Vladimir
Diario Vasco, , 26-01-2023No, no se trata de Putin. Se trata de otro Vladimir, también molesto, pero cuya molestia al lado de la del cosaco es como una simple comezón en el alma. Una incomodidad que solo te afecta cuando te la encuentras inesperadamente y no sabes cómo gestionarla. Me ocurrió a mediados de enero cuando una vecina vino a comunicarme que había un señor durmiendo sobre su felpudo, en el descansillo de la escalera. Supongo que, entre las responsabilidades de un presidente de la comunidad de vecinos, está la de solucionar estos problemas. Ésta no es una situación muy frecuente, pero ya la viví otra vez cuando me encontré con un joven sentado en un tramo de escalera del piso inferior. Le pregunté que si esperaba a alguien y me contestó con un sí de infante travieso. Le sugerí que le esperara en el portal y, a los pocos minutos, ya no estaba. Pero el señor de arriba no tenía nada de infante, ni de travieso y, cuando subí a verle, me miró contrariado. Le encontré mal, estaba sucio, empapado y tembloroso. Le pregunté si estaba bien y, de repente, se puso colaborativo. Me dijo que tenía mucho frío y la pierna rota. Olía a pis, él y toda la casa. Le dije que tranquilo, que iba a llamar a una ambulancia para que vinieran a buscarle. En el 112, la persona que me atendió me dijo que le describiera la situación y que le preguntase su nombre y su edad. Se llamaba Vladimir, tenía 54 años y era rumano. Se mostró muy dócil y me comentó que llevaba seis meses en Donosti, que venía de Almería de trabajar en la fruta, y que estuvo muy a gusto allí al aire libre. Es que era verano… La del 112 me pasó a una coordinadora sanitaria y luego a un médico, a quienes volví a describir la situación. Me mandarían una ambulancia y yo intentaría bajar al portal con él. Lo de su pierna rota debió ser que su español era muy de este y quiso decir magullada o algo así. Cuando llegaron los enfermeros, le saludaron muy efusivos… ¿Vladimir, otra vez? Pues sí, Vladimir era un viejo conocido del sistema y cada poco tiempo montaba estos números. Era un tipo peculiar con problemas de socialización, me comentaron. Pero no era un problema sanitario, sino un asunto de los servicios sociales. Prepararon amablemente un informe que enviaron a no sé dónde, y al rato llegaron dos ertzainas. Hablamos un rato de la situación y tampoco era cosa de ellos. Yo solo quería que alguien le llevase a alguna parte, le dieran ropa seca, y algo de comer. Y una cama para pasar las noches de frío y lluvia, porque la tormenta Gerard estaba esos días en su fase más tropical. Yo que veo ‘Aventura en pelotas’ en Discóvery y, como una maldita noche de lluvia tropical, me tocó dormir en la calle, en un país tropical, sé que eso no es un dulce sueño.
Pero se fueron todos y me quedé otra vez solo con Vladimir, y sin saber qué hacer. Le pregunté si tenía hambre y se puso a gesticular como un niño. Fui a la tienda de Jénifer, y con media barra de pan, y un sobre de loncheados le preparamos un bokata que mi amigo se comió de dos bokados. La botella de agua y la manzana se las guardó para otro momento. Y le convencí de que se fuera al Aterpe, a la Diputación, al Ayuntamiento o al modelo vasco de acogida del Gobierno Vasco. Los sanitarios me dijeron que hay varios casos como éste, que van a su bola y que cualquier día aparecerán tiesos en una esquina.
Y ahora pienso en tantos programas con unos nombres tan bonitos como Biltzen, Ikuspegi o Etorkizuna Eraikiz, y me imagino el futuro de este hombre, o ese centro tan moderno que acaban de inaugurar, Errondo Gure Etxea para excluidos sociales graves, o esas recogidas masivas de alimentos para familias sin recursos, o los inmigrantes de Melilla con su chándal y deportivas nuevos… ¿No hay un departamento chiquitín que se ocupe de estos artistas libertarios? ¿Son apestados? ¿No tienen remedio? Porque no es mucho lo que piden: un poco de empatía, atención, respeto. Vladimir ya tiene un paraguas, se lo vi el otro día que volvió a colarse en el portal, y esta vez los ertzainas fueron al grano y él se puso terco. Con su plumífero azul sombrío, sus pantalones negros pitillo, su barba a lo Darwin, y su olor a mofeta. La otra vez llevaba 2 euros y quince centavitos. Después le vi pidiendo en la calle y era un robot a la deriva.
Estos días se me licuan palabras como dignidad, trato humanitario, inclusión social, igualdad, derechos humanos… que tenía congeladas, y al vacío, en el arcón de mis principios, porque no sé si Vladimir tiene remedio, o es un excluido social total, desarraigado, que ha perdido su dignidad y sus derechos, y que molesta allá donde vaya, hasta en las instituciones que nos hemos dotado para que se ocupen de ellos.
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