EL PLANETA DE LOS SIMIOS
EL PLANETA DE LOS SIMIOS: Frank T, o la explosión del 'hip hop' en los barrios españoles
El Mundo, 29-07-2006Frank T suele llevar a Cassius Clay en la camiseta. En parte porque le gusta el personaje. Su carisma de encantador de voluntades.Su rebeldía y el apego a la propia ley más allá del ring. Y hasta esos parlamentos brillantes, arrogantes, musicales e improvisados en las ruedas de prensa anteriores a los combates en los que el púgil ya rapeaba antes de que existiera el rap.
Pero también le gusta porque, aunque él no pueda ni siquiera sospecharlo, Cassius Clay determinó el destino de Frank T cuando aún se llamaba Franklin Tshimini Nsombolay y era un niño zaireño demasiado joven incluso para recordar que a su alrededor todos gritaban «Ali Bumayé». Kinshasha. Octubre de 1974. The Rumble Jungle. El combate del siglo. Frank cuenta que, en el documental sobre la pelea, Cuando éramos reyes, es posible identificar el rostro de su padre entre los de las primeras filas. Como hablaba inglés y francés, fue contratado por Don King para que asistiera como traductor a toda la comitiva.
Tanto intimó con el entorno de Cassius Clay, que le invitaron a instalarse con toda la familia en los Estados Unidos: «Mi padre estaba obsesionado por el ideal americano. Quería formar parte de esa cultura. Por eso, y aunque nosotros en Zaire vivíamos muy bien, decidió empacar y arrastrarnos a todos a la búsqueda de su sueño. Yo entonces tenía dos años». Las autoridades americanas negarían los visados. Y la familia quedaría varada en lo que tan sólo iba a ser una escala europea y acabó convirtiéndose en el hogar de Frank T: Torrejón de Ardoz, en la órbita de la base americana, en una burbuja en la que ya se mascaban músicas y tendencias que en el secarral hispano no podían todavía ni siquiera sospecharse.
El padre de Frank, ausentándose mucho de casa – «aparecía de vez en cuando, dejaba embarazada a mi madre y se volvía a marchar» – , acabaría por alcanzar el sueño americano que era como su ballena blanca. Incluso ingresaría en la Navy y, durante la primera guerra del Golfo, «por culpa de unos trapis que fueron mal entendidos por el Ejército», sufriría una acusación de espionaje que le condenó a cumplir 10 años en Fort Leavenworth. Pero ésa es otra historia que ya contaremos.
La de Frank habla de un adolescente al que la influencia de los militares de Torrejón inició en el rap, donde encontró un camino que ya le ha convertido en el MC más importante del pujante hip hop español, que hoy en día es en los barrios tatuados de grafitis un grito tan palpitante e identificativo como en otros tiempos, y de otra manera, pudo serlo el heavy: «Descubrí aquello y supe que era lo mío. Fue una certeza que jamás tuve viendo un vídeo de Michael Jackson: yo esa chaqueta no quería llevarla. Cuando empezamos, de lo que se trataba era de imitar lo americano, de parecer muy cool, y todo eso. Ibamos a la discoteca Stones, que debía de ser el único lugar donde se ligaba siendo negro y americano.Por lo que, claro, me hacía pasar por americano. Pero aún teníamos que descubrir la música. Todo lo que sonaba nos parecía funky porque no teníamos más palabras para definirlo».
Eso sí, importaron a los parques de Torrejón el break y los duelos de rimas improvisadas: «Como me di cuenta de que yo no sabía bailar, me puse a hacer letras». Trajeron con lo aprendido de la base todo cuanto está en el origen del hip hop, que no fue airado ni cargado en un principio con el lamento o la protesta del gueto, sino festivo. Eran las Block Parties: «Todo empezó con los hispanos y los afroamericanos que, como no tenían dinero para ir a las discotecas, hacían la fiesta en la calle. Si el DJ se dedicaba a pinchar y a ensayar sonidos y técnicas como el scratch, había otra figura, la del MC, el maestro de ceremonia, cuyo cometido era entretener al público con unas improvisaciones que dieron el rap». A esa música aún no industrializada, resguardada como en secreto por su propio ámbito de nacimiento, la etiqueta comercial acabó poniéndosela, a base de rapiñar los sonidos de la calle, el Sugar Hill Gang. Que también introdujo el matiz del compromiso y la protesta barrial con un tema, The message, que inauguraba un estilo que en alguna de sus vertientes más feroces luego derivarían hasta el gangstarap: el rapeo con pistola a lo 50 Cent.
Frank cuenta que, en cuanto salía de la burbuja gringa de Torrejón, donde acaso se sintiera protegido y aceptado, sufría prejuicios racistas que le perjudicaba sobre todo cuando buscaba un curro: «Era otra España, claro. No la de ahora, que ha cambiado su percepción de las otras razas con la llegada de la inmigración. Yo intentaba conseguir un trabajo, y por teléfono sonaba español. Pero en la entrevista, cuando me veían, ahí era donde todo se estropeaba.Y yo pensaba: ‘¿Pero por qué me miras así, como si fuera algo raro. Si soy como tú. Si he visto los payasos de la tele, y la cometa blanca, y verano azul, como tú’. Fíjate si todo ha cambiado que ahora, cuando voy a una piscina municipal llena de inmigrantes con algún amigo blanco, resulta que él es el que se siente diferente.El que por un momento puede comprender lo que me pasó a mí toda mi vida».
En aquel tiempo, cuando era observado de reojo en los vagones del Metro, el hip hop era lo que permitía a Frank sentirse «poderoso, revindicado». Porque las letras eran el cauce de que disponía para librar sus peleas vitales, para asumir unos compromisos y una visión del mundo que empapan todas sus creaciones, desde el primer disco hasta el que ahora tiene colocado en el mercado: Sonría por favor.
Por eso comprende el espíritu de revancha de los raperos americanos que, si a veces hacen ostentación de dinero y éxito, con ese retrato – robot tópico del tipo que conduce un Humvee cargado de oro y bebiendo champán Cristal, es para clamar que por fin han asaltado los espacios sociales a los que tenían prohibido pertenecer: «Por eso el negro no puede ser punki, no puede ser nihilista.Eso es un capricho de blanco que se lo pude permitir. El negro no puede consentirse dar una imagen de tirado. Fíjate en los proxenetas nigerianos, los que mueven la prostitución africana en Madrid. A lo mejor la nevera la tienen vacía. Pero van siempre impecables, con unos trajes estupendos».
Aun así, lamenta que la industria casi haya logrado acorralar por peligroso un rap de contenido político y contestatario, al estilo de Public Ennemy, para favorecer el más hedonista, con jakuzzis llenos de tías buenas y zapatillas de marca, que representa Puff Duddy, «que es el equivalente en el rap del opá, yo vi a hacer un corral. Está claro que ha habido un intento de desactivar el rap político para sustituirlo por el que impone un modelo de consumo. Es más cómodo tener a los chicos del barrio trabajando para poder comprarse unas zapatillas que pensando en reclamar sus derechos. Por eso ahora está de moda en el hip hop una tendencia algo infantil, protagonizada por muchachos que cuentan problemas banales a los que yo llamo ‘guardianes entre el centeno’, porque me recuerdan los problemas de pijo que en la novela tenía Holden Caulfield. Aquí, con la inmigración puede acabar cuajando un rap más hondo, que haga la crónica de los problemas raciales y barriales, como en Francia. Pero lo hará la generación que ya haya nacido aquí. Los que van llegando, los que salen corriendo cuando ven un policía porque no tienen papeles, ésos bastante tienen con sobrevivir».
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