La educación transforma vidas
Diario Vasco, , 24-10-2022Sin ánimo de caer en maximalismos al uso, con frecuencia pienso que la educación bilingüe o plurilingüe ha de implicar buenas dosis de integración y convivencia de los que la reciben o no se atinaría con las expectativas de una educación como es debido, en materia de diversidad de lenguas. Advertir que, de lo primero que se habla, es de educación. Esta idea no se puede obviar y menos cuando se quiere ir en pos de enseñanzas y aprendizajes que tengan que ver con los idiomas, en los tramos de la enseñanza infantil, obligatoria e, incluso, posobligatoria. Desde este punto de vista, pareciera que está todo dicho en torno al concepto de educar. Aunque en la actual situación histórica, que soporta enorme presiones procedentes de diversos ámbitos, no estaría de más, en un intento de distanciamiento de estos, señalar el significado más simple y objetivo de aquel. No he hallado algo tan elemental y, a la vez, tan rico y pleno, salvo cuando estos días he leído el actual lema de la Unesco, que reafirma que «la educación transforma vidas». Qué pocas pero qué adecuadas palabras, para tan vasto significado, para que se pueda percibir su prevalencia en relación con la dimensión integral de las personas. De ahí que la enseñanza de lenguas adquiriría una tonalidad renovada, una que mire más por asuntos, como la integración social y el encuentro con el otro en el entorno educativo.
Prácticamente hasta ahora la diversidad del alumnado afincado en el País Vasco ha sido un notable reto que ha tenido que sobrellevar la escuela, en especial, pública y, en general, los centros, tanto públicos, como concertados y privados. Planes específicos de diversidad y de refuerzo lingüístico, dirigidos a todo el alumnado y, en particular, al de origen extranjero, a cargo del profesorado de la CAV, han ido enfrentando día a día el desafío lingüístico e integrador, una apuesta más bien compleja, cuando el sistema educativo se estructura en tres modelos (A, B y D), de acuerdo a la lengua vehicular en que se llevan a cabo los estudios. Tanto, diría, que, además de las dificultades intrínsecas que supone el uso y conocimiento de cada lengua (digamos, las dos lenguas oficiales y una extranjera), la faceta inclusiva e integradora que debería estar presente, no termina de despegar. Un reciente estudio, en base al análisis de la EPIE 2018 (Encuesta de la Población Inmigrante en Euskadi), que se pregunta si realmente se produce «la integración social de la población inmigrada, a través del sistema educativo en Euskadi» (I. Andueza y M. Bejarano, 2022), incide en esta cuestión. Por lo menos, por lo que respecta a un colectivo de inmigrantes condicionado por su incorporación tardía al sistema, las autoras expresan su anhelo de que, dando por cierto en este caso el hecho de que la elección de modelos lingüísticos diferentes lleva a la segregación escolar, definitivamente se consiga que «el sistema educativo logre albergar en un mismo espacio al alumnado de diferentes orígenes, sin que se produzca esa segregación por modelos (p. 216). Un deseo que requeriría enormes esfuerzos de apoyo y recursos, en especial, al alumnado de modelos euskera (B y D), y que habría de proyectarse sobre todo el sistema.
Ahora que aumentan los estudiantes extranjeros –datos del departamento de Educación vasco mostraban hace poco, entre los cursos 2015-16 y 2020-21, un incremento del 15%, al pasar de 36.607 a 42.791 alumnos– y que se impone la necesidad de fomentar la competencia plurilingüe, algo costoso de llevar a cabo en un colectivo cada vez más vulnerable, los sistemas educativos se han de perfeccionar, en pos de eficaces planteamientos de enseñanza y aprendizaje de lenguas que, proactivos con la dimensión intercultural, busquen la interacción y colaboración entre iguales, más allá de modelos y procedencias. Las nuevas perspectivas educativas, concretadas en el Anteproyecto de Ley de Educación del País Vasco (14-09-22), ahora en período de conclusiones, antes de formar un segundo documento, no dejan de ser una declaración de intenciones, si bien muestran aspectos centrales de lo que se comenta. Uno es el marco plurilingüe e intercultural en que se encuadra la educación vasca y, dentro de este, algo que se suele invisibilizar en la sociedad, porque no toca lenguas oficiales ni la lengua extranjera a estudiar, sino otras. Hablo del mandato de que «se han de hacer presentes en los centros las lenguas y culturas del alumnado de origen extranjero, al igual que se favorecerá el mutuo reconocimiento y se pondrá de relieve el valor cultural y económico de la diversidad, y se promoverá la integración educativa» (p. 51). Aun concretándose este llamamiento, en otros dos párrafos (art. 71), solo queda esperar que, una vez aprobada la ley, vaya tomando cuerpo, con más énfasis. Puede que, partiendo de este amplio marco, al final se consiga aquello de que «la educación transforma vidas».
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