su hijo está a salvo. «No se entera de nada, porque es muy pequeño», apunta. Como en casa ella y su madre hablan ucraniano, quiere que dentro de unos meses empiece la guardería para aprender español. «Quiero que se familiarice con el idioma lo más pronto posible», señala. A la espera de que la guerra termine, intenta que el niño y su padre se vean lo máximo posible a través de videollamadas. «Es el medio mediante el cual mi marido lo ha conocido y la única forma de estar en contacto y de que vaya viendo cómo crece». Ojalá pronto puedan hacerlo en persona.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)