Leila Slimani: “Lleva muchísimo tiempo descolonizar los cuerpos, las mentes, los lugares”

Su abuela francesa sufrió exclusión en Marruecos y sus descendientes marroquíes la sufrieron en Francia. La autora de ‘El país de los otros’, cuya segunda entrega, ‘Miradnos bailar’, se publica ahora en España, ha investigado el pasado de su familia y de su país natal en un periodo crucial: la descolonización. Hablamos con ella en su nueva ciudad, Lisboa

El País, BERNA GONZÁLEZ HARBOUR, 20-02-2023

Hay escritores capaces de atravesar espacio y tiempo para ofrecernos un espejo de nuestras propias vidas, nuestros cambios, los giros que nos llevaron hasta aquí. Y es el caso de Leila Slimani, autora que lleva grabados en carne propia todos los signos de nuestra era: como mujer y como francesa nacida en Rabat de padre marroquí y madre francoargelina, ha conocido todos los matices del mestizaje y la integración, pero también la exclusión, los recelos ante el diferente. Y ha excavado hondo en todo ello para sembrar una obra, El país de los otros, cuya segunda entrega se publica ahora en España.

Slimani (Rabat, 1981; ganadora del Premio Goncourt en 2016) recibe a EL PAÍS Semanal en Lisboa, donde se ha instalado a vivir con su familia en una etapa diferente, abrigada por la calma y la amabilidad que se respiran en Portugal después de tiempos difíciles en Francia, donde la agresividad que vivió en las redes durante la pandemia le hizo cerrar sus perfiles y replegarse en su intimidad. Leila está enferma, recién salida de urgencias, con una tos fea y gran malestar, pero el antibiótico y la voluntad la mantienen en pie para esta conversación en la Casa do Alentejo, un palacio del siglo XVII con una poderosa estética oriental que parece situarnos en su Marruecos natal.

¿Ha sido más difícil investigar en la historia de su familia o en la de Marruecos?

La de Marruecos. Porque la de mi familia me ha inspirado, pero he inventado mucho. En cuanto me falta algo me lo invento. Tengo historias familiares que me han contado, anécdotas que no sé si son verdad o mentira, eso no ha sido complicado. Ha sido más difícil averiguar cosas de la historia de Marruecos.

¿Y qué ha aprendido? ¿Qué le ha sorprendido de la historia de Marruecos?

Me ha sorprendido todo lo que hay al fondo. Yo sabía que el régimen de Hassan II fue de una represión muy muy dura. Pero he investigado con mucha precisión la tortura, los sucesos de 1965, y no era consciente del nivel de violencia y de crueldad. Y, sobre todo, cómo fue posible para la generación de mis padres saber que todo eso existía a su lado y que a la vez eran felices. Cada vez que les preguntaba por sus recuerdos, su respuesta era: “¡Oh, éramos tan felices!”. Y eso es lo que más me ha sorprendido. Ver cómo mientras bailaban, estaban de fiesta, estudiaban o descubrían una forma de libertad, a la vez vivían en dictadura.

Sufrieron esa represión ¿en la familia?

Hubo algún detenido, encerrado durante días con los ojos vendados. Pero no. No hemos sufrido como otras familias. Se sabía que eso existía y que no había que hablar, que había que tener cuidado. Pero nadie fue directamente víctima.

Después de una primera entrega centrada en la generación de sus abuelos —una francesa casada con un marroquí—, esta segunda parte de la saga se centra en la de sus padres. Miradnos bailar retrata años de esperanza por la independencia, pero también de plomo. Usted describe la independencia con decepción.

La gente se equivocó al pensar que la descolonización consistía en un papel que dijera que ya no éramos colonia. Era mucho más complejo que eso. La descolonización es un fenómeno brutal y lleva muchísimo tiempo descolonizar los cuerpos, las mentes, los lugares. Siempre quedan huellas en todos los ámbitos, en los edificios o en la lengua. ¿Y qué hacemos? ¿Lo rechazamos? ¿Hacemos algo con ello para definir una nueva identidad? Es un proceso de una dificultad extrema y mi generación es tal vez la primera capaz de abordarlo sin odio, con la perspectiva necesaria, sin la ira y la amargura que tuvieron generaciones anteriores. Hablamos francés, tenemos edificios neocoloniales, etcétera, pero somos marroquíes e independientes. Somos libres. Y es eso lo que quería mostrar, que todo eso lleva muchísimo tiempo.

¿Pero está de acuerdo en ese sentimiento dececepción?

Quien aspirara a una revolución marxista sí estará decepcionado, por ejemplo. O quienes imaginaran una gran revolución tradicionalista, un regreso al islam. Los que pensaron que la independencia iba a traer libertad, educación para todos, menos pobreza y menos desigualdad vieron que era un sueño demasiado grande o idealista. Sí, hubo decepción de muchísima gente. Y también hubo muchos que lograron sacar provecho.

Describe cómo su abuela francesa sufrió exclusión en Marruecos. Y la hija marroquí de esta la sufrió en Francia. ¿El racismo es universal? ¿De doble vía?

Es universal, sí. Hablamos de una pareja mixta que arrastra el conflicto entre las dos culturas. En el primer libro hay un racismo más frontal, más brutal. Y en el segundo intento mostrar el choque social. En Marruecos, un rico puede comportarse exactamente con la misma crueldad y desprecio ante un pobre que un francés ante un marroquí. El racismo tiene varias caras, pero al final lo que queda es el odio de unos a otros, el desprecio a quien consideramos más débil. De alguna manera, la élite marroquí se comportó igual que los colonos franceses se habían comportado con los indígenas. Yo cuestiono todas las lógicas de la dominación, sean de carácter racial, social o de género. Pero al mismo tiempo hay mecanismos de lucha para que eso cambie, para que la gente tome conciencia de su derecho a la dignidad, al respeto, sean mujeres, pobres, negros o árabes. Por eso mi obra transcurre a lo largo de un tiempo extenso, para mostrar que hay cosas universales y terribles contra las que nos enfrentamos. Pero que el mundo cambia, pese a todo. Generación tras generación, hay un deseo de levantarse y luchar.

“¿Por qué escribo? Tal vez porque eso me ayuda a renunciar a todas las vidas que no tendré”, dice Leila Slimani.
“¿Por qué escribo? Tal vez porque eso me ayuda a renunciar a todas las vidas que no tendré”, dice Leila Slimani.
ENRIQUE ESCANDELL
¿Permanece ese odio en Marruecos y en Francia?

En Europa más que en Marruecos. En Marruecos hay racismo hacia los que vienen del África subsahariana. Pero, honestamente, yo no diría que es un país racista. Evoluciona rápidamente. Europa, en cambio, tiene un historial de racismo mucho más anclado y tengo la sensación de que eso vuelve ahora con fuerza. Cuando yo era pequeña, si alguien decía abiertamente que era racista, todo el mundo lo rechazaba. Hoy hay un montón de gente que se declaran racistas y que se convierten en estrellas adoradas y seguidas en las redes sociales. Nuestra aceptación del racismo ha cambiado mucho en toda Europa en general. Y eso es muy duro.

¿Usted misma se siente en el país de los otros? ¿Tanto en Marruecos como en Francia?

Diría que sí porque no siento pertenencia a nada. Pero no es un sentimiento negativo, está ligado a mi carácter, a mi personalidad, a mi oficio de escritora, que hace que mire siempre las cosas con un poco de distancia, pero también con mucho amor y admiración. Vivo en el país de los otros porque los otros están muy presentes en mi vida, en mi mente y en mi trabajo. También percibo lo que puede haber de esnob y de burgués al decir eso. Desde mi posición es fácil. Yo puedo sentirme en el país de los otros y tal, pero hay tanta gente que lo sufre de verdad. Gente para la que la inmigración es un desgarro, que pierde todo y que de verdad vive en el país de los otros. Así que tengo un poco de reticencia a ponerme en esa posición. También debo decir que cuando regreso a Marruecos, cada vez más siento que vuelvo a casa. Y llevo 20 años fuera.

Y París o Francia, ¿ya no son su casa?

[Piensa un largo rato]. No sé si París puede ser la casa de nadie. No lo sé. Es demasiado bello, demasiado grande, demasiado duro. Es una gran casa inhabitable.

En la pandemia vivió el odio en las redes. ¿Se ha hecho más duro vivir allí después de eso?

Antes de la pandemia, todos llevábamos un ritmo muy muy rápido y estos dos años de pausa nos han hecho pensar: ¿pero esto qué es? ¿Por qué derrocho tanta energía? ¿Por qué esa necesidad de escribir un libro tras otro, de continuar creando? Tal vez es mi relación con el tiempo la que ha cambiado, quiero que las cosas sean más lentas. He trabajado durante 10 horas cada día durante 20 años. Llevo desde los 18 así. No sé, estoy cansada.

“La gente hace el amor, jóvenes o viejos, islamistas o liberales, todo el mundo”, afirma la escritora.
“La gente hace el amor, jóvenes o viejos, islamistas o liberales, todo el mundo”, afirma la escritora.
ENRIQUE ESCANDELL
¿Por eso Lisboa?

No lo sé. C’est la vie!

¿Por estar en un punto medio entre Marruecos y Francia? ¿O por tranquilidad?

Sí, tal vez por acercarme un poco a casa. Podría darle muchas respuestas, me las puedo inventar. Muchas. Porque es más tranquilo, la gente es amable, hace bueno o porque puedo trabajar. Pero no. En la vida, a menudo no sabemos por qué hacemos las cosas, simplemente las hacemos. Solo sé que estoy aquí. ¿Por qué? Ni idea.

Se percibe nostalgia de un Marruecos al borde de la desaparición. ¿El país de su infancia ha desaparecido o permanece?

Ese Marruecos aún está muy presente, aunque haya que imaginarlo. Cuando yo era niña, era un país rural, no había electricidad en el campo y había lugares donde a partir de las seis de la tarde la oscuridad era absoluta. La gente vivía a la luz de una vela. Eso hoy ha cambiado, pero muchas cosas se han mantenido en la cultura, la música y nuestra relación con la naturaleza. Tenemos una relación muy fuerte con la tierra.

¿Y la monarquía? ¿Ha sabido cohabitar con la democracia en Marruecos?

Yo soy novelista, no politóloga, yo cuento historias. Pero tengo la sensación de que el país ha evolucionado, los derechos han evolucionado. La gente es más consciente de sus libertades y tiene más ganas de defenderlas. Aún hay mucho camino por delante, especialmente en el plano de los derechos sexuales, de las mujeres, de los homosexuales y de las minorías. Pero, de forma general, no creo que democracia y monarquía sean cosas que no pueden ir de la mano. Por qué iba a ser así para Marruecos si no lo es para suecos o españoles.

Rompe los tabúes sexuales, entra en los secretos más difíciles. ¿Ve posible la emancipación sexual?

Sí, de hecho, existe. La gente hace el amor, jóvenes o viejos, islamistas o liberales, todo el mundo. La dificultad está en asumirlo públicamente y de vivirlo a la luz. Eso es más difícil. Pero creo que Marruecos, al contrario que otros países árabes, está viviendo una transformación cultural. Está en vías de aceptar una cierta modernidad respecto a otros países árabes. Cuando veo la relación con Israel, la legalización del cannabis terapéutico o el equipo que ha triunfado en la Copa del Mundo, formado por gente que tiene la doble nacionalidad, que vive entre dos países y cuya primera reacción es bailar con sus madres en el terreno de juego… Marruecos también es eso. Es el país que vive abierto a muchos otros países porque no hay ni una familia marroquí que no tenga un miembro viviendo en España, en Francia, Alemania o donde sea. Está en vías de abrirse, de descubrir una modernidad que la gente ni sospecha. Va a sorprender mucho a la gente.

Usted prefería subrayar su identidad como mujer y no como francomarroquí. Pero su obra la lleva a esta faceta. ¿Cuál es su identidad?

Hoy siento que no es ni lo uno ni lo otro, las dos son insuficientes. Lo que ahora me interesa más como identidad es lo íntimo, quién soy yo, mi historia, mis sentimientos, mis emociones, mi pasado y mis anhelos. Soy Leila. Al final es inútil, artificial e irritante ver todo el día a la gente gastando tanta energía y tiempo para reivindicarse de aquí o de allá y creyendo que eso basta para saber quiénes son. A mí no me basta. Decir que soy una mujer y que soy marroquí, por supuesto. También soy francesa, pero eso no basta. En el fondo, es a partir de ahí desde donde quiero escribir.

Usted se fue de las redes sociales después de recibir mucho odio y también cariño. ¿Por qué?

Primero, porque me hacían perder mucho tiempo. El odio me da igual, no te afecta realmente, ahí no hay nada más que un intercambio de algo que no existe. En cambio, no tengo ganas de que me quieran ahí. No tengo ganas de que me den likes, que me pongan corazoncitos cuando digo algo. Para un escritor, no está bien. No escribimos para ser amados, para gustar o para recoger comentarios estúpidos en plan: “Ah, es genial, te adoro, es guay, gracias”. No, eso no me interesa. De hecho, no tengo ganas de saber qué piensa la gente de mí, ni qué piensan de lo que pienso. No quiero que sepan dónde estoy ni con quién, ni lo que hago. Es impúdico y carece de interés. Y no entiendo por qué lo hacen. Mi vida es mía y no quiero mostrarla.

Slimani, fotografiada en la Casa do Alentejo, un palacio del siglo XVII en Lisboa, donde se mudó desde París. “No sé si París puede ser la casa de nadie. No lo sé. Es demasiado bello, demasiado grande, demasiado duro”, dice.
Slimani, fotografiada en la Casa do Alentejo, un palacio del siglo XVII en Lisboa, donde se mudó desde París. “No sé si París puede ser la casa de nadie. No lo sé. Es demasiado bello, demasiado grande, demasiado duro”, dice.
ENRIQUE ESCANDELL
¿Qué le importa más? ¿La verdad o la imaginación?

Son exactamente lo mismo. Llegamos a la verdad por la imaginación. Si no pudiéramos imaginar, no llegaríamos jamás a la verdad. La imaginación es un proceso de descubrimiento que permite llegar a la verdad. Nada es verdad, no existen las historias verdaderas, siempre tienen un punto de vista. Yo puedo contar un recuerdo y mi hermana lo contará de otra forma, serán dos historias diferentes. ¿Cuál de ellas es verdad? No lo sabemos. La única verdad es la del corazón y la emoción. No es como la de un tribunal. A la literatura no le importa esta verdad, sino aquello a lo que llegamos por la imaginación.

Su obra refleja Marruecos y Francia como dos mundos sin conexión, sin hilo de continuidad. ¿Así lo vive usted?

Así lo siento siempre. Cada vez que voy a algún lado me da la impresión de que los demás mundos no existen. Por eso no extraño nada realmente. No tengo nostalgia cuando llego a otro sitio, es como si todo lo que dejo atrás hubiera desaparecido, lo hubiera olvidado. Y cuando vuelvo estoy contenta de volverlo a encontrar. No hay hilo de continuidad entre nada en absoluto.

Su padre estuvo encarcelado y aquí describe a un personaje en prisión. ¿Es un homenaje a su padre?

Mi padre no fue un héroe, sino un hombre común, y lo que intento es comprenderle. Murió cuando yo era joven, fue alguien que no daba explicaciones. Así que escribir sobre él quizá es una manera de responder a preguntas que él no me respondió. No es un homenaje, es una especie de diálogo secreto con él.

¿Cómo trabaja los personajes?

De forma muy instintiva. No lo planeo, no hago una estructura. Tengo un montón de pequeños elementos que me vienen y que se imponen al principio. Y después doy vueltas en torno a ello hasta que el personaje toma coherencia. Comienzo trabajando mucho su cuerpo. ¿Es grande o pequeño? ¿Es delgado o gordo? ¿Tiene frío? ¿Come mucho? ¿Duerme bien? ¿Tiene alguna enfermedad? Eso me ayuda mucho a comenzar. Y una vez que tengo su cuerpo, empiezo a imaginar su carácter.

¿Por qué es escritora?

¡Ah! Es la gran pregunta y no estoy segura de poder responderla. ¿Por qué escribo? Tal vez porque eso me ayuda a renunciar a todas las vidas que no tendré. Cuando era más joven, yo quería tener todas las vidas, todos los sentimientos, todas las posibilidades, hasta que me di cuenta de que era imposible. Así que escribir me ayuda a renunciar y a hacer el duelo por las cosas que no viviré nunca.

¿Y la lectura? ¿Qué le da?

Es lo más maravilloso del mundo. Es la vida, me da el sentimiento de no estar sola y, a la vez, de estar en la más maravillosa de las soledades. Estás en diálogo con alguien a la vez que estás en el silencio. Me tranquiliza, me emociona, me conmueve. Para mí, leer es como respirar, forma parte de mi vida. No podría hacer otra cosa. Siempre tengo dos o tres libros conmigo, no importa dónde. Me hace bien.

¿Qué escritores le han enseñado más?

Diría que Toni Morrison. Todos los rusos: Tolstói, Chéjov, Dostoievski. Faulkner, Marguerite Duras. También los poetas: Anna Ajmátova, Louis Aragon, René Char.

¿No echa de menos el periodismo?

Me encantaría ser muchas cosas: periodista, médico, aventurera, ama de casa…, pero no puedo hacerlo todo. Y no me falta. Pero estuvo bien. Fue emocionante.

Slimani se va a retirar, está agotada. Del esfuerzo de la entrevista y de una promoción internacional que apenas arranca cuando aún debe reunir toda la energía para abordar la tercera y última entrega, centrada en su propia generación. Un desafío, sin duda, aún mayor.

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