Estado del malestar, la estrategia del PNV

El Correo, OLATZ BARRIUSO, 03-02-2023

Hubo un tiempo en que el discurso del nacionalismo institucional vasco se escribía en clave de confrontación. Fueron los años del ‘qué hay de malo en ello’, de los planes soberanistas, de las frustraciones colectivas, las trincheras y la fractura. Pues bien, ahora que Cataluña pone fin a la tóxica política de bloques más de una década después –por el camino, la ‘vía unilateral’ ha dejado un reguero de empresas a la fuga y de heridas personales aún por cicatrizar– bien podrían mirarse aquellos atribulados ‘indepes’ que se echaban las manos a la cabeza en los días más aciagos del ‘procés’ en el espejo vasco.

El futuro del nacionalismo con vocación gubernamental, visto lo visto, no pasa por azuzar la ruptura con el Estado sino por colaborar en su gobernabilidad sin renunciar a mantener viva la llama de la insatisfacción, que, como es sabido, es lo que da sentido a las ideologías nacionalistas en las sociedades 4.0. Ya no se trata de levantar fronteras –lecciones hay de sobra, empezando por el Brexit– sino en hacer del ‘qué hay de lo mío’ el punto central del programa electoral.

Es verdad que el PNV lleva perfeccionando la técnica toda la vida, pero no es menos cierto que no han inventado nada. Ahí está ‘el català emprenyat’ –hallazgo sociológico al que certeramente dio nombre el periodista Enric Juliana–, un sujeto colectivo que representa al ciudadano perpetuamente cabreado con ‘Madrid’: con las averías en los trenes de cercanías, con los retrasos en las infraestructuras… En Cataluña, el ‘emprenyament’ cimentó la llegada de Artur Mas al poder tras los tripartitos de Maragall y Montilla. La antigua Convergència, tan enraizada entonces en el nervio empresarial, económico y social de Cataluña como el PNV lo está en el de Euskadi, desplegó todos sus sensores para detectar los malestares y cabalgar sobre ellos.

Ese enfado se transformó después en ‘España nos roba’ y más tarde en el ‘procés’ ahora enterrado. En Euskadi, el ‘emprenyament’ es más difuso y el soberanismo sólo el eco de un pasado no tan lejano. Así que hoy, con el destino del PNV atado al de Pedro Sánchez por sus acuerdos estructurales con los socialistas vascos y por la imposibilidad de cualquier acercamiento al PP mientras Vox entre en la ecuación, la estrategia del PNV se asemeja, más que al martillo pilón, a la gota malaya.

Se trata de ‘regar’ al votante con una lluvia fina de quejas que distraigan la atención de los problemas propios, perfectamente representada en la eterna negociación del calendario de transferencias o en ese goteo de misivas con membrete de Lakua y destinatarios en Moncloa. Que el presidente del Gobierno no responda a las cartas de Urkullu abona el discurso. Que el ministro Escrivá licite el centro de refugiados de Vitoria sin contestar a la consejera de Políticas Sociales, también. Máxime con Artolazabal ya en los tacos de salida de la reñida campaña electoral en Vitoria. Calviño, en cambio, responderá en persona hoy al lehendakari sobre los fondos europeos. Y es que de vez en cuando hay que recordar que alguna sintonía habrá para que el PNV, siempre peleón, siga apoyando al Gobierno de ‘Madrid’.

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