Peio García Amiano | Fundador de Proyecto Zaporeak

«Tenemos comida solo hasta febrero. En Lesbos estamos bajo mínimos»

Llegaron a la isla griega hace seis años y no han fallado ni un día a su cita. Hoy alimentan a casi el 90% de los refugiados del campo de Kara Tepe

Diario Vasco, ESTRELLA VALLEJO, 09-12-2022

Zaporeak aterrizó en Lesbos en 2016 para dar soporte alimentario a los refugiados que llegaban en plena crisis migratoria. Iban para seis meses, pero las necesidades y el vínculo con el drama que se vivía en la isla griega les hizo prorrogar su presencia hasta hoy. En seis años, el mundo ha vivido una pandemia, la llegada de los talibanes al gobierno afgano, la guerra de Ucrania… El foco mediático ha ido cambiando su tiro, «pero nosotros seguimos allí y no hemos fallado ni un día. Pero ahora necesitamos ayuda», señala Peio García Amiano. Quien quiera colaborar, puede hacerlo a través de la web zaporeak.eus.

– Ha vuelto hace tres semanas de Lesbos. ¿Cómo ha visto el campo de refugiados desde la última vez que estuvo allí?

– Sin mucho cambio, por desgracia. Hay unas 1.500 personas, más de la mitad, afganos. La mayoría son mujeres y niños. Los jóvenes o ‘los solteros’, como se les llama, pueden desplazarse con más facilidad. La buena noticia es que alimentamos a casi el 90% de los refugiados de Kara Tepe. Estamos dando 1.300 raciones diarias, aunque los días que ha llegado alguna lancha hemos subido a 1.450.

– Seis años en la isla, a una media de 1.400 menús al día… Salen unas tres millones de raciones entregadas.

– Diría que más, porque cuando se quemó el campo de Moria se quedaron 13.000 personas en la calle y subimos a 4.000 raciones diarias. El esfuerzo que hacemos es inmenso, pero el problema con el que nos encontramos es que la guerra de Ucrania ha puesto el foco en otro punto del mapa, y muchos se han olvidado de que en Lesbos sigue viviendo gente en condiciones pésimas, y que Zaporeak sigue al pie del cañón. Muchos nos preguntan si seguimos allí. ¡Pues claro que sí! De hecho, a Lesbos también llegaron refugiados ucranianos, pero el trato recibido no ha tenido nada que ver. Los sirios y afganos son refugiados de segunda, y por eso hacemos un llamamiento para que la sociedad vasca recuerde que seguimos necesitando su ayuda. Siguen llegando lanchas a la isla pese a las devoluciones en caliente que se están realizando. En los 10 kilómetros que hay entre Turquía y Lesbos, hay policía griega, turca y Frontex interceptando botes. Es una locura.

– ¿Con los fondos actuales, hasta cuándo pueden aguantar alimentando a los refugiados?

– Febrero, como mucho. Estamos bajo mínimos. El presupuesto mensual es muy alto, destinamos 70.000 euros al mes solo a comprar comida fresca, como fruta, carne, y unos 7.000 euros se van en leche. Es carísima, pero muy necesaria. Por eso, vamos a iniciar dentro de poco una campaña de captación de socios. No lo habíamos hecho nunca, pero la situación económica empieza a ser dramática y no podemos dejarles tirados.

– Las temperaturas empiezan a bajar. ¿En qué condiciones están los refugiados?

– La falta de higiene y servicios sigue igual de mal. Los jóvenes viven en tiendas grandes y las familias, en barracones. Están algo más resguardados que cuando vivían en tiendas de plástico en Moria, pero si llueve también les entra agua y pasan un frío de muerte, porque Kara Tepe está al lado del mar y hay muchísima humedad. El miedo que tenemos es que, como todos los años, con la llegada del frío empiecen a encender fogatas y haya incendios.

– ¿Y a nivel alimentario?

– El Ejército ha vuelto a restringir el número de comidas, y solo les dan una al día, pero muchos la tiran a la basura, porque es incomible. Por eso queremos llegar a todos, para que al menos tengan una ración diaria de comida saludable. Por el momento, podemos garantizárselo a casi el 90% de los refugiados.

– ¿Cómo se organizan para hacer el reparto?

– Por las mañanas elaboramos las raciones. Y las entregas las hacemos de dos maneras. Por un lado, hay un pabellón fuera de Kara Tepe, donde una ONG reparte nuestra comida a algunas mujeres y niños para que estén en un espacio seguro y tranquilas. Y por otro, está el grueso de las entregas, que lo hacemos dentro del campo. Este ha sido el principal cambio de los últimos meses. Por fin, después de seis años, la dirección del campo nos ha permitido entrar, aunque con grandes medidas de seguridad. La comida la introduce el Ejército en sus propias furgonetas, supongo que porque no se fían de que podamos introducir algo, y tenemos que acceder sin móviles.

– ¿A qué cree que se debe este cambio de actitud de la dirección del campo?

– El nuevo director debió de estar en el departamento de Acción Social del Ejército, y parece algo más empático con lo refugiados. Han visitado las cocinas y el otro día apareció en el reparto, y dijo que era una maravilla lo que hacíamos. Este cambio de actitud nos permite hacer entregas más seguras y seguir hacia nuestro objetivo que es encargarnos de toda la alimentación del campo o incluso que nos dejen un espacio dentro. Pero allí todo es muy cambiante. Hoy nos consideran una pieza clave, y mañana nos prohiben entrar de nuevo. Hay que andar con pies de plomo.

SUS FRASES
Presupuesto «Destinamos 70.000 euros mensuales a comprar comida fresca, y solo en leche se van 7.000»

Foco mediático «Con la guerra de Ucrania, muchos se han olvidado de nosotros, pero no hemos parado ni un día»

Alimentación «Elaboramos menús que se ajustan a sus costumbres, y que refuerzan su sistema inmunológico»

Refugiados contratados «En pandemia nos quedamos sin voluntarios y contratamos a seis refugiados»

– ¿Quién decide qué 10% se queda sin ración de Zaporeak?

– Nos guiamos por unos tickets que nos entregan los refugiados. Trabajamos con varias ONGs de médicos, que son los que valoran su estado de salud. Entre la gente más vulnerable, ellos entregan un ticket azul a los que tienen que recibir una ración normal, o un ticket amarillo a aquellos a los que además hay que entregar leche. Normalmente, son mujeres embarazadas, en fase de lactancia y niños. Las condiciones de vida son tan malas que las enfermedades de muchos se cronifican, como la diabetes, la tensión alta… Aunque gracias a nuestras raciones, algo mejoran.

– ¿ Cómo se escoge el menú?

– Se encarga el cocinero. También es refugiado y lleva muchos años con nosotros, así que sabe cómo cocinar lo que les gusta. Al principio hacíamos menús a nuestro estilo, pero ellos echan muchas especias, y hemos aprendido a elaborar recetas ajustadas a sus necesidades y costumbres, y que además sirvan para reforzar su sistema inmunológico.

– Con los años han ido profesionalizando el servicio.

– Sin duda. Por ejemplo, hace un par de años pusimos en marcha la panadería, porque les dábamos nuestro pan, y muchos no se lo comían. Luego, pasamos a comprar pan de pita en Atenas, pero nos salía carísimo, así que decidimos hacerlo nosotros. Hacen más de mil panes de pita al día, y a los refugiados les encanta. Dicen que es de los mejores que han probado. Hasta lo como yo que no me suele gustar (ríe).

– ¿Hay refugiados contratados?

– Sí, una media docena. En pandemia solo se quedaron tres voluntarios de aquí y tuvimos que echar mano de ellos, porque no podíamos mandar a más gente. Estamos encantados con poder contribuir a que algunas personas tengan una nómina que les permita empezar a rehacer su vida, pero también nos parece importante que haya voluntarios de aquí. Es vital para que se siga difundiendo la esencia y el proyecto Zaporeak.

– ¿Cuántos voluntarios han pasado por Lesbos con Zaporeak?

– Alrededor de 1.500 personas. Es una experiencia dura, pero muy especial. Lo que más nos gusta es que se anima gente de todas las edades. En verano y navidades, hay mucha gente joven, y el resto del año, muchas personas jubiladas. Hemos llegado a tener a una señora de 82 años. Lo bonito es que la gente vuelve muy sensibilizada, divulga en su entorno lo que hace Zaporeak, y eso ayuda a que la red siga creciendo.

«Hay momentos de flaqueza, pero no vamos a dejarles tirados»
A las reyertas de dentro del campo se suma el impacto que tienen las decisiones geopolíticas.

- Las autoridades empezaron a construir otro campo en Lesbos. ¿En qué fase está?

- Sigue construyéndose. Llevan en secreto su ubicación para que los grupos ultras no vuelvan a intentar boicotearlo. Está en lo alto de un monte y casi no tiene camino de acceso. La sensación que tenemos es que los 1.500 que están en Kara Tepe van a ser trasladados a esa especie de campo de concentración, y ya no van a poder salir.

- ¿En algún momento han pensado en cesar el proyecto?

- Sin duda. Cuando se quemó el campo de Moria en septiembre de 2020, unos 13.000 refugiados se desplazaron a Atenas, y en aquel momento pensamos en trasladar nuestras cocinas. De hecho, varias ongs nos siguen pidiendo que vayamos, porque allí también hay mucha necesidad, pero ya se han ido muchas organizaciones y no queremos dejar tirados a los que están en Lesbos.

- ¿A qué se debe esa retirada de las ongs?

- Algunas pararon su actividad antes de la pandemia. Pero a posteriori, la mayoría se trasladó a Atenas porque en Lesbos se redujo el número de refugiados. El campo de Moria llegó a ser el más grande de Europa, con 21.000 refugiados. Hoy en Kara Tepe ‘solo’ quedan 1.500.

- Ha comentado las amenazas a ongs. ¿La situación ahora es algo más segura que entonces?

- Por suerte, sí. El ataque que sufrimos por parte de medio centenar de ultraderechistas a la salida del campo en marzo de 2020 fue un duro golpe en todos los sentidos. Reventaron con bates y palos el coche en el que íbamos y golpearon a varios de nosotros. Habíamos tenido pequeños gestos de boicot, pero aquel día pensamos que no salíamos vivos de allí.

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