Mucha gente

El Correo, 29-07-2006

Todos tenemos nuestras contradicciones. Un servidor de usted, mi indulgente lector, está convencido por igual de dos cosas: la primera es que todo ser humano es único e irrepetible y la segunda es que hay una gran cantidad de personas que están repetidas. Sin duda para ayudar a sacarme de uno de estos dos errores, ya que de los dos no es posible, presentan cada día a varias criaturas. Ya saben: hay amigos, conocidos y saludados, pero además hay un numerosísimo grupo en el que están todos aquellos a los que nunca les hemos dado la mano. Son nuestros prójimos, ya que están próximos, pero como si no. Han venido de fuera en muy alta proporción y ofrecen la ventaja de que les podemos echar la culpa de algunas cosas, por ejemplo del aumento del índice de delincuencia o del número de abortos. No de otras. Cuando se les dan papeles y se ponen a trabajar como negros, sea cual sea el color de su epidermis, a lo que contribuyen es a que la Seguridad Social siga funcionando.

No conozco a nadie, y bien sabe Dios que me gustaría, que haya sentado un inmigrante a su mesa. Quizá por miedo a que no se levante y se quede allí comiendo. Las estadísticas dicen que el 8,7% de los residentes en España son extranjeros. Son datos provisionales del padrón, pero nadie ignora que los datos provisionales son los que más duran en nuestro cambiante país. Una cifra escasa si la comparamos con otras naciones, pero insoportable según algunos. Casi medio millón de inmigrantes han sido eliminados por no renovar su inscripción cada dos años, como marca la ley.

Quienes tienen la obligación de contarlos para saber si son muchos, son pocos o son los suficientes, aseguran que hospedamos a más de millón y medio de ‘sin papeles’. Lo que da un poco de vergüenza es seguir llamándoles ilegales.

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