Una mirada a la guerra de Ucrania
«Estamos a pie de calle para acoger y escuchar»
Hargindegi ayuda a «volar por sí mismas» a las personas más sacudidas por la crisis
Diario Vasco, , 12-12-2022Lejos, muy lejos de Ucrania, hay mucha gente que libra batallas cotidianas relacionadas con la guerra. La crisis inflacionaria y energética que sacude el mundo, derivada principalmente de aquel conflicto, ha empujado a muchas familias hasta el límite de su resistencia: según un informe de Cáritas, tres de cada diez hogares no cuentan con ingresos que les aseguren una vida digna en estas condiciones. El fondo Isuri del Gobierno Vasco contempla a esas ‘víctimas locales’ como beneficiarias: mientras que una de sus líneas se orienta a la acogida de refugiados, la otra garantiza apoyos a esa parte más afectada de nuestra sociedad. Es un problema que conocen bien en Hargindegi, el centro de Cáritas en el corazón del barrio bilbaíno de San Francisco.
«Si nos está afectando a todos, ¡qué vamos a decir de la población más vulnerable! –plantea Begoña Martínez, su responsable–. Yo considero este centro un lugar privilegiado, porque nos permite ir viendo las tendencias en un barrio de entrada de la inmigración. Estamos a pie de calle, para acoger y escuchar». Los recursos asistenciales como Hargindegi son muchas veces la principal referencia para quienes llegan a Euskadi para buscar un futuro mejor en medio de la incertidumbre. La adaptación nunca ha sido sencilla, pero en la coyuntura actual puede convertirse en una pesadilla: «Venimos con otra idea, pero lastimosamente las cosas no son como las esperábamos», resume Soledad Alemán, una peruana que llegó hace solo tres meses y va subsistiendo con empleos por horas: «No hay oportunidades para trabajar», lamenta. Se dan situaciones muy delicadas que el fondo Isuri trata de mitigar.
En los centros de Cáritas aspiran a «dotar a las personas de las herramientas mínimas para que puedan volar por sí mismas», según la descripción de su responsable. Al servicio de acogida se suman talleres que abarcan la parentalidad, el idioma, la capacitación laboral o la socialización. En torno al 80% de quienes participan en los cursos son mujeres y alrededor del 85% tienen origen extranjero. La actividad se mantiene gracias a medio centenar de voluntarios como Mayte Romero, que imparte castellano básico: «Los que aprenden la lengua no son solo recién llegados, sino también mujeres que llevan años aquí, pero que han vivido muy aisladas y hablan mal castellano», aclara. Mayte es una enamorada de la labor de Hargindegi: «¡Tendría que pagar por venir!».
Soledad asiste a los talleres de cocina y atención a mayores, con vistas a colocarse en el servicio doméstico. «Me estoy capacitando y, a la vez, hago amigas y nos apoyamos unas a otras», explica, aún un poco asombrada de que aquí llamemos alubias a los frijoles y pasemos la fregona en vez de trapear. Y Yousra El Houmadi, procedente de Marruecos, lleva dos años acudiendo al centro: «A veces necesitamos que nos echen una mano para integrarnos, y aquí nos ayudan con muchas ganas y muchísimo cariño. Nos dan mucha fuerza para seguir en la vida», agradece.
Porque, incluso en circunstancias apuradas, no todo se reduce a cálculos, dinero y salarios. «Sentirse parte de algo también es una necesidad básica –apunta Begoña–. Que te conozcan por tu nombre, que te llamen si un día no vienes».
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