¿Cómo se verá el Mundial de Catar dentro de cincuenta años?
La Voz de Galicia, , 12-11-2022Todo el mundo recuerda a Jesse Owens, pero nadie recuerda a Milton Green. Owens fue el afroamericano que en 1936 demostró frente a Hitler que la superioridad aria era un mito al conseguir cuatro oros en los Juegos de Berlín. Green fue un atleta judío estadounidense seleccionado para participar en las mismas Olimpiadas. Se negó porque sabía, como el resto del mundo que quería saber, que los judíos bajo la Alemania nazi habían perdido sus derechos y que ya desde 1933 ni siquiera podían formar parte de clubes deportivos.
No hubo titulares sobre la decisión de Green, la prensa no le entrevistó ni le pidió declaraciones. Celebramos el triunfo de Owens y olvidamos que hubo un Green, que si Owens y otros afroamericanos participaron en los Juegos fue, en parte, porque no veían demasiada diferencia entre el racismo nazi y el de las leyes de Estados Unidos. También olvidamos que el mismo Owens a su vuelta a su país perdió su estatus profesional y acabó compitiendo contra caballos para ganarse la vida. Los Juegos de 1936 fueron una campaña de propaganda de la Alemania nazi, pero también una campaña publicitaria para la «democracia» estadounidense al presentar a sus atletas afroamericanos como supuestos iguales, mientras que en los estados sureños el Ku Klux Klan los linchaba, ahorcaba y quemaba vivos.
Alfredo Ayala era un argentino que en 1978 estaba secuestrado en el centro clandestino de detención de la ESMA mientras a pocos metros se celebraba el Mundial. A Ayala sus torturadores le llevaban a los estadios para ver si alguien de su entorno se le acercaba y así multiplicar las detenciones. A su alrededor la gente coreaba a la selección y así la dictadura argentina enseñaba al mundo «el Mundial de la paz», como lo llamó Videla en su discurso inaugural.
No voy a comparar el régimen de Catar a la Alemania de Hitler, a los Estados Unidos de las leyes Jim Crow, o a la Argentina de Videla. Cada régimen tiene sus particularidades, la magnitud de los horrores es bien diferente. Sé, además, que al lado de Arabia Saudí, Catar es un país en el que las violaciones de derechos humanos no son tan flagrantes y que se han tomado algunas medidas para corregirlas. Pero la comunidad internacional sabe que Catar dista mucho de ser una democracia (la misma familia reina desde el siglo XIX), no hay libertad de expresión, y son conocidas las violaciones de derechos humanos que afectan principalmente a tres colectivos: los migrantes en condiciones laborales pésimas; las mujeres, que aún viven bajo un régimen tutelado por varones; y las personas LGTBIQ, que sufren discriminación y persecución.
Como cualquier dictadura, el régimen se presenta ante la comunidad global como tolerante y magnánimo, tan legítimo como cualquier democracia. La situación de migrantes, mujeres y personas LGTBIQ responde, según la propaganda oficial, a las particularidades de su economía y sus tradiciones. Mientras se prepara el evento, Catar dirige la atención a la construcción de estadios de lujo, la seguridad y el orden en las calles, el buen clima, la hospitalidad de los organizadores, sus avances en modernidad y derechos humanos. Los mensajes se organizan para tapar aquello que aquí consideramos reprensible. Pero sabemos. La información está ahí.
Cuando Green decidió boicotear las Olimpiadas seguro que la gente pensó que exageraba, que estaba mezclando deporte y política. Ahora le daríamos la razón. Lo que me pregunto es cómo se verá la celebración en Catar de este Mundial dentro de 50 años, un régimen que somete a las mujeres a la voluntad del hombre, que maltrata a sus migrantes hasta el punto de dejarlos morir en construcciones faraónicas y que persigue a las personas no heterosexuales. Tan solo me lo pregunto, nada más.
Edurne Portela es Premio Euskadi de Literatura 2022.
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