La solidaridad hace cima en Artxanda
Más de 8.000 personas coronan el monte bilbaíno en la XIII marcha que organiza EL CORREO, que recaudó fondos para programas de salud mental para jóvenes y para los refugiados de Ucrania
El Correo, , 17-10-2022Artxanda es una montaña especial, una suerte de icono envuelto en un halo de nostalgia. La capital vizcaína hunde sus raíces en este alto que cierra el Botxo por el norte. El Ayuntamiento ha puesto en marcha un plan para que el que fuera escenario de los planes familiares y de las grandes celebraciones recupere ese esplendor olvidado. Pero las más de 8.000 almas que secundaron ayer la marcha montañera que organiza cada año EL CORREO pusieron de manifiesto que no faltan aficionados a coronar esta pequeña cima. La XIII edición de la subida fue una excursión cómoda y apta para todos los públicos que alternó el paseo con la ascensión e invitó a contemplar espectaculares estampas desde este mirador lleno de senderos de ensueño. La jornada salió redonda, porque aunque se pronosticaba más bochorno, al final, se registraron 26 grados mientras los participantes salvaban el desnivel. «La temperatura es fabulosa», se escuchaba decir.
Fue una mañana de domingo perfecta para hacer una de las cosas que más gustan en Bilbao: pasear por el monte antes de tomar el aperitivo. Además, por una buena causa. Porque los 20.000 euros obtenidos con los 8.000 tickets que se pusierron a la venta en la tienda de este periódico en la Gran Vía, se destinarán a dos entidades solidarias: AVIFES, la asociación vizcaína de familiares y personas con enfermedad mental, que lo destinará a los programas de salud mental de niños y jóvenes, y a Ukrania SOS, que trabaja en la inserción de los exiliados de la guerra que se han asentado en Euskadi.
FOTOS: AINHOA GÓRRIZ
Desde primera hora,miles de personas se concentraron en la zona de salida, en El Arenal , con toda suerte de atuendos deportivos y muchos palos de trekking para disfrutar del recorrido que les llevaría primero hasta la cima y después, de regreso al Casco Viejo. El alcalde, Juan Mari Aburto, se encargó, como cada año, de dar el pistoletazo de salida a la marcha a las 9.45 horas acompañado por otros concejales del equipo de Gobierno, como la edil de Seguridad, Amaia Arregi, o la socialista Yolanda Díez. «Tiene un doble componente solidario: colaborar con dos asociaciones, visibilizar la realidad de la enfermedad mental y de las personas refugiadas y poner en valor algo importante como el poder ir desde el centro de la ciudad andando en poco tiempo y sin gran esfuerzo a Artxanda, que es una maravilla. Pocas ciudades tienen esta posibilidad», dijo de ese monte del que, como todos los bilbaínos, guarda tantos recuerdos familiares. «Íbamos a patinar, pasear, a jugar»… Aburto, amante de los montes bilbaínos y otros más duros, como el Gorbea, no secundó la marcha este año al sufrir unas molestias en los pies.
La iniciativa se reveló multitudunaria una vez más. «Es un recorrido precioso y la gente se lo pasa fenomenal», apuntó Juan Mari del Hoyo, experimentado mendizale de la Sociedad La Montañera, que colabora con la organizacióndesde los inicios. El trayecto constaba esta vez de casi 9 kilómetros que combinaban la pista de asfalto con un tramo de carretera y senderos de piedrecillas y tierra. Una enorme cadena humana tomó el paseo de Uribitarte hasta el Guggenheim. «Parecen bolas de Navidad», decía una joven sobre la peculiar escultura. Desde ahí, la masa multicolor, con toda suerte de camisetas fosforitas y en animada compañía de perros felices, tomó el puente de La Salve para iniciar el ascenso. En el viaducto se produjo un pequeño embotellamiento. La vista solo alcanzaba a ver cabezas. Pero nada más cruzar la pasarela que pasa por encima de los túneles de Begoña, ya olía a bosque y a vegetación húmeda, aromas que iban cambiando de matiz a lo largo del sendero.
Cuadrillas de amigos de todas las edades y orígenes las había de Colombia y Ucrania, por ejemplo y familias con niños atestaron las pistas durante la subida. que se ha «convertido en una tradición. Me gusta mucho. Para mí es un poco cansado, pero el esfuerzo merece la pena», explicaba Carmen Jiménez, que acudió con amigas y su hija desde Erandio. Algo más adelante, Mariano Ausín y Enríque Martínez Ulibarri, de Portugalete y de Sestao, rebosaban vitalidad a sus 78 años. «Nos prejubilaron pronto de Altos Hornos y no queríamos estar todo el día tomando txikitos. Así que dos días a la semana íbamos al monte y nos hemos recorrido todos los de aquí y de allá. A Artxanda habremos ido 60 veces. O sea que, esto para nosotros, ’chupao’», decían.
La multitud salvaba el camino cuesta arriba imparable, y, de cuando en cuando, los recodos ya dejaban ver vistas bonitas. «Parece llevadero», dijo una señora. Faltaban dos kilómetros para el destino, aunque a los menos habituados al esfuerzo sí que se les cortó el aliento en el último repecho empinado. «Yo vengo por el choripán de luego. Y por el regalo», le decía un participante a uno de sus colegas. «Todo el mundo viene por el choripán. Yo tengo una caja entera de regalos de la subida a Artxanda», le respondía el otro.
En una hora y cuarto ya se estaba arriba, incluso parando para hacer las fotos de rigor. El desnivel máximo fue de 236 metros. Ya junto a la pista de patinaje , al lado del funicular, la gente hacía cola para avituallarse: recibieron una botella de agua y una barrita energética. Pero el mayor premio fueron las vistas desde el mirador ante el que la villa se desplegaba coqueta, circundada por montes de cimas suaves y coloreadas de verde. Muchas cuadrillas descansaron y dieron buena cuenta de sus bocadillos a los pies de la escultura que homenajea a los batallones que defendieron Bilbao del asedio franquista. La concejala Ohiane Agirregoitia también descansaba en la zona con su hermana y sus amigas. «Volver a ver Artxanda llena de gente joven, de familias, de personas que se animan a disfrutar de las vistas y de esta zona del anillo verde es una maravilla, porque es un espacio de lujo que tenemos en la ciudad», relataba.
Los participantes, junto al Museo Guggenheim.
Los participantes, junto al Museo Guggenheim. / AINHOA GORRIZ
Ahí, junto al mirador, arrancaba un descenso de cinco kilómetros con un primer desnivel algo resbaladizo. Los mendizales alcanzaron el parque de La Cantera y después tomaron Landetabidea y Mendiarte Estrata. Las hojas caídas jalonaban el sendero de tierra, recordando que hace tiempo que llegó el otoño. Después, la marcha pasó por el barrio de Arabella hubo comentarios sobre la habilidad necesaria para aparcar el coche en tamaña cuesta y llegó al parque Etxebarria. Unas escaleras llevaron a la multitud hasta la Plaza del Gas. De nuevo, se les presentó un paisaje de postal moderna de torres y rascielos de todas las tonalidades cromáticas. Y en El Arenal esperaba el trofeo final: se repartieron 8.000 choripanes y botellas isotérmicas como obsequio.
Unos 300 voluntarios apoyaron la marcha, de los que la mitad formaban parte de la asociación de montañeros. Además, vehículos de Protección Civil y de la DYA velaron por los participantes. Dos inscritos fueron agraciados, cada uno, con vuelos de ida y vuelta para dos personas.
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