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Varsovia, exilio del Shakhtar y capital de refugiados: «Mami, ¿por qué nos bombardea Rusia?»

ABC viaja a Polonia y charla con Pavel y Veronika, de 6 y 10 años, y su madre, Yana, tres de los 300.000 refugiados ucranianos en Varsovia: «Ellos me dicen que no lo entienden porque los ucranianos somos buenas personas. A veces no sé qué contestarles». La ciudad acoge los partidos como local en Champions de club de Donetsk, que mañana recibe al Madrid: «Los jugadores no sienten odio, sino responsabilidad por dar una alegría», dice Daniel Castro, el preparador físico español del Shakhtar

ABC, Rubén Cañizares, 10-10-2022

A la derecha del majestuoso río Vístula emerge Praga, el único barrio de Varsovia no bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta allí llegaron los soviéticos en su avance hasta la capital polaca, ocupada en el lado izquierdo del río por el régimen nazi. Tras la finalización del conflicto, Varsovia estuvo bajo ocupación militar soviética hasta principios de los noventa. A partir de ahí, Praga se convirtió en un suburbio marginal lleno de delincuencia. Nada más comenzar este siglo, las autoridades locales tomaron cartas en el asunto. Se construyeron decenas de inmuebles modernos, se dotó a la zona de nuevas infraestructuras académicas, sanitarias y de ocio, y Praga comenzó a llenarse de gente procedente del mundo de la cultura y el arte urbano, pasando en pocos años de la miseria a codiciado barrio bohemio de Varsovia, repleto de murales, galerías de arte, tiendas de diseño y restaurantes de moda.

En esta peculiar y alternativa zona de Varsovia también hay espacio para la industria. Al sureste de Praga, en la calle Zupnicza 11, se encuentran las oficinas de la multinacional alemana Siemens, que junto a la administración local de Varsovia pusieron en marcha a finales de julio el primer centro de refugiados ucranianos de larga estancia. Según los últimos datos oficiales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, un total de 7.646.595 ucranianos han tenido que abandonar su país debido a la invasión de Rusia y, de ellos, un total de 1.422.482 se han establecido en Polonia, nación que antes de la guerra ya contaba con una comunidad censada de 230.000 ucranianos, la mayor del resto de nacionalidades.

En Varsovia, tener datos exactos de este drama es complicado. A finales de abril se llegó a cifrar en 300.000 los refugiados en la capital polaca. En esas primeras semanas de guerra, Varsovia logró dar cobijo a los ucranianos en distintos centros de refugiados, levantados sobre la marcha en centros comerciales y en la estación central de Varsovia, junto al Palacio de la Cultura y la Ciencia, un monumental edificio soviético de 234 metros de altura, construido por orden de Stalin entre 1952 y 1955, que hoy se entremezcla con los modernos rascacielos de la capital polaca.

A partir de mayo, con el cese de las batallas en ciertas zonas de Ucrania, comenzó a producirse un movimiento de regreso de ciudadanos ucranianos, y los que no lo hacían dejaban los centros de refugiados para alojarse en pisos de Varsovia gracias a las ayudas de ONG como Acnur, Save the Children o Cruz Roja. En algunos casos en régimen del alquiler y en otros compartiendo casa con familias polacas o ucranianas ya asentadas en Varsovia antes de la guerra. El problema es que las ayudas económicas no son infinitas. «Creemos que puede producirse una falta de espacio a largo plazo para los refugiados, y por este motivo decidimos abrir un centro de larga estancia que tiene como objetivo final integrar a refugiados en Varsovia y lograr su independencia vital», explica a ABC Lukasz Ogonowski, uno de los responsables del centro de refugiados de Siemens, que entre sus propios fondos y las donaciones de sus empleados ha dado 14 millones de dólares para ayudar al pueblo ucraniano.

160 refugiados
El proyecto, puesto en marcha en julio junto a la Oficina de Ayuda y Proyectos Sociales de Varsovia, da de comer y de dormir, además de ofrecer servicio educativo a los niños, a 160 ucranianos en dos de los edificios de oficinas del complejo, reconstruidos con habitaciones independientes y privadas, cuatro cocinas, baños para hombres y mujeres y una sala de juegos para los más pequeños. Dos de ellos, Veronika, de 10 años y Pavel, de 6, son hijos de Yana, de 45. Los tres abandonaron su casa de Kiev el 5 de marzo, diez días después del fatídico 24 de febrero en el que Putin puso el mundo del revés. «Quise llevarme también a mis padres, pero ellos se negaron. Tienen 75 y 70 años y me dijeron que Kiev era su casa y su hogar, y que no pensaban irse de allí. A esas edades, romper las costumbres de un ser humano siempre es muy complicado. Hablo con ellos a través de videollamadas», explica Yana a este periódico.

Arriba, niñas ucranianas refugiadas juegan al futbolín. Abajo a la izquierda, Yana con Pavel y Veronika. A la derecha, los españoles Daniel Castro y Curro Galán, preparador físico y de porteros, respectivamente, del Shakhtar RUBÉN CAÑIZARES Y ERNESTO AGUDO

Gracias a la amiga de una amiga de Yana, ella y sus dos pequeños lograron alojamiento en Sokol, una pequeña aldea ubicada a 100 kilómetros al sureste de Varsovia. Allí estuvieron cuatro meses y medio: «Nos dejaron una habitación y un baño y compartíamos la cocina, pero tuvimos que irnos. Ya no podían alojarnos durante más tiempo y la ciudad era tan pequeña que no había ni farmacias ni hospitales. Sin coche y con dos niños es complicado. Para cualquier emergencia sanitaria teníamos que desplazarnos seis kilómetros».

«Mis hijos que dicen que los ucranianos somos buenas personas, y por eso no entienden por qué Rusia nos ataca. Yo, muchas veces, no sé qué contestarles»
Yana
Refugiada ucraniana

Yana y sus hijos son tres de los 160 refugiados en el centro de Siemens, donde la hija mayor compagina la escuela del propio lugar de refugiados con las clases a distancia de su colegio habitual de Kiev, que se puso en marcha de nuevo en septiembre. El hermano de Yana, también refugiado, estuvo entre marzo y mayo en Garwolin, a 65 kilómetros al sur de Varsovia, y de allí se marchó a Alcázar de San Juan junto a sus tres hijos. Ahora teletrabaja en esta localidad de Ciudad Real como informático de una empresa de tecnología alemana, de la que Yana no recuerda su nombre. «Ellos están bien en España, y aquí mis hijos y yo estamos mejor. Veronika y Pavel tienen otros nenes para jugar y se les ve sonreír y divertirse».

El momento más delicado es cuando Yana tiene que explicarles a sus hijos por qué han tenido que huir de su país. «Obvio algunos detalles, claro, pero les digo la verdad. Y la verdad es que Rusia está bombardeando nuestro país y está matando gente y niños inocentes. Ellos me preguntan: ‘mami, ¿por qué nos bombardean? Si nosotros somos buenas personas y no hacemos daño a nadie’. En muchas ocasiones no sé qué contestar».

Yana tuvo que hacer un viaje relámpago a Kiev a mediados de agosto, para solucionar varios temas burocráticos. El aterrador sonido de las sirenas antibombas apenas le dejó dormir. Su rostro, fatigado y serio, muestra el dolor y el cansancio acumulado tras casi ocho meses de exilio. Algún día espera volver a su casa, pero lo ve de momento muy lejano. «No solo tiene que haber terminado la guerra. Ucrania debe ser un país totalmente seguro, porque incluso sin guerra, habrá una libre circulación de armas que estarán en manos de gente que haya sufrido mucho y esté tocada mental y psicológicamente. Además, habrá decenas de minas y explosivos en parques y bosques, y eso será un peligro para los niños», sentencia.

Fútbol ucraniano en Varsovia
Varsovia también es la casa en Champions del Shakhtar, rival mañana del Real Madrid en la cuarta jornada de la fase de grupos de la máxima competición continental. Tras la derrota en el Bernabéu la pasada semana (2-1), les toca a los blancos ejercer de visitantes, aunque en realidad ambos equipos lo son. De hecho, el Shakhtar lleva exiliado desde abril de 2014, cuando estalló la Guerra del Donbáss y tuvo que desplazarse a Kiev. «Hay seis jugadores de Donetsk en la plantilla que, desgraciadamente, saben lo que es la guerra desde hace ya ocho años. El guardameta Trubin, el mejor del Shakhtar en el Bernabéu, es uno de ellos. Con solo 13 años tuvo que irse con sus padres y su hermana a Kiev, y ahora están en Varsovia», detalla el onubense Curro Galán, preparador de porteros del Shakhtar, el más joven de la Champions, con solo 30 años.

«La guerra es un tema de conversación diario porque no es normal lo que está sucediendo en Ucrania en pleno 2022. Nuestro lateral izquierdo Kornyenko, que se rompió el cruzado en la segunda jornada de liga y estará de baja ocho meses, estuvo en el frente luchando desde marzo. Es un tema muy complicado de gestionar porque la situación personal de los jugadores fluctúa diariamente. Pyatov es otro de los jugadores que también se ha llevado la familia a Varsovia. Stepanenko se la ha llevado a Marbella… La gran mayoría ha sacado a sus familias de Ucrania y los que no lo han hecho las han llevado a Lviv, donde jugamos la liga ucraniana al ser una zona libre de batalla», cuenta Curro.

«No tengo la sensación que los jugadores tengan odio. sino la responsabilidad de darle una alegría a su país con el fútbol»
Daniel Castro
Preparador físico del Shakhtar

El viaje desde Lviv a Varsovia es una paliza. Supone tres horas de autobús, dos en la frontera ucraniana y polaca para pasar los rigurosos controles de seguridad y otras tres horas para llegar a la capital polaca donde se alojan habitualmente en el Regent Hotel y se entrenan en la ciudad deportiva del Legia, el equipo más potente de Polonia, que además le presta su estadio. «En el partido contra el Celtic el 80% de la grada era ucraniana y el ambiente era muy emotivo. Fue una alegría», recuerda Galán. «Es un grupo humano alucinante. La gran mayoría proceden de la Academia del club y son muy buenas personas. Te alegran el día a día a pesar de la situación que están viviendo. Nunca he tenido la sensación de que tengan odio. Lo que tienen es la responsabilidad de darle una alegría a la gente a través del fútbol y en eso le incide Jovicevic, el entrenador. Como representantes en estos duros momentos de Ucrania deben llevar con orgullo la bandera de su país por toda Europa. Lo están haciendo con un juego alegre, atrevido y con opciones de pelear la clasificación para octavos de la Champions. A pesar de su juventud, son chicos muy maduros, aguantan muy bien la presión y representan a la perfección al club y a su país», comenta el tinerfeño Daniel castro, preparador físico de Shakhtar.

El fútbol de élite no es el único que logra evadir a los refugiados durante unas horas del horror de la guerra. Foundation for Freedoom, una ONG local independiente, organiza desde 2010 una etnoliga en Varsovia, premiada en 2020 por la UEFA con el Grassroots Award como mejor proyecto de fútbol amateur, en la que juegan hombres y mujeres de 120 nacionalidades en riesgo de exclusión. En la vigente edición también ya lo hacen refugiados ucranianos. No es la única iniciativa de esta organización solidaria de Varsovia, que ahora ha puesto el foco en los más pequeños: «Esta semana vamos a comenzar un nuevo proyecto para niños refugiados ucranianos. La idea es lograr su bienestar físico y psicológico y para ello hemos preparado entrenamientos diarios con un técnico profesional de fútbol y más adelante también lo haremos con más deportes, como el voleibol», detalla Krzysztof Jarymowicz, coordinador de Foundation for Freedom. Varsovia en octubre de 2022, capital de refugiados, exilio del Shakhtar y el fútbol como respuesta ante el horror de la guerra.

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