«Huimos de la guerra en Siria y nos ha pillado el terremoto en Turquía»

El primer viernes de oración se celebra entre escombros en las mezquitas, donde se cobijan refugiados sirios sin hogar por el seísmo

Diario Vasco, ABLO M. DÍEZ Enviado especial. Gaziantep (Turquía), 13-02-2023

Entre escombros, las mezquitas de Turquía celebraron su primer viernes de oración tras el devastador terremoto que azotó el lunes el sudeste de la península de Anatolia y el norte de Siria. Conmocionados por esta inmensa catástrofe, que lleva ya en torno a 23.000 fallecidos, los musulmanes acudieron en masa a rezar aunque muchos templos han quedado dañados por los temblores.

En Gaziantep, a treinta kilómetros del epicentro del seísmo de magnitud 7,8, se desplomó el minarete de su famosa mezquita de Sirvani, ubicada junto a un castillo de casi 2.000 años de antigüedad que también ha resultado muy dañado. Ante los cascotes, y a pesar del frío reinante, un centenar de fieles se congregó en su patio para seguir el sermón del imán, quien lanzó un mensaje de esperanza para los damnificados y consoló a las familias de las víctimas.

«Allahu Akbar» («Dios es el más grande»), repetían los fieles mientras, unos metros calle abajo, un restaurante de kebabs repartía sopas de caridad y preparaba pinchitos para distribuir entre las zonas de alrededor más castigadas por el terremoto. A pesar de los ánimos del imán, Turquía se ha sumido en el dolor por la magnitud de este desastre natural, que ha destruido por completo 6.400 edificios y dejado sin hogar a 380.000 personas.

Además de en campamentos de evacuados y tiendas de campaña levantadas por doquier, muchos de estos damnificados se refugian en mezquitas como la de Ulucami. Entre ellos hay numerosos refugiados que escaparon de la vecina Siria, como Walid Hamokan, de 43 años. «Huimos de la guerra en Siria y nos ha pillado el terremoto en Turquía», se lamenta sobre unas mantas junto a los 13 miembros de su familia con los que se cobija en este templo.

Con dos esposas y seis hijos, el mayor de 25 años y el menor de solo 1, Hamokan era cámara de vídeo en fiestas y bodas en Afrin, cerca de Alepo. Pero huyó hace diez años, poco después de empezar la guerra civil en su país, para poner a salvo a su familia porque, además, pertenece a la perseguida minoría kurda. «Algunos de mis amigos han sido asesinados por los terroristas del Estado Islámico», cuenta con preocupación por los parientes que todavía tiene en Siria.

A su temor por la amenaza yihadista se suma ahora el terremoto, que también sacudió a su ciudad y a Alepo. «Allí no está llegando la ayuda humanitaria y no hay comida ni seguridad porque se ha desatado el pillaje», explica con la información que recibe por WhatsApp de sus familiares en Siria. Como prueba, enseña un vídeo espeluznante, supuestamente grabado por un amigo, en el que se ve una fila de una docena de cadáveres de niños sacados de los escombros. «Aunque nos ha tocado vivir momentos muy difíciles, al menos aquí tenemos más suerte y hemos podido rehacer nuestras vidas», se consuela Walid mientras sostiene en brazos a su nieto.

El lunes, cuando el terremoto sacudió Gaziantep, él y su familia estaban todavía durmiendo y tuvieron que huir con lo puesto de su piso, que está en una quinta planta. «Pensábamos que nos había llegado la hora», apostilla una de sus hijas mientras su hijo añade que «salimos a la calle sin apenas ropa a pesar de que estaba nevando».

Tras aventurarse a entrar de nuevo para recoger rápidamente sus pertenencias, acudieron a la mezquita de Ulucami, que les ofrece un techo bajo el que guarecerse y comida caliente. «El problema es que no sabemos cuánto tiempo tendremos que quedarnos aquí porque nuestro edificio está tan dañado que corre el riesgo de derrumbarse y la Policía lo ha acordonado para que nadie entre», se lamenta resignado. Por el alquiler de ese piso pagaba unas 5.000 liras (250 euros) que se sacaba con su trabajo en una compañía de seguros de coches.

El deseo de emigrar
Aunque asegura que «la vida en Turquía es buena y a los refugiados sirios nos tratan bien», se apresura a preguntar «cómo podemos emigrar a Europa». Al igual que millones de exiliados, su sueño es llevar a su familia al «paraíso europeo» en busca de un futuro mejor. «¿Cómo puedo llegar a España?», implora cuando le decimos nuestra procedencia. Pero, de momento, lo único que puede hacer es, como bien dice su hijo, «seguir soportando la pesadilla que nos ha tocado vivir, de la que no sé cuándo vamos a despertar».

Bajo la enorme cúpula de la bella mezquita, y arropados con mantas, otros damnificados y refugiados sirios matan el rato leyendo en sus móviles las noticias del terremoto mientras los niños juegan y corretean sonrientes de un lado para otro como si, en realidad, estuvieran de vacaciones. En parte es cierto porque no tienen que ir al colegio, pero lo peor de todo es que pueden prolongarse durante mucho tiempo hasta que, finalmente, se recupere una normalidad que hoy parece muy lejana. Para demostrarlo, basta con las réplicas que prácticamente cada día sacuden Gaziantep y el resto del sudeste del país otomano y que vuelven a meter el miedo en el cuerpo a sus sufridos habitantes, como Walid. Por partida doble, primero como refugiado y luego como damnificado, la desgracia se ha ensañado con él igual que el terremoto lo ha hecho con Turquía y Siria.

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