«No son voluntarios, son familia: sin ellos no estaríamos aquí»
UNA MIRADA A LA GUERRA DE UCRANIA La red del programa Loturak ha allanado el duro camino a Nataliia, Mikola y sus diez hijos
El Correo, , 21-11-2022Los Borodulin saben bien lo que es acoger. Nataliia y Mikola han criado en su casa de Ivankiv a seis hijos biológicos, pero también a otros niños bajo tutela del Gobierno ucraniano, que se incorporan a la familia hasta que alcanzan la mayoría de edad. La suya era una casa difícil de evacuar, pero, a los pocos días de empezar la invasión rusa, tuvieron claro que no podían continuar en su ciudad. Ahí empezó un éxodo incierto: «Tenemos una furgoneta de ocho plazas y nos fuimos en ella quince y un perro», detalla Mikola, que fue marinero en barcos con base en Vladivostok y más tarde trabajó de albañil. Lo cuenta a través de su hija Yuliia, que le hace de intérprete, pero después continúa el relato con palabras sueltas en castellano y expresivas onomatopeyas, salpicadas de los «bum» de las explosiones que amenazaron su huida.
Ahora, de pronto, son ellos los acogidos. La familia tenía contactos en Euskadi, ya que Yuliia y otra de sus hijas pasaban los veranos aquí a través de la asociación Chernobileko Umeak. Y, a partir de aquellos vínculos, floreció un grupo de apoyo integrado en el programa Loturak, la red ciudadana de acogida que impulsan el Gobierno vasco y la Fundación Ellacuría. La idea, que ya se puso en práctica con los refugiados sirios, es ‘envolver’ a cada familia en un equipo de voluntarios en el caso de los Borodulin, cinco matrimonios que amortiguan el golpe de integrarse en una sociedad nueva. «Para un grupo tan numeroso resultaba especialmente importante contar con este apoyo, similar al que brindan los vecinos, los amigos…», explican en la Fundación Ellacuría.
El vehemente Mikola lo expresa perfectamente en su esforzado castellano: «¡No son voluntarios, son todos familia! Sin ellos, no estaríamos aquí». Los Borodulin y diez de sus hijos pasaron por el hotel Ilunion, después residieron en Elorrio y ahora viven en una casa de Deusto. Y, en ese recorrido, voluntarios de Loturak como Arrate Bañuelos, Conchi Martín o Kepa Fournier se han esforzado en allanarles el camino con tareas que son pequeñas o muy grandes, según la perspectiva. Por ejemplo, los trámites legales: «La documentación necesaria es mucha y, en este caso, se multiplica por muchísimos. Yo le digo a mi mujer que se ha tirado más tiempo en la Policía que El Lute», bromea Kepa. En estos meses les han ayudado con consultas médicas, entrenamientos de fútbol, clases de coro, mudanzas… «¡Y la furgoneta!», completa Mikola, ya que hubo que cambiarle el aceite y los filtros. A partir de su núcleo de diez miembros, la red se ha ramificado hasta abarcar, por ejemplo, a la dentista de Conchi y Kepa, que se ha hecho cargo de los niños y sus brackets.
«Hay mucha gente con ganas de ayudar. No dejan de decirnos ‘cuenta conmigo’», agradece Conchi. Los voluntarios de este programa del Gobierno vasco (más información en ainhoa@fundacionellacuria.org) insisten en que la convivencia con los refugiados no solo beneficia a estos: «Aprendemos muchísimo, tanto nosotros como nuestros hijos», comenta Arrate. Y Conchi añade: «Sí, aprendes de cómo viven ellos este proceso: todo eso de la resiliencia, de estar agradecidos a la vida en situaciones tan complejas». Eso sí, la última palabra, o las dos últimas, las pone Mikola con una de sus conclusiones tajantes: «¡Ayuda grande!».
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