INMIGRACION / PESCADOR DE SERES HUMANOS
Las medallas del capitán José
El Mundo, 23-07-2006JUAN CARLOS DE LA CAL
Héroe. A José Durá le llueven ahora las medallas. Eso le pasa por cambiar las quisquillas por seres humanos. Las primeras las pescaba en la costa alicantina. A los segundos, 51, se los encontró no muy lejos de la isla de Malta. De momento el Consejo de Ministros les concedió el viernes la Medalla del Mérito Civil a él, como armador, y a los diez tripulantes de su barco, el Francisco y Catalina, «en señal de agradecimiento por la labor humanitaria realizada». También han dicho que les compensará por las pérdidas económicas acumuladas durante la semana que han estado varados esperando una solución. Casi 6.000 euros diarios. La Cruz Roja les otorgó un día antes su máxima distinción – la medalla de oro – por «actuar el principio de humanidad». Y, por si fuera poco, José y sus hombres son candidatos a optar al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2006, tras la propuesta del eurodiputado socialista Antonio Masip. ¡A quién se le ocurre!: recoger a 44 eritreos, cuatro marroquíes, un tunecino y un pakistaní cuando estaban a punto de ahogarse en medio del mar…
Las 61 personas compartieron durante una semana exacta los 26 metros cuadrados del barco. Los marineros tuvieron que dejarles ropa, zapatos y sus propias mantas para protegerles del frío nocturno. Antonio, el cocinero, se hinchó a hacer espaguetis y arroz para todos, mientras que la niña de dos años que estaba en la patera les alegraba a todos el tedio correteando por cubierta.La mayor preocupación vino, sin embargo, de las dos mujeres embarazadas que, afortunadamente, fueron desembarcadas a mitad de la semana.
A Durá le llaman cariñosamente Pepito en Santa Pola (Alicante) donde lleva trabajando en el mar desde los 14 años. Ahora tiene 39, una mujer, Pepi, y tres hijos, de 19, 16 y 14 años. El mayor ya está faenando en otro barco no muy lejos de allí. El mediano aspira también a ser pescador y el pequeño aguarda cauto cuál va a ser su destino. Quizá ni esta gloria efímera ni el sabor de esos metales bien ganados le convenzan de que esa vida ya no es para jóvenes como ellos. Interminables semanas en alta mar, el pescado escaso, mal pagado, temporales, accidentes, riesgos de todo tipo y ahora, encima, pateras de inmigrantes…
José siempre recuerda aquella noche de hace diez años cuando una vía de agua se abrió en el casco del que era entonces su barco y se quedó a la deriva bastantes horas, hasta que les rescató un pesquero italiano cuando se disponían a soltar los botes salvavidas.Si en aquella ocasión hubiese podido mirarse al espejo, habría identificado su propia mirada de desesperación con la de cualquiera de ese medio centenar de desgraciados que esperaban la muerte, o la vida, aferrados a ese bote que se hundía sin remedio.
Pero, ¡la ignorancia ofende! ni José ni sus compañeros lo dudaron un instante. Apenas unas miradas al hilo de la pregunta del contramaestre, «¿qué hacemos?», unos movimientos rápidos para dejar el barco bien controlado mientras efectuaban la operación de rescate.Y tras los primeros auxilios, rumbo al puerto de La Valeta, a depositar la carga humana, a depositarlos rápido para dejar sitio a las gambas maltesas, que los políticos se ocupasen de esa pobre gente mientras ellos, zapatero a tus zapatos, volvían a alta mar en busca de llenar las redes de otra cosa.
¡Ay amigo! Durá tiene ya 39 años muy vividos y pensaba que le esperaban pocas sorpresas del mar. Quién le iba a decir que su barco, su adorado Francisco y Catalina, se iba a convertir en una improvisada prisión flotante a 22 millas de la costa de Malta, porque las autoridades de aquel país no querían su carga de hombres y mujeres que llevaban 48 horas sin comer ni beber. En el barco quedaban víveres para dos días y agua desalada para uno. No había leche ni yogures para la cría. Y sólo dos servicios para todos.Lo que no sabían el patrón del barco y su tripulación es que, a partir de su gesto humanitario, se había abierto una subasta de inmigrantes para ver cuál de todos los países del Mediterráneo se los quedaba y a qué precio. José debió pensar: «¿Así que es a eso a lo que se dedican los políticos? ¡Qué vergüenza!».
Desde España, periodistas de todos los medios llamaban continuamente para seguir esta crisis. El armador y el segundo patrón, Bautista Molina, se turnaban para atenderlos desde el teléfono satélite del barco. Ante el interés de la noticia, una mañana decidieron tomar fotografías de la situación de los inmigrantes con sus teléfonos móviles y las hicieron llegar milagrosamente a las redacciones de Madrid. La suerte ya estaba echada. En una de estas conversaciones Bautista desarmó a todos con una respuesta de lógica tan aplastante que más de un responsable se ruborizaría al leerla: «¿Qué teníamos que hacer? ¿Dejar que se ahogaran?».
El viernes por fin se acabó la pesadilla. A su llegada al puerto, José la calificó, con benevolencia, de «surrealista». Un par de aviones españoles se encargaron de hacer el reparto de los inmigrantes entre varios países. Y todo arreglado. El patrón y sus hombres no tienen prisa en recoger sus medallas. Les han dicho que van a compensarles por sus pérdidas pero, por si «la situación se alarga» – que de todo se aprende hombre – , lo primero que pidieron al llegar fue gasolina, comida y suministros, que las gambas siguen esperando y ellos tendrán que comer de algo cuando lleguen a finales de agosto a sus casas. Por que su viaje sigue…
CLAVES
UNA SEMANA COMO SARDINAS EN LATA
El viernes 21 el pesquero español rescató a 51 inmigrantes que iban a la deriva en una patera a 100 millas de Malta. / Las autoridades de este país le prohíben desembarcarlos y el barco aguarda anclado a 16 millas de la costa una solución. / La crisis acabó el viernes al repartirse los inmigrantes entre España, Italia, la propia Malta y Andorra.
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